Farah, monja carmelita en Daimiel: «Mi vida se centra en Cristo para orarle, adorarle, acoger las Bienaventuranzas y aprender a amar. Soy de Jesús y Él es para mí»

* «Siento que pertenezco a Jesucristo. Como entre personas enamoradas, soy de Alguien, amada por Alguien que da sentido a mi vida hasta en los actos mínimos. Y saber para Quién vivo y me hace vivir de Él y unida a Él más en la Eucaristía, todo tiene sentido y sabor: las aflicciones, la alegría. Jesús vive en mi corazón, llena mis pasos de su amor y realiza en mí y conmigo su Unidad absoluta de Amor recreando y enamorando en cada instante con su atención amorosa… Jesús es ‘El que está’. Alguien que me habita susurrando: ‘¡qué hermosa eres, amada mía!, ¡qué hermosa eres! Eres preciosa para mis ojos, y yo te amo’. En el cristianismo pues no estoy sola sino siempre en su Presencia, Amor eterno e infinito… El Espíritu Santo tiene su momento, pero necesitamos orarlo para que actúe en todos los lugares del mundo y todas las personas. Oro para que todas ellas tengan la verdadera fe y conozcan cada día y cada vez más a Jesús, y lo amen y lo hagan amar inmensamente, como Él lo merece»

Camino Católico.-  Farah es carmelita descalza en el convento de Daimiel. Nació en un pueblo de Madagascar; una zona cristiana protestante y católica. La primera proclamación del Evangelio se hizo en tiempos de San Vicente de Paúl en el sur de la Isla por los Padres Lazaristas, pero fue alrededor del 1850 con los Jesuitas cuando el catolicismo arraigó fuertemente, centrándose en la educación. Desde ahí y tras «vagabundear» en busca de sí misma, santa Teresa de Lisieux la atrajo al amor infinito de Dios que es, sin duda, un gran imán y un gran pozo de agua fresca para los corazones más sedientos. «Mi vida se centra en Cristo para orarle, adorarle, acoger las Bienaventuranzas y aprender a amar. Soy de Jesús y Él es para mí» dice a Ricardo Franco que la entrevista en El Debate.

–Farah, ¿es usted cristiana «de cuna» o conversa?

–Mi familia, desde temprana edad, me educó en la fe. Estudié en una escuela católica de los padres Carmelitas, entré en asociaciones católicas, donde llegué a ser animadora. La oración, la atención a los demás, la visita a los pueblecitos, la liturgia, la acogida de los pobres, la vida sencilla sin móviles en medio de la naturaleza: ríos, montañas, animales, campos de flores, mil juegos de niños, lluvia abundante, el perdernos en los bosques, los amigos, el calor del hogar, la ternura exquisita de mis padres, el amor de mis hermanos (siendo yo la más pequeña de la casa de mi padre)… han hecho mi vida cotidiana alegre e interesante, con tareas escolares, hasta la universidad adonde fui yo la única que comenzó porque, después del bachillerato, la mayoría de mis amigas entraron al Carmelo.

Solía visitarlas porque el Carmelo está justo a 10 minutos de la universidad. Un día, vi una frase de santa Teresa de Lisieux, una de esas frases que te penetra el alma. Dijeron que vendría su reliquia. Quería conocerla. A su llegada, lloraba, sin saber por qué, sin conocerla. De verdad el camino del Señor no es nuestro camino. Aquellas lágrimas despertaron mi deseo de entregarme al Señor según la espiritualidad de la pequeña Teresa. Empecé a leer sus obras y a profundizar muy concretamente mi fe.

–¿Qué ha encontrado en el cristianismo?

–Primeramente, he encontrado a Jesucristo que me ama. Entonces soy cristiana de christianós que, según los Hechos de los Apóstoles, se designa tres veces a los seguidores de Jesús, quien dio su Vida por mí y por cada persona humana. En Él, los cristianos saborean los prodigios del mundo futuro y su vida es arrastrada por Cristo al seno de la vida divina para que ya no vivan para sí los que viven, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos. Dios Amigo que vale la pena. Amor que tiene propiedad de igualar al que ama con la cosa amada; y san Pablo lo une más profundamente: «sois cuerpo de Cristo», «sois Templo de Dios», «sois de Cristo».

En definitiva, siento que pertenezco a Él. Como entre personas enamoradas, soy de Alguien, amada por Alguien que da sentido a mi vida hasta en los actos mínimos. Y saber para Quién vivo y me hace vivir de Él y unida a Él más en la Eucaristía, todo tiene sentido y sabor: las aflicciones, la alegría. Jesús vive en mi corazón, llena mis pasos de su amor y realiza en mí y conmigo su Unidad absoluta de Amor recreando y enamorando en cada instante con su atención amorosa. En el cristianismo pues no estoy sola sino siempre en su Presencia, Amor eterno e infinito. Vive Él: Vida, Verdad y Camino en mí y mi vida se centra en Él para orarle, adorarle, acoger las Bienaventuranzas y aprender así a amar, a amar hasta el fin en el día a día. En una palabra: soy de Jesús, yo soy para Él y Él es para mí. Vivo en Él como cristiano que vive solo por Cristo, que vive de Cristo, es decir, el que vive de su vida, y en quien Cristo vive y actúa en el mundo. Él es el único que nos puede salvar.

Carmelitas descalzas de Daimiel. Farah aparece en el centro de la imagen

–¿Por qué acaba una mujer en el Carmelo? ¿Qué buscaba en él?

–El Carmelo de santa Teresa, con sus numerosos santos y con su profunda y vasta espiritualidad, atrae a muchos y no solo en el ámbito del cristianismo, sino también de otras religiones. Hay muchas familias religiosas que se basan y se nutren de la espiritualidad carmelitana. La pequeña Teresa, de quien celebramos los 150 años de su nacimiento, con su Caminito y su conocida vida lleva a muchos a seguirla.

Así, atraída por el Carmelo hasta física y misteriosamente. Costó mucho trabajo salir de mi país porque era menor de edad. Después de pasar por la burocracia cambiando billete de avión una y otra vez, providencialmente dejé todo el día de la fiesta de santa Teresa de Jesús, sin conocerla. Luego, vagabundeaba en muchos lugares del mundo: desde Roma, la ciudad eterna hasta el rinconcito de Belén o la escondida capilla de Nazaret del hermanito Charles de Foucauld… Y al final: estoy en el Carmelo. Una de mis hermanas hizo la misma pregunta: ¿después de ver el mundo, por qué aquí?

Es historia de Dios conmigo. No como Israel que caminó por el desierto hasta la tierra prometida, sino junto al Maestro, pasé por los jardines, por montes perfumados y riberas hasta este lugar de la Mancha…, para caer en la cuenta de que lo que importa es a Quién busco, con Quién quiero estar y, no los lugares hermosos o una vida perfecta.

Así, no cogí las flores, ni temí las fieras, y pasé los fuertes y fronteras buscando al Amado, aprendiendo a ser hija de santa Teresa según su formidable experiencia y sus enseñanzas llenas de divina sabiduría y espléndida pedagogía. Claro, viviendo en una parroquia carmelitana desde niña, naturalmente respiraba ya teresianamente, porque santa Teresa entró espontáneamente en mi vida, mostrándome el camino de perfección a través del diálogo de amor con Jesús y la caridad fraterna. Me dejé fluir.

–¿Por qué este camino tan radical dentro de la Iglesia?

–Ante todo es obra de Dios. Me «primerea» simultáneamente, me hace desear: mi deseo de Dios, la sed de plenitud. A lo largo de estos años de peregrinar y «perderme», Él me busca a mí más que yo a Él, su Mano me cuida de una manera tan intensa, fuerte, profunda, continua, que hiere y misericordia… y crea en mí el darme a Él. Tal ósmosis la afirma san Agustín: «Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descansa en Ti» . Si conociésemos pues éste amor divino por mí también por ti y para este fin de Amor fuimos creados, entonces se vuelve natural consagrarnos a Él con inmensa generosidad, como Él lo ha hecho por nosotros a pesar de nuestras infidelidades y torpeza. Así lo explica san Juan de la Cruz: «Cayendo el alma en la cuenta de lo que está obligada a hacer; conociendo la gran deuda que debe a Dios en haberla criado solamente para Sí…».

La vida cristiana, pues, es en sí misma una vida sobrenatural, que va y vive de una manera más allá de lo habitual y aparente vida terrenal, porque es la vida de Jesús, el Maestro. Vida que se eleva más allá del sentido común, de la superficialidad, como expresa: «Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos». O sea, exige y aspira siempre a lo inmenso, a lo más, a lo divino que me engolosina a vivir con Jesús haciendo lo poquito que es en mí. Su Amor mejor y mayor se convirtió en mi Fortaleza y Alegría para solo contentar al Señor. Él regala las gracias necesarias, se hace a mi medida según mi capacidad y naturaleza. Por eso mi ser miserable, transfigurada y elevada por el Amor, se ha dejado atraer e invitar a darse entero y radicalmente a Él en la forma tan exigente, que es el Carmelo Teresiano.

–¿Qué ha encontrado en el Carmelo? ¿Qué tiene de especial?

Farah sintió la llamada de Dios a ser Carmelita Descalza al estar ante una reliquia de Santa Teresa de Lisieux

–«No somos islas sino archipiélagos. Todas las cosas son así, no es una aquí y otra allá, están conectadas por hilos invisibles: detrás de cada reacción siempre hay una relación», escribe Alessandro d’Avenia. Estamos en la era digital donde tal relación se reduce en conceptos, en masa de seguidores sin llegar a tocar el corazón, conectados sin con-tacto y emoción fugaz. En el Carmelo, pequeño colegio de Cristo, procuramos con verdad esta relación que va más allá. Desde el trato con Jesús como Amigo, «aquí todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de ayudar». Puesto que somos distintas, cada una con algo único que puede ofrecer a los demás. Relacionarse es un arte.

Vengo de una familia numerosa donde la amistad es imprescindible. Así en el Carmelo, descubrí una vez más la adaptabilidad del Señor al «tal como soy». Creo pues que cada hijo/hija de santa Teresa se identifica con ser especialista en Amistad. Tal continuo ejercicio de amor no es posible sin ser orante con la fidelidad a lo que el Señor nos confía: en las pequeñas y grandes cosas, en la cotidianidad, en la enfermedad y tribulación, como en la alegría y sequedad.

En un mundo donde vivimos la cultura de contenedor que desprecia el contenido, lo especial en el Carmelo es justo lo interior, llamada a ser auténtica y verdadera hasta parecer que no hacemos nada. No hay productividad y nuestra oración es una espera, no resultado inmediato. Pues es vida sencilla puesta continuamente a prueba en busca del Amado y contentarle desde nuestra pobreza. En definitiva, una vida hecha para ser totalmente del Otro, con gratuidad a Aquel que pronunció: «Tú eres mía». Un sí para siempre, que se abre para acoger una Presencia: Señor, aquí la palma de mis manos, las vidas, los rostros, las historias, los dejo fluir entre mis dedos para que los mires.

–A su juicio, ¿cree que se conoce realmente qué es la fe cristiana?

–Hay personas que conocen a Jesús, en cambio, otros lo ignoran por completo. Desafortunadamente, hace mucho que el Occidente se alejó de Dios y vive como si Dios no existiera, a muchas personas no les interesa la fe o la religión, viven sin hacerse las preguntas fundamentales de la vida: de dónde y de Quién venimos, adónde vamos, por qué vivimos… día tras día sin referirse a Dios, a verdaderas virtudes y profundas responsabilidades personales y sociales. Un desorden de la jerarquía de valores perdiendo la mejor parte, lo más importante, lo único necesario.

Sin embargo, creo también que muchos de nosotros cristianos, no conocemos qué es la fe cristiana. Primero porque la fe es un Don, hay que desearla, acogerla y guardarla. Dice el Papa: «La fe no es una etiqueta religiosa, sino una relación personal con el Señor. Hagan creíble la fe a través de las decisiones. Porque si la fe no genera estilos de vida convincentes, no hace fermentar la masa del mundo. No basta que un cristiano esté convencido, debe ser convincente». En definitiva, es exigente, es seguir a Jesús Crucificado, desfigurado, en una sociedad donde se evita el mínimo sufrimiento, con comodidades, cultura del descarte, mundanidad y pocos quieren conocerlo. Bernanos escribe: «Nuestro Señor no escribió que fuéramos la miel de la tierra, muchacho, sino la sal…. La sal quema al contacto con la piel. Pero también evita que se pudra»; pues la fe escuece, resume Luigi Epicoco. La fe verdadera es atrevida, busca, lucha con discernimiento continuo, camina con corazón inquieto como los israelitas que se ponen en marcha porque «el amor de Dios es sorpresa, siempre sorprende, siempre nos mantiene alerta y nos sorprende». Como el relato de la mujer cananea, a veces la vida espiritual falla, no nos consuela, nuestra oración no obtiene respuesta y nos sentimos insultados, solos, incomprendidos, rechazados. La fe es permanecer.

El Espíritu Santo tiene su momento, pero necesitamos orarlo para que actúe en todos los lugares del mundo y todas las personas. Oro para que todas ellas tengan la verdadera fe y conozcan cada día y cada vez más a Jesús, y lo amen y lo hagan amar inmensamente, como Él lo merece.

 –Para usted, Farah, ¿quién es Jesús? ¿Qué es el cristianismo? ¿Qué es la Iglesia?

–«La Iglesia es el lugar para todos… ¡Todos, todos, todos!» afirmó el Papa Francisco a los jóvenes. «Hay espacio para todos, ninguno sobra, ninguno está de más» así como somos, porque Dios nos ama como somos, con los defectos, limitaciones y con las ganas que tenemos de seguir adelante en la vida, no como quisiéramos ser o la sociedad quisiera que seamos. La Iglesia es Madre de todos, que quiere que estemos con el Señor, con la misión de ir a los confines y traer a todos: sanos, enfermos, chicos y grandes, buenos y pecadores. Porque desde el comienzo de nuestra vida, Jesús llamó a cada uno de nosotros por nuestro nombre, porque ninguno de nosotros es un número, sino un rostro, un corazón.

El cristianismo es el encuentro con el Amor de Dios nuestro Salvador que nos ha creado como hijos suyos, nos ha redimido por su gracia y por el gran amor con que nos amó entregando a su Hijo único, «para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna». Después de experimentar ser amados y poder amar de Amor con la fuerza de este Don suyo, el cristianismo es un modo de vivir en la escucha constante a Jesús e ir apresurada a llevarle a nuestro prójimo, como María, para que muchos contemplen el Rostro del Amado.

Jesús es «El que está». Alguien que me habita susurrando: ¡qué hermosa eres, amada mía!, ¡qué hermosa eres! Eres preciosa para mis ojos, y yo te amo. Me dibuja en forma de caricia mientras seco las manos con toalla, de perfume de té de manzanilla que tomas en el invierno mientras vives el calor agosteño. Es Alegría que me mira hermoseando mi fealdad por puro Amor… La Verdad inmutable que me invita vivir su Alianza: «Estoy aquí para ti, tú eres amada por mi Amor eterno».


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