¿Cómo vivir ante la pandemia de coronavirus siguiendo el modelo de San José? Responde el P. Fernando Simón Rueda

Camino Católico.- Algunos me habéis pedido una enseñanza de la mano de san José que nos ayude un poco a vivir esta situación extraordinaria de pandemia, sufrimiento, incertidumbre y de aislamiento. Perdonar la extensión.

Confiar en la Providencia

Hemos conocido el amor y hemos creído en él”, 1 Jn 4,16. Quizás esta frase defina la vida del hombre justo que es san José, porque en todo vivió la voluntad de Dios, con fidelidad y obediencia. Quién ha creído en el Amor absoluto, incondicional de Dios, Amor más fuerte que el pecado y que la muerte, como lo hizo san José, solo puede vivir en agradecimiento y alabanza con un único deseo ardiente: responder a ese Amor con obediencia fiel. San José, siervo justo, fiel y obediente, ruega por nosotros. Quién ha creído en el Amor hasta el extremo manifestado en la Encarnación, Cruz y Resurrección de Jesucristo sólo puede vivir en paz, sin miedo con la firme esperanza y certeza de que Quién me amó me seguirá amando ahora y mañana. San José, hombre de la esperanza, de la memoria agradecida que confía en la Providencia de Dios, ruega por nosotros. Quien ha saboreado el Amor de Dios y se ha dejado seducir y conquistar por Él solo puede vivir en agradecimiento, aunque sea pobre, porque goza de lo más grande e importante: san José hombre de alabanza que aprende de María a orar con el Magníficat, ruega por nosotros. Quién ha creído en el Amor de Dios manifestado en la vida entregada de Jesucristo aprende lo único importante de la vida cumpliendo la voluntad de Dios, entregándose con un amor semejante al de Cristo. San José, hombre de la esencialidad y amor verdadero, ruega por nosotros.

Confiar en la promesa de Jesucristo

Hasta hace muy pocos días, todos teníamos la agenda llena de planes buenos, trabajos, programaciones que ahora se han venido abajo. Si esto nos ha producido disgusto profundo, angustia, temor o incertidumbre es porque quizás esos planes estaban edificados, como un castillo de naipes, sobre la arena de nuestro poder y soberbia y no sobre la roca de la voluntad de nuestro Padre que desea guiarnos con ternura hacia nuestra santidad. Puede que nuestra vida tuviese un poco de esa débil construcción que era la torre de Babel y que buscaba la gloria humana y no la de Dios. Y todo lo que sea vanagloria, aunque a los ojos del mundo sea grande y eficaz, no da frutos de vida eterna. Sin duda esta situación, como nos recordaba la Iglesia el miércoles de ceniza, es una llamada a la humildad para volver al principio y fundamento, a ser hijos que lo primero de todo, antes que hacer nada, son amados. Aprender a vivir del amor y no del esfuerzo, siendo niños que se dejan cuidar y guiar. Niños que ponen sus cuatro panes para que Dios multiplique y desborde con la sobreabundancia del poder que es su Amor. Aprendiendo a confiar y a mirar el futuro como los niños, o como los enamorados que tienen la certeza de que en el «para siempre» no estarán solos sino unidos con el amado, construyendo juntos algo grande. A confiar, como san José, en la promesa de Jesucristo: quién ama promete y se compromete a ser fiel siempre, pase lo que pase, sea cuales sean las crisis, pobrezas, dificultades o infidelidades del amado. Si edificamos desde la promesa de Jesucristo y no desde nuestro poder, aunque se derrumbe casi todo a nuestro alrededor, permaneceremos firmes. Como nos exhorta Jeremías, “bendito quien confía en el Señor… será un árbol plantado junto al agua… cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde, en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto”. Son palabras que definen la vida de san José. Hay un amor absoluto, más fuerte que la muerte, que lo puede todo, que guía nuestra vida y que nos lleva a confiar plenamente en la Providencia divina.

Qué difícil es vivir de la Providencia y descansar en Aquel que nos guía como Padre y como Buen Pastor. Que duro cuando tenemos que atravesar áridos valles, cañadas oscuras o remar mar a dentro en la tormenta. Y, sin embargo, José no dejó de mirar al Dios que había hecho alianza con él. El Señor que me amó lo seguirá haciendo ahora de modos que desconozco. Es el momento de afianzar la certeza de que todo es para bien para los que aman al Señor. Es el momento de elevar un sacrificio de alabanza a nuestro Padre por lo que está haciendo y por lo que hará. Todo redundará en nuestra conversión y santificación.

Llamada a la humildad para saber escuchar a Dios

Muchos nos estamos preguntando ¿qué más puedo hacer para ayudar a los demás? Y nos sentimos impotentes ¿verdad? Si estoy solo ¿cómo viviré estos días? Si estoy enfermo ¿me curaré? Si estoy perdiendo el trabajo, ¿Cómo saldré adelante mañana? Es una profunda y constante llamada a la humildad y a la confianza como la vivió San José, centrándonos en lo escondido, en lo pequeño, en lo ordinario. Quisiéramos hacer muchas cosas buenas y, sin embargo, estamos aprendiendo que, lo que realmente cuenta, es la voluntad de Dios. Su querer en el aquí y ahora. Es la lógica del amor que busca la concordia con el amado, tener un corazón que lata al unísono con el de Jesucristo anhelando su pensar y su querer. Concordia que es don del Espíritu.

Llamada a la humildad para saber escuchar como hizo San José. Era tal su docilidad entrenada tras años de silencio y escucha de la Palabra de Dios que hasta en sueños percibía la voluntad del Señor.

¡Que impotencia experimentaría José! ¿Qué hacer con aquella mujer extraordinaria y el tesoro que portaba en su seno? ¿Cómo ir a Egipto? ¿De que iba a vivir allí? ¿Cómo afrontar el regreso sin medios materiales y cómo vivir en pobreza en Nazaret? ¿No se estarán haciendo estas preguntas tantos hermanos nuestros que no saben cómo afrontar este tiempo? O tantos que están perdiendo el trabajo y al terminar esa pandemia se tendrán que enfrentar a una grave crisis económica: será el tiempo de vivir más y más la caridad con los más necesitados. Esto nos sacará de nuestra comodidad y nos rescatará de tantos apegos materiales para amar más a Cristo en los hermanos más necesitados: esto impulsará nuestra conversión y salvación.

Vivir el momento presente cumpliendo la voluntad de Dios

Igual que nos sucede a nosotros, José no sabría cuándo iba a finalizar su exilio y podría volver ¿Se les haría larga la estancia en Egipto? ¿Lo virarían como un peso insoportable? Seguro que no. Porque María y José están centrado en la esencialidad de lo único importante; saben vivir el momento presente cumpliendo la voluntad de Dios en lo pequeño colmándolo de amor. Ese es el auténtico orden del corazón que da como fruto paz y alegría. No hay alegría profunda fuera del amor verdadero. No hay paz permanente si se camina fuera de la voluntad de Dios. Como nos insistía el papa Francisco, la santidad residen en «vivir el momento presente colmándolo de amor», aprovechando «las ocasiones que se presentan cada día para realizar acciones ordinarias de manera extraordinaria. Es una cita del cardenal Francisco Javier Nguyên van Thuan; ¿recordáis su historia verdad? Como siendo joven obispo fue apresado y tras un tiempo entró en oscuridad interior pensando que su vida había perdido el sentido al no poder atender a sus sacerdotes, sus parroquias, sus pobres y tantos trabajos en la diócesis de la que era pastor. Y allí, en la oscuridad interior, el Señor iluminó su corazón: Francisco, ¿qué amas? ¿a Dios o las cosas de Dios? Porque yo estoy aquí en tu celda, y te espero en los presos, incluso en los que te torturan para que los perdones y ayudes a su salvación. Aquel santo obispo comprendió que se había centrado en el activismo, en el hacer, pensando que lo importante era lo útil de realizar muchas cosas buenas aparentemente eficaces para los demás. Sin embargo, eso no es lo esencial que san José vivió y que Dios nos reclama ahora. No es la vocación fundamental que da sentido a nuestros actos. Puede tener más poder y eficacia un solo acto pequeño que Dios nos pide realizado con amor, que tantas obras supuestamente grandes y útiles según la mentalidad del mundo. La Cruz, el momento de la aparente mayor inutilidad y fracaso, la hora de “no hacer”, fue el instante de la Redención porque fue la hora de «sí» más fiel al Padre y la hora del amor más grande a los hombres.

La verdadera esencialidad consiste en nuestra comunión con Dios Padre (filiación) que parte de nuestra comunión, amistad, amor recíproco con Jesucristo (caridad) fruto del Espíritu Santo. Y ahí, «en» Cristo vivir el don de nosotros mismos con la medida de su Amor tal y como Él nos indique. Que bien comprendió esto el cardenal Van Thuan. Y se entregó a vivir el don de sí en lo pequeño, tejiendo ropa para los presos, tratando con amabilidad a los carceleros, turnándose para adorara al santísimo por las noches.

Es el momento de amar, de servir en casa, de perdonar mil impaciencias

A Teresa de Liseaux, cuando soñaba con «grandes gestas» por el Señor, le fue revelado el camino esencial: “oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo, y mi deseo se verá colmado”.  Descubrió con claridad, igual que san José, la llamada a entregarse en lo que ella llamabas las «naderías» que supone morir al amor propio; las pequeñas flores que cada día podemos poner a los pies de Jesús cediendo nuestra voluntad en pequeños momentos y ponía ejemplos: no replicar y excusarme intentando salirme siempre con la mía, no poner mala cara cuando me salpican con el agua sucia o me cambian de lugar mis cosas, paciencia con la hermana que hace ruido en el momento de la oración o cuando decidió esmerarse en el trato delicado con una hermana cuyo carácter le resultaba «sumamente desagrádale» pero que era una religiosa «sumamente agradable» a Dios

Se nos ofrece la oportunidad de vivir así, como san José y los santos: entregarnos más y mejor en el ahora que nos pide el Señor. No nos gusta: preferiríamos salir, hacer planes. Pero es el momento de amar. De servir en casa, de perdonar mil impaciencias. No lo dudéis, ahora, al no estar inmersos en mil actividades, nos pueden afectar más los defectos y pecados de los que tenemos cerca. Es el tiempo para olvidarnos de nosotros mismos y amar más sirviendo en casa, sonriendo, teniendo paciencia con nosotros mismos, con los miembros de la familia, con los vecinos, etc. Oportunidad para desarrollar una caridad creativa que ayude de múltiples formas a los demás.

En este momento se va a manifestar nuestra soberbia y «nuestra falta de pobreza» nuestros apegos a lo material, la comodidad en mil detalles que nos lastran y nos impiden la entrega. No se puede amar y dar la vida desde el apego a los gustos dejándonos llevar por lo cómodo o lo que produce mayor satisfacción. San José vivió pobre de sus fuerzas confiando plenamente en Dios y pobre de los apegos a sí mismo viviendo el permanente don de sí. ¡Qué oportunidad para dilatar el corazón muriendo a nosotros mismos! Nos va a costar, pero ganaremos el amor.

Centrarnos en el Amor verdadero

Dilatar el corazón permitiendo que esté habitado por más personas, orando sin descanso por nuestra gente. ¿Os dais cuenta de cómo estamos unidos? Que gran tragedia la vida individualista que nos hemos forjado basada en una falsa autonomía respecto de Dios y los demás. Como Adán y Eva tras el pecado, nos ocultamos de Dios y de los demás: estamos desnudos y nos hemos vestido. Hemos puesto barreras, máscaras para ocultar nuestra debilidad porque ya no hay mirada pura que contemple con ternura nuestros límites. Nos «vestimos», nos ocultamos y aislamos para que no nos juzguen. A esto se suma ese desorden que tenemos fruto del pecado original y que se llama concupiscencia y que nos mueve al egoísmo y a la soberbia, a un amor desordenado. Vamos «a lo nuestro», pensando en nuestros planes y derechos. Buscamos solo lo «que nos hace sentir bien» (y ahora no nos sentimos bien, ni podemos hacer lo que nos gusta. Por eso tenemos que centrarnos en el amor verdadero para no caer en la ansiedad, la permanente insatisfacción o buscar en casa un mero di-vertere, una diversión superficial consistente en hacer cosas para que el tiempo pase. Pero sólo con esto al final nos cansaremos y no soportaremos este tiempo prolongado de aislamiento).

Nos podemos conformar con relaciones superficiales donde no abrimos la intimidad para que no nos hieran. Caemos en la soberbia de mirar al otro desde nuestra falsa altura, con altivez y deseo de dominio, sin contemplar la gloria de Dios que se manifiesta en el hermano, esa belleza, ese resplandor de luz y verdad que hay en cada persona imagen de Dios, semejante a Cristo por el bautismo, absoluta y radicalmente preciosa para Dios y necesaria para mí, llamada a comunicarme tantos bienes. Pero solo podremos mirar así en Cristo con la caridad, el don de piedad y el don de pureza que otorga el Espíritu Santo. José y María se mirarían con aquella luz de los orígenes antes del pecado original. En los ojos de la llena de gracia José participaría de la luz del Espíritu Santo y desde ahí podría contemplar el inmenso don que es cada persona y hallaría el gozo en el servicio constante y delicado.

Somos Cuerpo de Cristo y como tal hay que  servir con admiración y respeto a cada hermano, perdonarle desde Cristo, abrazarle y besarle, ahora con las miradas, sonrisas y sobre todo desde la oración

En este momento en que no nos podemos abrazar ni besar, que nos apartamos unos de otros dejando más de un metro de seguridad, que miramos al otro con cierto temor, hay que recordar: ¡nos necesitamos! El otro no es un límite a nuestra libertad, sino que la despierta ya que nos invita al éxtasis, a salir de nosotros mismos y vivir lo único que nos da plenitud, el amor mutuo, la comunión. ¡Nos pertenecemos! Desde nuestra fe esto tiene un nombre: comunión de los santos. Somos Cuerpo de Cristo. Esposa de Cristo. Como decía san Juan Pablo II necesitamos vivir una espiritualidad de comunión que nos impulse a cuidar el tesoro que es cada hermano, servirle con admiración y respeto, perdonarle desde Cristo, abrazarle y besarle (ahora con las miradas, sonrisas y sobre todo desde la oración). En comunión para ayudar con el peso de tantos que ahora se están agotando y necesitan nuestra oración y bendición. Debemos, como decía Benedicto XVI, transfigurar el sufrimiento con el amor y compartir el dolor de los demás (consolación). Con los enfermos de casa, con los papas cansados o niños nerviosos, con nuestras llamadas y mensajes a los que están solos, con miedo o enfermos, con nuestra oración y lágrimas ante el Señor.

Por la comunión de los santos, la oración tiene un gran poder para sostener, consolar, fortalecer a tantísimas personas que estos días se están desviviendo. Para levantar a los que se caen. Para iluminar a los que tienen que actuar. Para sanar a los que enferman. Para salvar a los fallecen. Dios hará milagros gracias a la oración de sus hijos.

Ser personas de oración humilde, perseverante y en comunión como san José

Por eso es hora de ser como san José: personas de oración humilde, perseverante y en comunión: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá” (Mt 7,7). Por la oración humilde del rey David que reconoció su pecado Dios detuvo la plaga de la peste (cf. 1Cro 21, 1-16). Por la intercesión de Moisés con los brazos alzados el pueblo elegido ganó la batalla (cf. Ex 17, 8-15). De noche el patriarca Jacob luchó con Dios clamando: “no te soltaré hasta que me bendigas” Gn 32, 27. En este tiempo de oscuridad no soltemos al Señor hasta que nos bendiga. Seamos tenaces y perseverantes como la parábola de la viuda inoportuna (cf. Lc 18, 1-8).

Cuando oramos en comunión como los primeros cristianos que perseveraban unánimes en la oración (Hch 1, 14) con un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4, 32), somos «muralla fuerte» contra el poder del enemigo. Cuando somos uno intercediendo por los demás, nos unimos a la gran oración sacerdotal de Jesucristo que ora al Padre. Es el momento de clamar a Dios como Cristo en la Cruz porque “todos los infortunios de la humanidad de todos los tiempos, esclava del pecado y de la muerte, todas las súplicas y las intercesiones de la historia de la salvación están recogidas en este grito del Verbo encarnado” (Catecismo de la Iglesia Católica 2606). Desde aquí comprendemos las preciosas palabras de santa Teresa Benedicta de la Cruz citadas por el papa Francisco: “en la noche más oscura surgen los más grandes profetas y los santos. Sin embargo, la corriente vivificante de la vida mística permanece invisible. Seguramente, los acontecimientos decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia. Y cuáles sean las almas a las que hemos de agradecer los acontecimientos decisivos de nuestra vida personal, es algo que solo sabremos el día en que todo lo oculto será revelado”. Esas almas ocultas que pueden cambiar el curso de la historia podemos ser nosotros con nuestra oración. Así seremos María que une su intercesión a la de su Hijo.

Los esposos veros a la luz del plan de Dios en vuestra vida

Ahora que muchos esposos vais a pasar más tiempo juntos, que maravilloso sería que el Espíritu Santo renovase esta luz en la mirada que moraba en José y María. Pedimos al santo Patriarca que cada esposo y esposa se contemplen así. Tu marido o esposa tiene límites, defectos y pecados. Te ha podido defraudar y desilusionar muchas veces…. ¿Y si pudieseis contemplaros como lo hace Dios Padre? Veros a la luz del plan de Dios en vuestra vida. Ella, él, es el hijo precioso que Dios te ha confiado. Ella, él, es el instrumento directo y querido por el Señor para tu santidad, para que edifiques tu vida sobre la roca de la voluntad del Altísimo. Pedimos a san José su ternura para contemplar los límites, defectos y pecados de tu cónyuge y la mirada amplia para descubrir con ojos nuevos su extraordinaria grandeza y el don que sois el uno para el otro. Son días para vivir en familia y volver a descubrir el tesoro de nuestros hogares, sacramentos del amor trinitario. Que san José ayude a todas las familias a vivir las virtudes domésticas del hogar de Nazaret.

¿Cómo amar como Jesús me ama?

¿Cómo amar así? En lo pequeño y ordinario que nos pide ahora Dios. En lo escondido. Como mirar lo bueno que hay en el hermano y servirle con alegría y esmero. Como perdonar siempre. ¿Cómo amar como Jesus me ama? ¿Cómo vivir ese don mutuo entre José, María y Jesús que convirtió un hogar pobre en un inmenso Cenáculo de caridad, paz y felicidad? ¡Es un don y se llama caridad! Lo concede el Amor y Don personal que es Espíritu Santo que transfigura interiormente nuestro amor y le da la capacidad de participar en el mismo amor de Jesucristo. Esta fuente maravillosa y absolutamente necesaria para la santidad brota de la amistad con Jesús que nos transforma hasta el punto, como dice el papa Francisco en la carta sobre la santidad de ser «Cristo amando en nosotros». Con palabras de santa Teresa de Liseaux: deseo amar como Tú nos has amado. “Pero esto no es posible dada mi debilidad e imperfección” y por eso añade: «nunca podría amar a mis hermanas como tú las amas si Tú mismo, Jesús mío, no las amaras también en mí.  Sí, lo sé, cuando soy caritativa es únicamente Jesús quien actúa en mí».

Crecer en la vida interior uniéndonos cada día a Cristo

Si la caridad brota de la amistad con Jesucristo, es necesario que la amistad crezca uniéndonos cada día con Él. Necesitamos crecer en vida interior. Sin ella, podemos correr el riesgo de caer en la superficialidad, de no crecer en este tiempo de prueba conformándonos con el mínimo de que el tiempo pase de un modo más o menos llevadero. Pero si cuidamos la vida interior, podremos ser transformados a imagen de Cristo para ser las personas que Dios necesita para renovar su Iglesia y la sociedad. Personas de auténtica fe, capaces de una amor fiel y servicial, auténticos discípulos de Jesucristo que saben escuchar y obedecer, que portan su fortaleza y caridad, para ser así apóstoles que dejen al Salvador actuar.

San José es el hombre del silencio, de la vida interior. Su extraordinaria grandeza brota de esta fuente. Es cierto que no podemos salir a participar de la santa Misa, pero es el momento de poner un altar en el corazón y en el hogar. Recordemos que desde el bautismo somos sacerdotes y se nos ha dado un poder maravilloso: ofrecer al Padre todos nuestros quehaceres para que le den gloria. El poder sacerdotal de interceder por los demás, de bendecirlos. Y la capacidad de vivir el encuentro con Dios en la intimidad. Es el momento de recordar que Jesucristo habita en la familia en virtud del sacramento del matrimonio: los esposos hacen realmente presente a Cristo Esposo en el hogar que se convierte así, en feliz expresión de nuestro santo Patrón san Juan Crisóstomo, en iglesia domésticas.

El deseo eucarístico nos debe llevar a poner más amor en la comunión espiritual

Gracias a Dios tenemos tantos medios telemáticos que nos pueden facilitar crecer en vida interior: oración personal y en familia. Participar en la Eucaristía por internet, radio o televisión viviendo la comunión espiritual. El deseo eucarístico nos debe llevar a poner más amor en la comunión espiritual para que la gracia del sacramento nos llegue ahora que no podemos participar del culto público. Cuánto bien nos puede hacer el ayuno eucarístico para vivir después cada Misa, con palabras de Teresa de Calcuta, como si fuese la primera Misa, la última Misa, la única Misa. Para dolernos de tantas comuniones distraídas sin caer en la cuenta de que es un don absolutamente inmerecido, de tantas eucaristías somnolientas. Para unirnos a millones de hermanos que tienen graves dificultades para gozar del sacramento de la Vida y el Amor que es la Eucaristía. Qué bien podemos comprender ahora la necesidad de los sacramentos que deben «tocar el cuerpo». Ahora no podemos, pero cada sacramento realmente unge el cuerpo para transformar las relaciones que establecemos con nuestra corporeidad: filiación, esponsalidad, amistad, fraternidad, para que sean transformadas a imagen de Jesucristo. También nos puede ayudar a valorar el bien que supone tener sacerdotes que, a pesar de su fragilidad, nos sirven mediante el don inestimable de los sacramentos.

Mirar a Jesús como Pedro caminando sobre las aguas

Lectura de la Palabra de Dios, Rosario en familia, lectura espiritual que se puede convertir en una fuente de gozo inmenso. Veréis como esto ayuda a disfrutar y aprovechar el tiempo. Y mucha presencia de Jesús: mirarle interiormente multitud de veces para percibir que quiere en ese momento de nosotros, para descansar en Él tras los enfados, cansancios, miedos…. Por favor, no dejéis de mirar a Jesús como Pedro caminando sobre las aguas. No miréis solo las grandes olas que se están levantando cerca de nosotros. Buscar la mirada del Amor fuerte y fiel. Y cada vez que nos caigamos, ¡coger la mano de Jesús! No de vez en cuando: muchas veces cada día. Como lo hacía José anclando su vida en el Amor del Padre y en el amor de María.

Unidos en la oración y en la caridad, especialmente en este tiempo de poda para dar más fruto, con san José y, muy, muy especialmente con la Señora. Como pidió el Señor, el discípulo la debe “meter en casa”, en todas sus cosas. Que todo lo hagamos con María. Y en esa tierra abonada por el Espíritu crecerá su Hijo en nosotros.

19 de marzo de 2020

Parroquia de san Juan Crisóstomo. Madrid

P. Fernando Simón Rueda

Párroco de la Parroquia de san Juan Crisóstomo. Madrid

Asesor espiritual y miembro del Consejo de Redacción de Camino Católico

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