Concepción Palacios intuyó con 15 años la llamada del Señor a ser monja: «Tenía que responder al amor que Dios me tenía, y Él quería que fuese entregándome plenamente»

* «Somos incapaces de ver a Dios, pero yo de lo que sí estaba segura era de que, si entraba, era para siempre. Toda vocación, no solo el matrimonio o el convento, no conlleva seguridad… Mi familia les costó pero luego me apoyaron completamente. Al principio no me sentí apoyada al completo por mis amigos, pero realmente me daba igual… No tenemos móvil ni Whatsapp, pero es que somos monjas contemplativas, de clausura, pero, aun así, nos vamos adaptando a lo que el mundo va pidiendo… Yo la soledad la veo positiva. Si no sientes soledad, es muy difícil encontrarte con Dios y estar a solas con Él. Se necesita soledad para descubrirle. Pero esta soledad no es negativa, la que yo misma he descubierto aquí es positiva para mi encuentro con Dios»

Camino Católico.- Sor Concepción Palacios, antigua alumna de la Universidad Francisco de Vitoria (UFVy monja del colegio de las Madres Agustinas de Talavera de la Reina, ha concedido una entrevista a Paula Salinas de Mirada21.es en la que reflexiona sobre su vocación y sobre cómo la universidad le ayudó en ese camino. Asegura que toda vocación conlleva una cierta inseguridad, pero asegura estar convencida de que su llamada es “para siempre”.

– ¿Cuándo se da cuenta de su verdadera vocación?

– El momento clave no lo sé, pero empecé a intuirlo en el verano de 2º de la ESO a 3º de la ESO, con unos 15 años. Algo intuía de antes, pero lo dejé pasar. Fue con esa edad cuando realmente me di cuenta.

– ¿Qué le llevó a dar el último paso?

– Tenía la necesidad de responder al amor que Dios me tenía, vi que Dios me quería realmente y yo tenía que responderle, y Él quería que mi respuesta fuese entregándome plenamente.

– ¿Con cuántos años entró al convento?

– Yo tenía cuando entré 18 años. Me acuerdo de que entré un 31 de julio y en agosto cumplía los 19.

– ¿Se sintió apoyada en todo momento?

– Sí, tanto por parte de mi familia que, aunque al principio les costó, luego me apoyaron completamente, como por la comunidad, lógicamente (risas). Al principio no me sentí apoyada al completo por mis amigos, pero realmente me daba igual.

– ¿Qué echa de menos de su vida de fuera?

– Pasar ratos con toda mi familia es lo que más echo de menos, cuando se juntan en las bodas o en los bautizos. Además, mi familia entera se reúne una vez al año y yo no puedo estar ahí. Eso es sin duda lo que más echo de menos.

– ¿Tuvo miedo del qué dirán?

– No. Me daba igual, yo estaba segura de que mi decisión me iba a hacer muy feliz. Me daba igual lo que dijesen los demás.

– ¿Cree que una chica antes de dar el sí puede llegar a estar completamente convencida de que esa es la decisión correcta?

– Creo que no, pero esta decisión yo la comparo con un matrimonio. Tú te fías que puede ser la decisión correcta, pero no estás 100% segura, y nunca lo vas a estar. Con más motivo, en este tipo de vocación, ya que no ves a la persona. Somos incapaces de ver a Dios, pero yo de lo que sí estaba segura era de que, si entraba, era para siempre. Toda vocación, no solo el matrimonio o el convento, no conlleva seguridad. Es como cuando estudias una carrera, piensas que realmente es lo que te gusta, pero puede que a medida que la estudias, te das cuenta de que no, pero te fías, te lanzas, y al final lo descubres.

– ¿Cuáles son las fases por las que pasa hasta ser monja?

– Ahora lo han cambiado, pero yo estuve un año de postulante, que es como un año de prueba. Este año sirve para ver si realmente tienes vocación, pero también es un año de prueba para la comunidad, ya que ellas también tienen que comprobar que eres apta y tienes un firme convencimiento de tu decisión. Después de este año, tienes que estar dos años de novicia, donde llevas, en nuestro caso, el hábito blanco y, por último, cinco años de votos temporales. Ahora es un año más de postulante, que se conoce como prepostulantado.

– ¿A qué se dedica ahora? ¿Se dedica a ello por decisión propia o porque es lo que se le ha mandado?

– Soy profesora de este colegio (Madres Agustinas) además de cuidar a las enfermas, ya que soy enfermera. Fue una decisión propia, aquí también soy libre de decir que no lo quiero hacer, pero también sé que, si yo entraba en esta comunidad, era para eso, esta comunidad tiene este apostolado; igualmente, soy una amante de la enfermería, me encanta, así que lo hago porque realmente me gusta.

– De pequeña, ¿qué quería ser?

– Enfermera.

– ¿Se ha arrepentido alguna vez desde que está aquí?

– No, nunca.

Sor Concepción Palacios. Foto: Paula Salinas

– ¿Considera modernas a las monjas? ¿Se adaptan constantemente a la vida?

– Somos normales (risas). Sí que nos adaptamos, sobre todo en comparación con otras monjas, somos bastantes modernas. No tenemos móvil ni Whatsapp, pero es que somos monjas contemplativas, de clausura, pero, aun así, nos vamos adaptando a lo que el mundo va pidiendo.

– ¿Sufre en algún momento del día la soledad?

– Sí, pero no como algo negativo, yo la soledad la veo positiva. Si no sientes soledad, es muy difícil encontrarte con Dios y estar a solas con Él. Se necesita soledad para descubrirle. Pero esta soledad no es negativa, la que yo misma he descubierto aquí es positiva para mi encuentro con Dios.

– ¿Tienen que cumplir algún requisito para entrar al convento?

– No, ninguno. Simplemente que tengas vocación y estés dispuesto a dar la vida por Dios y por los hermanos.

– ¿Tiene dudas de fe o ha pasado por alguna de esas rachas?

– De momento, no. En el futuro, no lo sé (risas).

– ¿Cómo sabe que es plenamente feliz si entró tan joven al convento y no ha vivido determinados momentos?

– Yo no pienso que esos momentos a los que aludes den la felicidad. Creo que lo que realmente te da la felicidad es estar en lo que tienes que estar en cada momento, y yo pienso que la voluntad que Dios tiene para mí me da la felicidad, porque sí que es cierto que hay momentos que no he vivido, pero otros muchos sí, y ahí me daba cuenta de que no era feliz.

– Fuera se piensa que su vida se basa en rezar, ¿es así?, ¿cómo es el día a día de una monja?

– (Suspira y se ríe) ¡Madre mía! Es verdad que rezamos mucho, pero porque somos monjas contemplativas y nos basamos en rezar, pero nuestra vocación también tiene una misión muy concreta que es el colegio. Nos levantamos y lo primero que hacemos es ir a misa y rezar, y después ya estamos toda la mañana en el colegio. Antes y después de comer también rezamos, pero el de después es muy breve. Por la tarde, tenemos visitas o reuniones, además de estar todas juntas. Al final de la tarde, también rezamos, pero no nos basamos en eso. Además, como soy la enfermera, estoy muy pendiente de las monjas que ya son mayores.

– Estudió en la Universidad Francisco de Vitoria  (UFV), ¿cómo le ayudó la universidad en su camino?

– Yo, la verdad, es que me siento muy privilegiada de haber podido estudiar ahí porque me ha ayudado a vivir mi vocación en una sociedad que no se entiende y que todo te lleva a vivir como nosotras no intentamos vivir (risas). Entonces, es cierto que en la universidad he tenido siempre mis espacios para intentar hacer mi vida, como rezar en la capilla. Además, todo lo que te enseñan en la carrera, en mi caso Enfermería, iba muy centrado en la persona y siempre había asignaturas como Teología que me ayudaban en mi proceso. Mi vocación no ha sido muy racional, ha sido más bien sentimental, porque sentía que Dios me amaba, al mismo tiempo que la universidad me ayudaba a dar razones a mi fe con esas asignaturas. Por otro lado, la gente se volcaba conmigo por ser religiosa, cualquier cosa en la que me podían ayudar, por ejemplo, darme permisos como, en lugar de estar en un hospital, poder estar en otro donde me sintiese más cómoda, ha hecho que mi vocación se afianzase mucho más.

– ¿Cree que la universidad ofrece posibilidades de seguir a Dios?

– Muchísimas. Yo me quedé gratamente sorprendida porque ves a Dios por todos lados, hay muchísimas actividades que están continuamente activas tanto en las clases como en el campus. Además, ver a los sacerdotes y a las consagradas pasear por la universidad te lleva indirectamente a Dios. También los viajes o voluntariados que organiza la universidad en relación con Dios te acercan a Él.

– Y eso en una universidad en la que convive gente de diferentes credos…

– De hecho, yo me hice amiga de una musulmana. La UFV tiene su ideario y te va a enseñar ciertos valores, pero no te impone que los sigas. Ellos te dan su punto de vista e intentan involucrarte en una sociedad con la finalidad de que la mejores, por eso el lema de la universidad es “vence el mal con el bien”, pero nunca te lo imponen, por lo menos desde mi experiencia ha sido así.

– ¿Se sintió muy observada mientras caminaba por la universidad? ¿Se llegó a sentir incómoda?

– Al principio, un poco, pero poco después me sentí muy bien. Yo lo entiendo, es normal. Yo fui de las primeras monjas en ir a esa universidad y la gente se tenía que acostumbrar. Ese proceso fue muy corto y la gente se portaba muy bien conmigo.

Fuente:Mirada 21
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