Homosexualidad: el derecho a tener un padre y una madre / Por Trayce L. Hansen*
21 de julio de 2010.- Los defensores del matrimonio homosexual creen que lo único que los niños necesitan de verdad es amor. Basándose en dicha suposición, concluyen que para los niños es tan bueno ser criados por unos amorosos padres del mismo sexo que por otros progenitores de sexos distintos. Pero esa premisa básica –y cuanto se deriva de ella– es falsa, porque el amor no basta.
Hombre y mujer hacen aportaciones diversas a la crianza de los hijos, cada uno de una forma singular e irrepetible por parte del otro. Dicho lisa y llanamente, las madres y los padres no son intercambiables. Dos mujeres pueden, cada una de ellas, ser buenas madres, pero ninguna puede ser un buen padre.
Hay cinco razones por las que ser criados por un padre y una madre redunda en el mejor interés de los hijos.
La primera es que el amor materno y el amor paterno, aunque igualmente importantes, son cualitativamente distintos y dan lugar a relaciones paternofiliales diferentes. Específicamente, la combinación del amor de madre, que muestra una devoción incondicional, y el amor de padre, que pone condiciones, es lo que resulta esencial para el desarrollo de un hijo. Cualquiera de estas formas de amor puede ser problemática sin la otra. Porque lo que un hijo necesita es el equilibrio complementario que ambos tipos de amor y de relación proporcionan.
En segundo lugar, los niños progresan a través de etapas de desarrollo predecibles y necesarias. Algunas etapas exigen más de una madre mientras que otras requieren más de un padre. Por ejemplo, durante la primera infancia, los niños de ambos sexos suelen estar mejor bajo el cuidado de su madre. Las madres tienen mejor sintonía con las delicadas necesidades de sus hijos más pequeños y, en consecuencia, responden de forma más adecuada. Sin embargo, en algún momento, si un muchacho ha de convertirse en un hombre como debe ser, tiene que despegarse de su madre y, en vez de ello, identificarse con su padre. Un chico sin padre carece de un hombre con el que identificarse y es más probable que tropiece con problemas a la hora de forjar una sana identidad masculina.
Un padre enseña a un chico cómo canalizar debidamente sus impulsos agresivos y sexuales. Una madre no puede mostrar a su hijo la forma de controlar sus impulsos porque ella no es un hombre y no tiene impulsos del mismo tipo. Un padre también inspira en un muchacho una forma de respeto que una madre no puede infundir: un respeto con el que es más probable tener a raya a un chico. Y ésas son las dos razones primordiales por las que los chicos sin padre tienen mayores probabilidades de caer en la delincuencia y acabar en la cárcel.
La necesidad de un padre también forma parte de la psique de las chicas. Hay ocasiones en la vida de una muchacha en las que sólo vale un padre. Por ejemplo, un padre ofrece a una hija un lugar seguro y sin contenido sexual en el que experimentar su primera relación hombre-mujer y afianzar su feminidad. Cuando a una chica le falta un padre que desempeñe ese papel, tiene más posibilidades de llegar a ser promiscua, en un intento equivocado de satisfacer su ansia innata de atención y aprobación masculinas.
El tercer motivo es que chicos y chicas necesitan un progenitor del sexo opuesto que les ayude a moderar sus propias inclinaciones vinculadas a su género. Por ejemplo, los muchachos se inclinan en general por la razón más que por la emoción; prefieren las normas antes que las relaciones; correr riesgos en vez de ser cautos, y optan por las normas por encima de la compasión, mientras que, por regla igualmente general, las muchachas se inclinan por lo contrario.
Un progenitor del sexo opuesto ayuda a su hijo o hija, según sea el caso, a controlar sus propias inclinaciones naturales enseñándole, con la palabra y de modo no verbal, el valor de las tendencias contrarias. Esa enseñanza no sólo facilita la moderación, sino que también amplía el mundo de cada hijo, ayudándole a ver más allá de su propio y limitado punto de vista.
En cuarto lugar, el matrimonio entre personas del mismo sexo incrementará la confusión sexual y la experimentación sexual de los jóvenes. El mensaje implícito y explícito del matrimonio homosexual es que todas las opciones son igualmente aceptables y deseables. Por tanto, incluso los hijos provenientes de hogares tradicionales, si caen bajo la influencia del mensaje de que todas las opciones sexuales son iguales, crecerán pensando que no importa con quién se relacione uno sexualmente o se case.
Sostener semejante creencia llevará a algunos jóvenes impresionables a considerar planes sexuales y maritales que nunca antes se habrían planteado. Y los hijos de familias homosexuales, que tienen más probabilidad de incurrir en experimentos sexuales, lo harán incluso en mayor medida, porque no sólo sus padres han establecido como modelo de conducta la sexualidad no tradicional, sino que también esta habría recibido la aprobación social.
Y quinto, si la sociedad permite el matrimonio homosexual, también tendrá que permitir otros tipos de matrimonio. La lógica jurídica es sencilla: si prohibir el matrimonio homosexual es discriminatorio, entonces, rechazar el matrimonio polígamo, el matrimonio “abierto” cuyos cónyuges mantienen varias relaciones al mismo tiempo, o cualquier otra agrupación marital será igualmente considerado discriminatorio.
Por supuesto que las parejas homosexuales pueden dar amor como las parejas heterosexuales, pero los hijos necesitan más que amor. Necesitan las cualidades distintivas y las naturalezas complementarias de un progenitor masculino y otro femenino.
* Trayce L. Hansen es Licenciada en psicología, con práctica clínica y forense en California