Colleen C. Mitchel vivía el dolor de la muerte cuando Dios le pidió a ella y su familia ir a vivir y evangelizar a los indígenas de Costa Rica

* «Empecé a reconocer que incluso con todos los destrozos y las fisuras que habían provocado en mí los últimos años, yo seguía siendo hermosa y amada para Dios, y tenía un propósito. Él quería usarme. Un día, mientras rezaba, escuché a Dios decir: ‘Usa lo que tú tienes para cubrir esta necesidad’. Tienes un coche, una casa, una forma de llevar a estas personas al hospital. Comparte con ellas lo que te he dado»

22 de agosto de 2016.- (Judy Landrieu Klein / Aleteia / Camino Católico)  “Fui a la jungla pensando que iba a estar de duelo, pero Dios me trajo aquí para curar”, fue lo que me dijo Colleen C. Mitchell, escritora y misionera a tiempo completo, sentada en una banqueta de mi cocina mirándome mientras preparaba un étouffée típico de la cocina cajún de Luisiana.

Mitchell y yo nos conocimos hacía sólo una semana, durante una feria católica en Chicago, pero cuando supe que era originaria de Nueva Orleans y que vendría a nuestra ciudad natal la semana siguiente, insistí en que nos viéramos de nuevo.

Durante nuestra visita, Mitchell compartió abiertamente conmigo su historia de angustia y dolor, una historia que condujo a su familia hasta un bosque nuboso de Costa Rica para trabajar como misioneros, cuidando de las necesidades espirituales y físicas del pueblo indígena cabécar.

Su travesía hacia la jungla comenzó en 2009, cuando Mitchell, su marido Greg y sus seis hijos todavía vivían una vida normal y feliz como familia católica defensora de la educación en el hogar.

Durante lo que Mitchell denominó “un día perfecto de clases en el hogar”, la tragedia les golpeó repentinamente cuando descubrió que su hijo de tres meses, Bryce, no respondía a los estímulos en su cuna. Síndrome de muerte súbita del lactante.

En un corto periodo de tiempo, la pareja perdió cuatro bebés más debido a abortos naturales, lo que dejó a Mitchell hecha trizas e irremediablemente cambiada a causa de los múltiples disgustos y el consiguiente dolor que fustigaba sus vidas.

Poco después de la muerte de Bryce, Greg encontró la inspiración para establecer una organización sin ánimo de lucro en nombre de Bryce con el propósito de compartir el Evangelio.

“No puedo decir que me opusiera a la idea”,escribía Colleen en el exquisito libro que surgió de su dolor, titulado Who Does He Say You AreWomen Transformed by Christ in the Gospels [Quién dice Él que eres tú: mujeres transformadas por Cristo en los Evangelios].

“Pero no podía entender el sentido lógico de entregar tu corazón a los demás cuando estás sosteniendo sus pedazos ensangrentados entre las manos”.

Aún vacilantes sobre cómo podían ayudar a los demás cuando guardaban tanto dolor para sí mismos, Mitchell ofreció a Dios y a Greg un tímido sí, dando a luz de esta forma a la asociación St. Bryce Missions.

Poco después, Greg viajó a Costa Rica por trabajo y volvió a casa con una visión del futuro familiar que su esposa nunca habría imaginado: mudarse todos al cerro Chirripó, el pico más alto de Costa Rica, para predicar a los pueblos indígenas no evangelizados que vivían allí en una reserva administrada por el Gobierno.

Así, dando un salto de fe radical, Mitchell guardó las pertenencias familiares y los artículos de primera necesidad en 12 maletas y se embarcaron “a ciegas en un viaje de redención” hacia la zona más pobre de Costa Rica, con un futuro incierto ante ellos.

Tres semanas después del comienzo de su nueva vida en lo remoto de la jungla, la tragedia les azotó de nuevo con la muerte de la madre de Greg, lo que supuso la partida del marido durante tres semanas fuera de Costa Rica.

“Fue entonces —en un momento sentada, con el corazón roto, aislada y sola en la jungla con mis chicos, sin coche, sin hablar español, alejada de todos y todo aquello que conocía— cuando me di cuenta de que tenía que conocer a Dios de una forma nueva”.

Mitchell pasó largos días sentada junto a un río con su Biblia y su diario, meditando sobre las historias del poder sanador y transformador de Cristo en el Evangelio, mientras sus hijos jugaban en las claras aguas del río.

Allí, la doliente madre empezó a escuchar a Cristo hablando vida de nuevo en su corazón; allí empezó a reclamar la visión que Dios tenía para ella y dio cuenta en su diario de las“tiernas misericordias” que el Señor le concedía en sus oraciones.

Los escritos de ese mismo diario terminarían dando forma a los capítulos de su último y hermoso libro.

“Empecé a reconocer que incluso con todos los destrozos y las fisuras que habían provocado en mí los últimos años, yo seguía siendo hermosa y amada para Él, y tenía un propósito. Él quería usarme”,escribió. Y no tardó mucho en darse cuenta de cuál era ese propósito.

Mitchell empezó a notar que la sanidad básica era inaccesible para las mujeres cabécar, lo que forzaba a las embarazadas a recorrer hasta 16 kilómetros a pie, habiendo roto aguas, para poder llegar a un hospital donde dar a luz a sus bebés de forma segura.

Reflexionando sobre cómo podría ayudar, trazó un plan en su mente para encontrar e involucrar a una institución de organización ya existente para solucionar el problema de hacer más accesible la sanidad a estas pobres mujeres. Una vez más, Dios la sorprendía con una solución insospechada.

“Un día, mientras rezaba, escuché a Dios decir: ‘Usa lo que  tienes para cubrir esta necesidad’”,me dijo Mitchell mientras yo la escuchaba con asombro. “Tienes un coche, una casa, una forma de llevar a estas personas al hospital. Comparte con ellas lo que te he dado”.

Y Mitchell dijo que sí.

Justo al día siguiente, Mitchell y su marido encontraron a una mujer cabécar con un bebé extremadamente enfermo que ya había caminado ocho horas bajo una intensa lluvia para encontrar asistencia médica.

La recogieron, la llevaron al hospital y permanecieron junto a ella para asegurarse de que recibía los cuidados que necesitaba. Además le dieron su número de teléfono en caso de que no tuviera forma de volver a casa una vez el bebé recibiera el alta del hospital.

La mujer llamó a la pareja al día siguiente y terminó por quedarse en la casa de los Mitchell durante una semana, hasta que el bebé estuvo lo bastante estable como para volver a su hogar.

Tras este primer encuentro, la familia Mitchell hizo correr la voz de que estaban dispuestos a ayudar a otros, así que empezaron a aparecer más mujeres.

Con el crecer de esta afluencia, la familia decidió mudarse a una casa más grande cerca del hospital, donde alojan a 25 mujeres además de a los siete miembros de la familia.

Así nace el centro St. Francis Emmaus, un ministerio desde el hogar que es sólo una de las varias iniciativas que St. Bryce Missions está liderando para llegar con el Evangelio a los que residen en las periferias de la sociedad.

Hasta la fecha, más de 700 mujeres cabécares han cruzado sus puertas para recibir comida, cobijo, educación sanitaria y apoyo y consejo para cuidados sanitarios dentro del sistema médico estatal, además de recibir también el amor y los cuidados de la familia Mitchell al completo, incluyendo a los cinco hijos que aún estudian en el hogar y que participan en las tareas de St. Bryce Missions.

El “sí” que los Mitchell dieron a Dios ha dado a luz a la curación dentro de la desesperanza, ha creado gracia dentro del dolor, para ellos mismos y para tantos otros.

Sus esfuerzos no sólo han estimulado una caída del 50% en la tasa de mortalidad infantil entre las personas a las que ayudan, sino que también ha traído a familias enteras, de una parte del mundo a menudo olvidada, la oportunidad de encontrar a Cristo.

 

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