Homilía del Evangelio del Domingo: Jesús sana en unión con sus discípulos en la Iglesia / Por P. José María Prats

* «Este hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó representa –nos dicen los Padres– al ser humano que al inicio de los tiempos estaba en comunión con Dios (Jerusalén) pero que, instigado por el maligno (los bandidos que le tendieron una emboscada), rechazó el plan divino para la creación buscando en vano su realización personal lejos de Dios (Jericó)”

Domingo XV del tiempo ordinario – C:

Deuteronomio 30, 10-14  /  Salmo 68  /  Colosenses 1, 15-20  /  Lucas 10, 25-37

P. José María Prats / Camino Católico.- La parábola del Buen Samaritano es uno de los grandes pasajes del Evangelio de San Lucas. Algunos Padres de la Iglesia de los siglos II y III como San Ireneo, Clemente de Alejandría y Orígenes hicieron una interpretación alegórica interesantísima de esta parábola que voy a intentar recrear a continuación. He aquí el comentario punto por punto.

«Jesús dijo [a un doctor de la Ley]: Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en una emboscada de bandidos que lo desnudaron y, después de apalearlo, se marcharon dejándolo medio muerto.»

En la Escritura, Jerusalén y Jericó no son ciudades cualesquiera, sino que representan respectivamente la comunión y el rechazo de Dios. En Jerusalén, situada a 740 msnm., estaba el Templo donde se acudía en peregrinación al encuentro del Señor para ofrecerle sacrificios de expiación y comunión. Jericó, en cambio, era la ciudad pagana por excelencia que los israelitas tuvieron que destruir para poder entrar en la tierra prometida. Estaba situada junto al Mar Muerto, a -250 msnm. (“en los infiernos”) y, por su microclima tan agradable, era en tiempos de Jesús un lugar de moda donde el rey Herodes tenía su palacio de verano y donde se vivía un ambiente de libertinaje y depravación.

Este hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó representa –nos dicen los Padres– al ser humano que al inicio de los tiempos estaba en comunión con Dios (Jerusalén) pero que, instigado por el maligno (los bandidos que le tendieron una emboscada), rechazó el plan divino para la creación buscando en vano su realización personal lejos de Dios (Jericó).

Los casi mil metros de desnivel entre las dos ciudades evocan el drama y la degradación que supuso esta caída. Los bandidos desnudaron al ser humano, es decir, lo despojaron de su dignidad de hijo de Dios representada en su vestido, lo apalearon y lo dejaron medio muerto, muerto espiritualmente por haberse separado de la fuente de la vida. Este hombre abatido es una estampa muy elocuente del ser humano herido por el pecado, sometido a las pasiones, la violencia, la injusticia social, la enfermedad y el sufrimiento.

«Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, aunque lo vio, lo evitó dando un rodeo. Lo mismo, también, un levita: aunque llegó a aquel sitio y lo vio, lo evitó dando un rodeo.»

Dice Orígenes que “el sacerdote representa la Ley y el levita los Profetas”. El evangelio parece indicar que el levita se acercó más al hombre herido (llegó a aquel sitio) pero, en definitiva, tanto él como el sacerdote, aunque lo vieron, lo evitaron dando un rodeo. Es decir, la Ley y los Profetas –que representan el Antiguo Testamento– vieron la triste realidad del ser humano herido por el pecado, la describieron, reflexionaron sobre ella y la denunciaron, pero no la curaron porque no tenían poder para hacerlo.

«En cambio, un samaritano que iba de camino llegó a donde él estaba y, al verlo, se compadeció; y, acercándosele, le vendó las heridas después de echarles aceite y vino; y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó al mesón y lo cuidó.»

Dice Orígenes que “el samaritano representa a Cristo”. Los samaritanos eran despreciados por los judíos por haberse alejado de la ortodoxia religiosa de Israel. Los líderes judíos (a quienes va dirigida esta parábola) llamaban despectivamente a Jesús “samaritano” (Jn 8,48) por su origen nazareno y su amistad con los samaritanos, pero, sobre todo, por su “heterodoxia” manifestada en el rechazo de actitudes judías como la absolutización del sábado, las normas de pureza ritual o la exclusión de la mesa de publicanos y pecadores.

La expresión «iba de camino»alude al viaje redentor del Hijo de Dios: «Salí del Padre y he venido al mundo, ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). Con su encarnación Él ha llegado donde el hombre estaba y le ha vendado las heridas. El aceite y el vino que echa sobre sus heridas representa los sacramentos (santos óleos, Sangre de Cristo) mediante los cuales Jesús devuelve al hombre la vida divina.

“La cabalgadura –dice Orígenes– es el Cuerpo del Señor”, que cargó con los pecados de todos los hombres y “el mesón, abierto a todos los que quieren entrar en él, simboliza la Iglesia”. Es decir, Jesús lleva a cabo su ministerio de sanación en unión con sus discípulos: en la Iglesia.

«Y, al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al mesonero diciendo: “Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré cuando vuelva”.»

Los dos denarios representan el don del Espíritu Santo que Cristo ha dado a su Iglesia para que pueda seguir cuidando y sanando al hombre herido por el pecado. Por el Espíritu Santo Dios habita en su Iglesia, pero los dos denarios indican que esta presencia es sólo parcial, pues el número que representa a Dios en la Escritura no es el dos sino el tres. El denario que falta lo traerá el Señor en su segunda venida al final de los tiempos («lo pagaré cuando vuelva»). Entonces la plenitud del Espíritu se derramará sobre la Iglesia para llevar al hombre a su plena salud en la resurrección de los muertos y «para que Dios sea todo en todo» (1 Co 15,28).

P. José María Prats

Evangelio

Se levantó un legista, y dijo para ponerle a prueba:

«Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia vida eterna?»

Él le dijo:

«¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?» 

Respondió:

«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.»

Díjole entonces:

«Bien has respondido. Haz eso y vivirás.»

Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús:

«Y ¿quién es mi prójimo?»

Jesús respondió:

«Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto.

Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo.Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él.

Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: «Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva.» 

¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?»

El dijo:

«El que practicó la misericordia con él.»

Díjole Jesús:

«Vete y haz tú lo mismo.»

Lucas 10, 25-37


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