John Edwards era bautista, cambió la fe por las drogas y en prisión «Jesús habló a mi corazón: `lo intentaste, ahora tienes una nueva vida y te vas a ir de aquí conmigo’»   

«Me levanté después de la Misa para irme, llegué a la puerta, y de repente, sentí una mano en mi hombro. No conocía a nadie allí. Me di la vuelta y dije `padre´, refiriéndome al sacerdote, y me dijo: ‘Hola, John’. Recordó mi nombre, me había conocido una vez cinco años antes. Y dijo: ‘No sé por qué tu familia no está aquí, pero Dios quiere que te diga que todo va a estar bien’. Y lo miré y pensé, ‘¿cómo puede saber eso?’ Y él dijo: ‘John, disfruta tu día, feliz Pascua’. Se dio la vuelta y se fue. Fui y me senté en el auto de mi papá y dije: ‘Eso es todo, eso es todo. Voy a recuperar a mi familia. Voy a dar mi vida a ti, Señor’… Dios dice: ‘Oye amigo, solo necesito un poco de ti. Solo necesito tu corazón y tu confianza’. Estas cosas muy simples» 

A.L.M. / Camino Católico.-  John Edwards que era Bautista, abandonó la fe, se introdujo las drogas y el alcohol, fue encarcelado y en la prisión tuvo un encuentro con Dios que cambió su vida: “Jesús acababa de hablar a mi corazón. Recuerdo haber pensado que lo tenía solo a él y me decía `lo intentaste, tu vida ha terminado, ahora tienes una nueva vida y te vas a ir de aquí conmigo”. Cerca de cumplir 45 años,  , John está casado con Ángela, padre de Jacob y dos gemelas, Caitlin y Allyson y, sobre todo, como «un discípulo de Jesucristo», que evangeliza hoy a cientos desde Just a Guy in the Pew con el compañerismo y la virtud. Ha contado su testimonio en un episodio del podcast “The Catholic Talk Show”.

En la universidad la inmersión en las drogas y el alcohol

Edwards nació y creció en Midtown, Memphis, (Estados Unidos) en una familia protestante, y rememora cuerda como una de sus grandes pasiones acudir a su iglesia bautista y pasar allí el mayor tiempo posible con su familia y amigos. A los 18 años, al ingresar a la universidad,tenía que comenzar solo, preguntándose cuál sería el nuevo lugar en el que encajar. Recuerda que finalmente se decidió por una fraternidad universitaria. Y también que el día que la visitó por primera vez como miembro sería también el último en pisar una iglesia durante años. Se sintió tan solo que decidió dejar la fe y vivir como sus compañeros le pedían para poder ser aceptado.

Poco a poco Edwards ingresó al mundo del alcohol y las drogas, pero gracias al gran éxito de su carrera, parecía que todo en su vida iba bien.

Edwards lo probó todo, desde el LSD hasta pastillas y marihuana. Recuerda especialmente la noche en que tomó «una de las peores decisiones» de su vida al probar la cocaína:

“Mientras caminaba por el pasillo, escuché voces y miré a través de una rendija en la puerta. Había un grupo de amigos sentados allí con líneas blancas en un tocador, y de inmediato supe lo que era. Había bebido mucho y estaba tratando de volver a casa. Los chicos me vieron, me pidieron que entrara y me dijeron: ‘Solo haz un poco de esto y llegarás a casa bien, te despertará y podrás conducir’. Sabía que no debía estar haciendo eso, pero lo hice de todos modos”, asegura.

Al principio, lo vivió como algo inocente, una novatada. «Podíamos beber mucho, salir de noche, era algo divertido. Pero como muchas cosas que empiezan pareciendo inocentes, no siempre lo son». Desde ese momento, Edwards empezaría a quedarse hasta las 4 o 5 de la mañana con sus compañeros de fraternidad drogándose, bebiendo hasta 30 cervezas en un día y fumando cigarrillos.

Consumiendo unos 20 gramos de cocaína y 30 cervezas al día

John Edwards – Foto:  Instagram Just a Guy in the Pew

“En la empresa en la que trabajaba, ascendí y fui un buen vendedor. Incluso fui el vendedor del año en una empresa. Desde afuera, parecía que lo tenía todo: buen trabajo, el auto, el dinero. Pero por dentro, era un desastre, solo una fachada y máscaras para ocultar la realidad”.

Debido a sus bajas notas, su padre decidió dejar de apoyarlo en el pago de la universidad, por lo que empezó a trabajar a tiempo completo.

“Me decía a mí mismo que nunca compraría drogas, que nunca tendría el número del dealer, pero todas esas cosas que dije de antemano empezaron a desmoronarse una tras otra. Así que me vi comprando una bolsa de 40 gramos de cocaína casi cada dos días. Tenía dinero y vivía solo, sin que nadie viera lo que estaba haciendo”.

John tenía dinero suficiente como para permitirse «el lujo» para sí mismo y también para sus amigos. Invitaba a alcohol, gasolina y drogas, pero la escena pronto dejó de ser agradable. «Todo acabó girando siempre en torno a dónde consumíamos, dónde conseguiríamos las drogas, en qué casa lo haríamos… pronto nos separamos», explica.

Enganchado, pero solo de nuevo, recuerda aquel momento como «el punto más bajo» en el que podía estar, consumiendo unos 20 gramos de cocaína y 30 cervezas al día.

Conoce a la que será su esposa y se acerca al catolicismo

En medio de esas tensiones conoció a Ángela, con la que pronto se casó: “Dios me visitó una noche cuando entré a un bar y conocí a Ángela. Ella trajo ese `algo´ a mi vida cuando necesitaba a alguien que se preocupara realmente por mí. Desde esa noche salimos, ella me aguantó y nos casamos poco después», recuerda.

Aquel fue su primer acercamiento al catolicismo. Pero él creía  que «las drogas pararían, que se irían solas, que decirle `sí´ a alguien para toda la vida solucionaría los problemas»… y no fue así. Comenzaron a llegar los hijos. Primero Jacob, al que «adoraba». Años después llegarían Caitlin y Allyson y Ángela, buscando llevar la fe a su marido, le perseguía para ir a misa en familia. Él, como cada domingo por la mañana, solo quería que pasase el tiempo… y la resaca.

Pero un día, en 2011, decidió ir a la parroquia de San Francisco, dirigida por el mediático sacerdote Larry Richards. Emocionado por su llamado a la acción, la virilidad y la virtud, empezó a leer sus libros y pareció que durante un par de semanas había cambiado de vida… «pero las drogas volvieron».

«Quiero que Dios cambie mi vida»

Y lo hicieron con fuerza. Relata que, aunque no lo hacía a propósito, ni si quiera parecía importarle el hecho de tener hijos o una esposa maravillosa. «Mi madre murió y lo único que me hizo sentir mejor fueron las drogas y el alcohol. No sentía nada. Me quedaba despierto hasta tarde, bebiendo entre 15 y 18 cervezas cada noche, fumando cigarrillos y consumiendo cocaína», relata.

Una de esas noches sintió algo raro. «Plap, plap, plap, plap… el corazón empezó a palpitar violentamente. Pero no quería despertar a Ángela y que me encontrara así porque sabía que podía dejarme… Pensé que iba a morir».

En pleno ataque, pensó en rezar y se dirigió a Dios prometiendo que si le salvaba, no volvería a consumir. Todo volvió a la normalidad. Se acostó y, por segunda vez, tomó la resolución de confesarse y recuperar su vida, entonces «fuera de control». «Le dije al sacerdote que era un mal padre, un marido terrible, inmaduro y que no sabía cómo cambiar y ser diferente. Quiero que Dios cambie mi vida», suplicó.

John Edwards, detrás en el centro, se dedica a evangelizar a grupos de hombres que se sirvan de apoyo mutuo en la vida de la gracia y la lucha contra el pecado a través de cuatro pilares: la adoración, el compañerismo y la camaradería, la entrega y la formación.- Foto: Instagram Just a Guy in the Pew

Otra caída antes de Pascua y encarcelado

La Semana Santa estaba cerca y, una vez más, parecía que Edwards iba a cambiar de vida. Especialmente tras la absolución, cuando se sintió vulnerable por primera vez en su vida y decidió romper con sus adicciones y tirarlo todo, la cocaína, el alcohol… incluso el tabaco.

Pero cuando llegó el jueves santo, cayó de nuevo y antes  de recoger a su hijo compró un nuevo cargamento del que consumir. Con lo que no contaba era que la DEA -la entidad federal que se encarga de combatir el tráfico y el consumo de drogas en Estados Unidos- le seguía. Segundos después, quedaba detenido y caminaba a prisión.

«Nunca olvidaré esa puerta gigante con barrotes, entrar y darme la vuelta mientras la puerta se cerraba lentamente con ese ruido característico» asegura. No paraba de pensar que su vida había terminado, a dónde iba a ir, cómo había llegado hasta ahí o qué pasaría con su mujer y sus hijos. «¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho?», se repetía. Y entonces, las palpitaciones volvieron, llevándole al borde de la desesperación y a pensar incluso en acabar con su propia vida.

Dios le da una nueva vida

«Entonces sucedió lo más extraño. Estaba allí sentado y de repente me invadió la calma. Nunca había sentido algo así y me invadió el pensamiento de que no podía hacer nada salvo sentarme hasta que me dejasen ir», recuerda.

Edwards solo pasó unos días en prisión. Pero con esa celda cerrándose tras de sí por última vez, supo que había sucedido algo más relevante que salir de la cárcel. «Recuerdo mirar hacia atrás, en la celda, donde Jesús acababa de hablar a mi corazón. Recuerdo haber pensado que lo tenía solo a él y me decía `lo intentaste, tu vida ha terminado, ahora tienes una nueva vida y te vas a ir de aquí conmigo´», relata.

John Edwards con su esposa Ángela y sus hijos: Jacob, Caitlin y Allyson- Foto: Just a Guy in the Pew

Aquel día era Pascua de Resurrección. En lo que parecía toda una analogía evangélica, Edwards se reconcilió con su padre cuando le recibió de su retención, le pidió perdón por sus errores. Y explica respecto a ese momento con su padre: “Me mira, este hombre que rara vez dijo ‘te amo’, no porque no lo sintiera, simplemente porque no sabía cómo expresarlo. Y me mira y dice: ‘John, ¿estás bien?’ Y yo le digo: ‘Sí, papá’. Y comienzo a quebrarme y llorar, esperando un regaño o un ‘¿qué has hecho?’. Pero él dice: ‘Hijo, te amo’, y me abraza’”.

Estos poderosos momentos de reconciliación y comprensión se convirtieron en la base de la conversión de Edwards. Comprometiéndose activamente con su fe, Edwards se involucró en la Iglesia e incluso comenzó un podcast para ayudar a otros hombres a superar sus luchas con la fe.

Al entrar de nuevo a la iglesia a misa y probar sucedió algo inexplicable: «Me levanté después de la Misa para irme, llegué a la puerta, y de repente, sentí una mano en mi hombro. No conocía a nadie allí. Me di la vuelta y dije `padre´, refiriéndome al sacerdote, y me dijo: ‘Hola, John’. Recordó mi nombre, me había conocido una vez cinco años antes. Y dijo: No sé por qué tu familia no está aquí, pero Dios quiere que te diga que todo va a estar bien’. Y lo miré y pensé, ‘¿cómo puede saber eso?’ Y él dijo: ‘John, disfruta tu día, feliz Pascua’. Se dio la vuelta y se fue. Fui y me senté en el auto de mi papá y dije: ‘Eso es todo, eso es todo. Voy a recuperar a mi familia. Voy a dar mi vida a ti, Señor'».

Su siguiente paso fue enfrentarse cara a cara con su adicción. Fue su padre  el que le llevó al centro de rehabilitación, pero lo que no esperaba era ver allí a Ángela. Él la miró de arriba abajo, atónito e incrédulo al escuchar que no iba a dejarle pasar solo por aquella situación.

Treinta días después, no quedaba nada del viejo Edwards. Se había desintoxicado, dejo las drogas y el alcohol y empezó a redirigir  su día a día.

Las Claves para seguir a Cristo

Una mañana, entró a la Iglesia y Dios terminó por «cambiar» su vida y le permitió «ver la belleza de la Eucaristía. Sentí que estaba hablando a mi corazón, como dándome el regalo de conocer las claves para seguir a Cristo».

John Edwards evangelizando en una parroquia a un grupo de hombres – Foto: Instagram Just a Guy in the Pew

John se confesó, comenzó a frecuentar la comunión y supo que podía ser una mejor persona. Desde entonces, dedica su vida por entero a su familia, a su fe y la evangelización a través de varios apostolados. Se cuentan por cientos las personas a las que desde  entonces sigue llegando a través de Just a Guy in the Pew, que dirige. Su apostolado tiene como fin ayudar a edificar en cada parroquia grupos de hombres que se sirvan de apoyo mutuo en la vida de la gracia y la lucha contra el pecado a través de cuatro pilares: la adoración, el compañerismo y la camaradería, la entrega y la formación.

Quiere dirigirse a otros hombres que pueden ser víctima de las adicciones o la debilidad,  invitándoles a «convertirse en los hombres por los que Cristo murió, para que sean lo que necesitan su familia e hijos y lo que todos necesitamos, porque nos necesitamos los unos a los otros. Dios dice: ‘Oye amigo, solo necesito un poco de ti. Solo necesito tu corazón y tu confianza’. Estas cosas muy simples».

El vídeo del testimonio de John Edwards en inglés


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