Joan Soler, sacerdote misionero en Togo: «Me di cuenta que incluso enfermo del todo, yo era un signo de Cristo en medio de ellos»

* «El cristianismo allí es una liberación radical porque te quita el miedo. Cuando se les habla de un Dios Todopoderoso y Misericordioso, pierden el miedo. ¿Quién puede estar en tu contra? Lo que les enseño es que nadie puede controlar tu vida si eres hijo de Dios. Hay que cambiar esta mentalidad que tenemos de que los pobres creen más porque son tontos o no tienen educación. Creen más los pobres porque tienen más confianza en Dios, y la gente aquí pone su confianza en los estudios, en el dinero, en lo que sea… Y ha olvidado algo más radical»

CaminoCatólico.com.-  En 2009 Joan Soler, a los 32 años, partió hacia Togo como misionero y el primer año ya se quería volver a España. «No hablaba la lengua, no entendía la cultura, me sentía que estorbaba y cogí todas las enfermedades posibles», explica a este periódico. Perdió 15 kilos de golpe. Se encontraba tan mal que había decidido comprar un vuelo de vuelta a casa.

Enfermo era un signo de Cristo

«Un día me vino a buscar el chofer del obispado para llevarme al hospital y, en el trayecto, me dijo: “Cuando te vemos que estás tan mal y continúas aquí con nosotros, esto nos da coraje para continuar luchando”». Aquel día decidió quedarse. «Me di cuenta de que Jesús trabaja de una forma distinta a la nuestra y que, incluso enfermo del todo, yo era un signo de Cristo en medio de ellos».

Y llegaron los frutos: junto con otro misionero de Gerona, Ramón Bosch, montaron la parroquia de san Pablo «en la que teníamos 1.700 catecúmenos o 120 monaguillos»; también «fundamos un colegio que ahora tiene 400 alumnos» o «una escuela de alfabetización…» a la que acudían principalmente niñas musulmanas que nunca habían ido a la escuela. «Les enseñábamos a leer, escribir, a contar. Era una fiesta cada vez que alguna conseguía sacarse el graduado escolar», asegura.

Joan Soler siempre encuentra un motivo para sonreír. Allí lo llaman “el hombre de la sonrisa permanente”). Él advierte que, en Togo, a diferencia de aquí en España, la gente tiene un sentido en la vida y “cree en algo”.

La llamada a dar más al Señor, a seguir a Cristo

Soler, siendo joven, sintió una “primera vocación” que todo cristiano comprometido va profundizando: la llamada a dar más al Señor, a seguir a Cristo. “Dentro de esta vocación luego nace la vocación al sacerdocio, que aumenta en tu vida”, explica. “Dios me decía “tienes que dar algo más de ti”.

“Me di cuenta de que faltaban sacerdotes, y de que Dios me llamaba a algo nuevo”, cuenta el padre Soler. Aunque le costaba mucho, Soler recuerda que llegó un momento en el que tuvo que tomar una decisión. “A mi familia le dije que quería ser sacerdote, pero no es muy religiosa y me dijeron que no”.

Descubrió en Guatemala que quería ser sacerdote misionero

Al final Soler terminó la carrera de Biología. “El verano antes, me fui a Guatemala en una experiencia de cooperación. No era nada de la Iglesia, sino del ayuntamiento de mi pueblo”, recuerda Soler. Allí no solo descubrió que quería ser sacerdote, sino que quería ser misionero. “Me di cuenta de que yo era feliz allí, con esa gente pobre, con la que compartía algo íntimo. La vida era más real”.

Soler se decantó por África, y estuvo en Mozambique como seminarista. Después entró en el IEME, y le enviaron a Togo. “Fui contentísimo. Busqué donde estaba en el mapa, y ya está”.

Creen en magia negra y vudú, pero en la trascendencia

En Togo, el ahora sacerdote se encontró con brujería y magia negra, pero también con un deseo de trascendencia. “Todo el mundo creía”, cuenta Soler. “Hay una dimensión espiritual que para ellos es muy importante”. En Togo, un cuarto de la población es cristiana (protestantes y católicos), otro cuarto musulmana y la mitad son animistas. “Varía mucho. Si vas a una zona rural, el 100% es animista, y a lo mejor si vas a una ciudad puede ser cristiana o musulmana”, explica Soler.

Según cuenta el misionero, en Togo hay mucha brujería, superstición y magia negra. “El cristianismo allí es una liberación radical”, explica. “Porque te quita el miedo. Cuando se les habla de un Dios Todopoderoso y Misericordioso, pierden el miedo. ¿Quién puede estar en tu contra?”.

Con todo, el sincretismo es una práctica habitual, y los conversos mantienen ciertas tradiciones animistas como el mito del ‘Sampola’. “Son unos gemelos, pequeños, que te vienen a atacar y te llevan al bosque”, explica Soler. “Te traumatizan, te vuelven loco o te matan. Y daban miedo, porque la gente cree mucho en ellos”.

 “Quitar ese miedo ancestral es muy difícil”, cuenta el misionero. “Fíjate que incluso aquí en España la gente tiene miedo al viernes 13, o no pasa por debajo de una escalera. Son cosas que quedan”.

Al sur del país el vudú y el mal de ojo son también el pan de cada día. Soler no tiene miedo de estas maldiciones. “Yo siempre les digo que con el blanco no pueden”, ríe el religioso. “Porque yo soy un hombre de fe. Lo que les enseño es que nadie puede controlar tu vida si eres hijo de Dios”.

La muerte de los niños son los momentos más duros

También hubo momentos en los que Joan Soler temió por su vida en Togo. En una ocasión, fue a visitar a un enfermo en la ciudad. La policía había matado a un niño, y había varias manifestaciones. “Estaban quemando el ayuntamiento”, recuerda Soler. “Me rodearon y me cogieron la moto. Gritaban: ¡Muerte al extranjero! Pensaban que yo era francés (Togo fue colonia francesa hasta 1960). Allí sí que me asusté un poco”, prosigue. “Pero vino un joven de la parroquia y dijo: es el père Soler, es el père Soler, y me dejaron pasar”. El sacerdote aun así confía en la gente, y piensa que allí, y en cualquier parte, siempre habrá más gente buena que mala.

El padre Soler también ha sufrido momentos de tristeza durante su misión en Togo. Los más duros, cuando algún niño de su parroquia fallecía. “Recuerdo sobre todo a uno… Un chaval muy majo, hacía la catequesis y tenía 14 años”, recuerda Soler. “Se fue apagando en una habitación, en su cabaña de barro, en la ciudad. Una cabaña de barro en los pueblos vale, pero una en la ciudad significa extrema pobreza”.

“Recuerdo que el último día que fui a verlo el chaval me dijo: me voy a morir. Fue muy duro. Yo le dije: si vives, te voy a regalar una camiseta del Barça. Le gustaba mucho el fútbol”, cuenta el misionero. “Al día siguiente, su madre lo tenía en brazos y estaba llorando. Había muerto. En la pared de la cabaña había dibujado la camiseta del Barça que quería”.

Soler lamentó profundamente la muerte del niño. “Pensé que no era justo. Moría porque era pobre. No era su momento y no lo merecía. Nadie lo merece, es cierto, pero si llega a estar en España no hubiera muerto. Es así”, apunta.

La gran alegría de la fe porque se confía en Dios

Aunque lo que más abunda son las alegrías, dice el padre Soler. “Hay tantas que no sabría por dónde empezar”, comenta. “Cada vez que un joven me venía y me decía que quería ser sacerdote, para mí era un momento precioso. Porque es tu vida y te das cuenta de que tu vida al otro le gusta. Y aquí, en España, te llaman desgraciado si te haces sacerdote”. Tampoco olvida «el progreso de los jóvenes que en un primer momento parecía que no llegarían a nada y hoy, muchos de ellos, tienen un oficio y han salido para adelante. Ayer mismo me llamó Philipe para contarme que se casa».

Togo ha ido evolucionando, y la Iglesia crece. El padre Soler tiene en el país africano 1.700 catecúmenos, 6 seminaristas mayores y 14 menores. “Es un lujo de fe”, dice Soler.

Soler cuenta también como una señora española le recriminaba que allí, en Togo o en cualquier país pobre, la gente cree más porque no tienen formación. “Porque son un poco cortos, recuerda Soler que le dijo la señora. “Yo le di las gracias diciendo que yo era sacerdote y que debía ser el más corto de todos”, ríe Soler.

“Hay que cambiar esta mentalidad que tenemos de que los pobres creen más porque son tontos o no tienen educación”, advierte Soler. “Creen más los pobres porque tienen más confianza en Dios, y la gente aquí pone su confianza en los estudios, en el dinero, en lo que sea… Y ha olvidado algo más radical”.

El padre Soler nota una gran diferencia entre Togo y España a la hora de reconocer un sentido en la vida. “Yo recuerdo que se murió una niña muy pequeña, muy pequeña”, explica. “Y yo me puse a llorar, porque ya me daba tanta pena… Y la madre, ¡La madre! Que estaba sirviendo la comida a los demás, me dijo: no llore, no llore. Ella ha venido al mundo, no le ha gustado, y se ha vuelto. Ellos tienen la certeza permanente de que hay algo más”.

“Aquí, en cambio, si se muere alguien con 60 o 50 años la familia se rebota, y se enfada con Dios”. El misionero lamenta que en España falta este sentido radical de ser Hijo de Dios. “¿Cómo hacemos que la gente en España vuelva a tener una vida con sentido? ¿Con un sentir de Dios?”.

“Los momentos en los que he sentido más a Dios ha sido en los más peligrosos y duros, cuando me sentía peor. Allí es donde he encontrado más a Dios. Cuando más lo necesitaba, es cuando más le encontré”, dice el padre Soler.

11.018 misioneros españoles

Ahora Soler está en España trabajando en su doctorado y este martes ha participado en la presentación de la Memoria de actividades de Obras Misionales Pontificias, que en 2017 acometió 1.201 proyectos. Fue él quien puso cara a los 11.018 misioneros españoles –mil menos que el año pasado y con un año más de edad media (74 años)– distribuidos por los cinco continentes, pero principalmente en América (55 %). Destaca la presencia en Perú (801), Venezuela (776) y Argentina (528).

A su vuelta, Joan Soler ha podido comprobar cómo «la Iglesia está haciendo en España muchas cosas buenas». Aunque, matiza, «es necesario que nos pongamos en misión. No podemos seguir con las mismas estructuras de hace 40 años. España ha cambiado un montón. La Iglesia ya no es significativa. El mensaje es precioso, pero nos falta un cauce nuevo para hacérselo llegar a los jóvenes y a la sociedad en general».

En este sentido, aboga por seguir el ejemplo de las misiones. «Cuando estás en misión, estás acostumbrado a pertenecer a una minoría dentro de una mayoría social que no es católica. Hoy, en España, tenemos que ponernos las pilas porque cada vez hay menos gente en las Iglesias. Tenemos que volver a poner a Cristo en el centro de nuestras actividades. Si al final no se ve a quién seguimos, no lo estamos haciendo bien. Jesús tiene que ser el centro», concluye.

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