Anna Nobili, la gogó de clubs nocturnos que es monja: «un día sentí la presencia real de Jesús. Aquel día bailé por última vez. Al día siguiente, decidí cambiar mi vida»

* «Cuando bailaba en los clubes, todo el mundo me trataba como si fuera una prostituta. Pero Jesús me hizo comprender que mi cuerpo no es basura. Me mostró que soy una auténtica perla. Mientras que todos los hombres me ofrecían halagos a cambio de mi cuerpo, el amor de Jesús era incondicional. Necesitaba dejarlo todo: los clubes nocturnos, la televisión, todo… Quería conocerle a Él por fin. Sin embargo, el día en que comencé a escuchar la llamada hacia mi vocación religiosa, entré en pánico. Tenía miedo de aceptarlo, miedo de que Dios quisiera llevarse mi alegría de vivir, mi felicidad. Pero al día siguiente de este pánico, leí un pasaje del Cantar de los Cantares: “Eres un jardín cerrado hermana mía, novia mía; eres un jardín cerrado, una fuente sellada” (4,12). Este fragmento abrió mi corazón para Él»

Camino Católico.-  Antes de encontrarse con Dios, Anna Nobili era gogó. Trabajaba en los clubes nocturnos de moda en Milán. Hasta el día que encontró a Cristo. Seis años después, escuchó la llamada del Señor y se hizo religiosa de la congregación de las Hermanas Obreras de la Santa Casa de Nazaret. Sor Anna Nobili nos cuenta su increíble conversión. La entrevista Marzena Wilkanowicz-Devoud en Aleteia.

Anna Nobili en sus tiempos de gogó

– ¿Qué lleva a una joven hermosa y sensible como usted a desnudarse en un club nocturno?

– Mis padres se divorciaron cuando yo tenía 13 años. Papá era violento verbal y físicamente con mi madre. Era un hombre infeliz, volcaba toda su frustración sobre nosotros, sus hijos.

Nadie le había enseñado a amar. Así que no podía dar amor a sus hijos ni a su mujer. Con la edad, esta falta de amor por parte de mi padre se fue haciendo cada vez más insoportable para mí. En mi interior, vivía un vacío emocional. Era muy tímida, tartamudeaba…

– Para subir a un escenario, la timidez no sirve…

– Por aquella época, creía que no valía nada. En el colegio me sentía rechazada. Los otros alumnos me hicieron entender que no servía para nada. Tenía que parecerme a ellos para ser aceptada.

Así que empecé a vestirme de forma diferente, obligando a mi madre a comprarme ropa cara y de moda. Empecé a maquillarme y a vestirme de forma provocadora.

Solo que mis amigas de clase terminaron por sentir celos de mí. Obviamente, yo era muy linda y sexy. Ellas me consideraban una amenaza. De nuevo, me sentía sola y rechazada, comencé a deprimirme.

– ¿No tenía usted novio?

– Sí. Me ignoraba durante el día y abusaba de mí durante la noche. Estábamos juntos por la noche, pero por el día yo estaba sola.

Cuando comprendí que no me quería, me rebelé. Entonces decidí pasar a un modo de vida nocturna. Empecé a trabajar como gogó en algunos clubes de Milán donde el alcohol corría a mares.

Gracias a mi trabajo pude conocer a un sinnúmero de chicos. Conocía a todos los porteros de la ciudad. Podía entrar gratis en cualquier sitio. Hacia las dos de la madrugada, terminaba mi trabajo y luego me iba por las discotecas hasta el alba.

– ¿Era usted feliz?

– Vivía en una ilusión de felicidad. No amaba, pero mi cuerpo complacía a los hombres. Mi cuerpo y mi baile se convirtieron en herramientas con las que cazaba chicos como trofeos. Siempre más. Cada noche uno nuevo.

Incluso me apunté a un curso de baile que me permitió participar en un espectáculo. Me abrió las puertas de la televisión. Me hice famosa. Viajé por el mundo entero.

– ¿Qué acontecimiento le hizo dejar ese ritmo en favor de la vida consagrada?

– A pesar de mi éxito, sentía un vacío. En realidad me sentía sola y… sucia. Mi cuerpo no recibía ningún gesto de ternura. Siempre había violencia y excitación, pero no ternura.

No tenía ninguna autoestima. Necesitaba delicadeza y respeto. Soñaba con encontrar a un chico que me dijera un día que estaba enamorado de mí, que me amaba. Nunca sucedió.

– ¿Ese fue el detonante para usted?

– No lo sé. El diablo controlaba mi vida. Me decía lo que debía hacer y yo le obedecía. Vivía como una ciega. La casa me servía solo de hotel. Allí me cruzaba con mis hermanos y hermanas sin hablarles.

Antes de salir, pasaba una hora maquillándome. Me echaba toneladas de maquillaje porque no me gustaba a mí misma.

Cada vez que me colocaba delante del espejo, mi madre venía a hablar conmigo. Me hablaba de Jesús. Un día exploté y le dije que yo no había pedido vivir. Pero ella continuó hablándome de Jesús. Iba a misa todas las tardes para pedir por mí.

– ¿Qué le empujó a cambiar?

– Un día, una mujer me llamó por la calle. Yo no la conocía, pero ella sabía muy bien quién era yo. Empezamos a hablar… Comprendí que mi madre le había dado mi foto. Como a todos sus amigos, ella le había pedido que rezara por mí, lo cual es una práctica muy habitual en Italia.

Esta amiga de mi madre me propuso hacer un retiro en Asís. Dije que sí. Cuando fui allí, experimenté algo maravilloso en un solo día. Había jóvenes que cantaban y rezaban. También se estaban divirtiendo, pero sin emborracharse.

Sor Anna Nobili danzando para alabar a Dios y testimoniar su amor

Para mí aquello era algo tan nuevo y tan hermoso… Yo era rica, tenía todos los chicos que quería, hacía fiestas descomunales, pero nunca había conocido un ambiente tan feliz.

Algunos meses más tarde, fui a misa. Escuché decir al sacerdote que Dios amaba con gran intensidad a la persona que, entre los asistentes, venía a esta iglesia por primera vez.

Sentí que hablaba de mí. Sus palabras tocaron mi corazón. Algo se había roto en mí. Tenía 22 años y seguía trabajando como gogó, pero iba a misa todos los domingos.

A menudo, iba directamente desde los clubes donde pasaba la noche bailando. Al irme, decía a mis amigos que iba a misa porque Dios me ama. Me tomaban por loca. Pero en realidad yo estaba entre dos “locuras”: la de la vida nocturna y la del amor de Jesús.

Sor Anna Nobili danzando

– ¿Fue difícil escoger entre esas dos locuras?

– Sí… Titubeaba entre las dos. Hasta que un día sentí la presencia real de Jesús. Fue durante un retiro. Aquel día bailé por última vez. Al día siguiente, decidí cambiar mi vida.

Cuando bailaba en los clubes, todo el mundo me trataba como si fuera una prostituta. Pero Jesús me hizo comprender que mi cuerpo no es basura. Me mostró que soy una auténtica perla.

Mientras que todos los hombres me ofrecían halagos a cambio de mi cuerpo, el amor de Jesús era incondicional.

– ¿Entonces lo dejaste todo para seguirle?

– Necesitaba dejarlo todo: los clubes nocturnos, la televisión, todo… Quería conocerle a Él por fin. Sin embargo, el día en que comencé a escuchar la llamada hacia mi vocación religiosa, entré en pánico. Tenía miedo de aceptarlo, miedo de que Dios quisiera llevarse mi alegría de vivir, mi felicidad.

Pero al día siguiente de este pánico, leí un pasaje del Cantar de los Cantares: “Eres un jardín cerrado hermana mía, novia mía; eres un jardín cerrado, una fuente sellada” (4,12). Este fragmento abrió mi corazón para Él.

– ¿Qué aconseja a las jóvenes que se sienten, como usted en aquel entonces, perdidas, rechazadas, solas y sin una alma gemela?

– Muchas mujeres buscan en los hombres la confirmación de su valía. A veces, después de una relación infeliz, la mujer busca los grandes brazos abiertos del primer hombre que llegue, para sentirse más digna y recuperar la confianza en sí misma. Eso no funciona siempre.

No se puede buscar a un hombre a cualquier precio. Es mejor permanecer cierto tiempo sola y recuperar el centro de tu vida interior.

No hay nada mejor que descubrir tu belleza propia, tus sueños, los deseos que no están ligados a la búsqueda de un amante.

Cuando una mujer se valora y se ama, cuando se cuida y descubre su auténtico valor, un día terminará por encontrar a un hombre que la respete y la quiera de verdad. Ya no atraerá a los que quieran abusar de ella. Atraerá a quienes buscan una mujer bella y libre.

Anna Nobili hoy danza para Dios y da testimonio, como puede verse en los videos. En el segundo mientras se visualiza la danza se escucha como ella misma explica su cambio de vida en italiano

Publicado originalmente por Camino Católico en octubre de 2018

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