Lopez Lomong, el niño refugiado que ha llegado a ser corredor olímpico: «Dios ha estado conmigo incluso en las experiencias más traumáticas de mi vida»

* Al escapar del campo rebelde de prisioneros, al que fue llevado al ser secuestrado con seis años, dice que  “me acordé de la historia que cuentan los Hechos de los Apóstoles, cuando los ángeles liberan a san Pedro de la prisión en mitad de la noche. Dios hizo lo mismo conmigo y mis tres ángeles”

* «Dios ha estado guiándome para que me convirtiera en la mejor persona que pudiera llegar a ser. Él todavía me guía para que aspire a más y ayude a la gente de mi país que no pudo conseguir las mismas oportunidades que yo»

6 de junio de 2014.- (Belén Manrique / Revista Misión  Camino Católico)  Secuestrado con apenas seis años, el sudanés Lopez Lomong corrió su primera carrera exitosa para escapar del campo de prisioneros en el que iba a ser entrenado para soldado. Tras vivir como refugiado durante años, hoy corre en las olimpiadas por EE.UU para dar voz a los que no la tienen en su país natal.

¿Cómo es posible que un niño de Sudán secuestrado para ser convertido en soldado, haya llegado a competir como atleta en las olimpiadas de Pekín y Londres? Parece un excepcional guión cinematográfico, pero lo cierto es que hasta el detalle más aparentemente inverosímil de la vida del joven Lopez Lomong es verídico. 

En su país de nacimiento, Sudán del Sur, más del 70 por ciento de la población solo ha conocido la guerra. Los tres conflictos armados que acumula el país en los últimos cincuenta años han truncado la infancia de miles de niños, arrebatados a sus familias y reclutados como soldados – como el de la imagen de la derecha- para combatir. Lejos de desaparecer, en los últimos meses este drama se ha recrudecido al desencadenarse de nuevo la guerra entre dos de las principales etnias del joven país, independizado del norte en 2011. Pero como hasta en las oscuridades más profundas siempre brilla una luz, la buena noticia es que algunos de estos niños de la guerra logran escapar e, incluso, milagrosamente muchos vuelven a empezar de cero lejos del terror y del hambre. 

Esta es la historia del joven atleta Lopez Lomong. A los seis años, fue secuestrado durante la misa dominical de su pueblo natal por unos soldados rebeldes, combatientes en la segunda guerra civil de Sudán (1983-2005). Hasta entonces, Lopez era un niño feliz dedicado a jugar y a ayudar a sus padres en las tareas del campo. Tras ser arrebatado de los brazos de su madre y conducido junto con otros niños a un campo rebelde de prisioneros, permaneció tres semanas cautivo en un barracón, sin luz ni saneamiento alguno, alimentándose de arena y tiritando de frío durante las noches por las bajas temperaturas. Debido a las duras condiciones, todas las mañanas algunos de sus compañeros amanecían muertos. 

Sin embargo, este lugar miserable constituyó la línea de salida de la exitosa carrera vital de Lopez. Una noche, aprovechando que el soldado de guardia había abandonado su puesto, decidió escapar junto con tres amigos. Para él, los ángeles del Cielo trabajaron aquella noche para que pudieran lograrlo con éxito. “Me acordé de la historia que cuentan los Hechos de los Apóstoles, cuando los ángeles liberan a san Pedro de la prisión en mitad de la noche. Dios hizo lo mismo conmigo y mis tres ángeles”, cuenta en su libro autobiográfico, Correr para vivir (Editorial Palabra, 2013). Una vez libres, los cuatro corrieron sin apenas descanso durante tres días por la sabana africana, creyendo que tomaban rumbo de vuelta a casa; pero la realidad fue que avanzaban hacia la frontera con Kenia, donde varios soldados los llevaron al campo de refugiados de Kakuma, al noreste de Kenia, perteneciente al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (acnur). Una ciudad de tiendas de campaña cuya población mayoritaria son los niños sin hogar y en la que, en la actualidad, aún viven más de 100.000 personas, según acnur. 

Veloz como Michael Johnson

Kakuma se convirtió en la residencia de Lopez durante diez largos años y el resto de niños, en su familia. Contaban con una sola comida diaria, excepto los martes, cuando podían alimentarse de las sobras que los trabajadores de la onu arrojaban a la basura. El fútbol, las carreras y la asistencia a la iglesia católica del campo se convirtieron en sus vías de escape durante aquellos años, en los que la máxima aspiración de Lopez era sobrevivir. “Para no perder la esperanza y mantenernos vivos, intentábamos evitar pensar en el pasado y preocuparnos solo por la supervivencia del día a día”, cuenta el joven. Además, como sus padres nunca fueron a buscarle, Lopez se hizo a la idea de que habían muerto. 

Pero esta situación dio un giro de 180º el día en que acudió a una granja vecina para ver por televisión las olimpiadas del año 2000. Al ver competir al campeón olímpico Michael Johnson, uno de los mejores atletas de todos los tiempos, Lopez, dotado de grandes destrezas como corredor, comenzó a soñar con convertirse él también en atleta olímpico, e, incluso, tuvo la certeza de que lo lograría. “Si Dios me había conducido hasta Kakuma era por algo. Michael Johnson había ampliado mi horizonte; vi qué destino me tenía reservado Dios y estaba seguro de que no me faltaría su ayuda”, pensó en aquel momento. 

Tan solo dos meses después, la iglesia se convirtió precisamente en el salvoconducto para alcanzar esta nueva meta. “Un domingo, el sacerdote anunció que EE.UU quería que 3.500 niños perdidos sudaneses fueran reubicados en familias norteamericanas. Teníamos que elaborar una redacción en inglés contando nuestra historia vital y entregarla para ser seleccionados”, relata. Para Lopez, el hecho de que en una iglesia hubiese sido secuestrado y en otra se le ofreciera la oportunidad de viajar a EE UU no fue una mera coincidencia. “Dios mío, esto tiene que ser cosa tuya”, pensó. A pesar de su escaso inglés, con ayuda de sus compañeros, logró elaborar su redacción y, meses después, resultó seleccionado para ser acogido por una familia de Siracusa, en Nueva York. 

“Al llegar, pensaba que comenzaría a trabajar en una fábrica para salir adelante, porque en África me consideraba un adulto, pero tuve que aprender a ser un niño de nuevo”, explica Lopez, que por entonces tenía 16 años. Habituarse a las costumbres de la nueva cultura no le fue fácil. Los primeros días, se duchaba con el agua helada porque no sabía que saldría caliente con tan solo girar el grifo; era incapaz de comerse una hamburguesa entera porque se acordaba de que sus amigos no tenían qué llevarse a la boca; o se sorprendía porque los profesores no le pegaran en clase cada vez que cometía un error, como hacían en Kakuma. “Creí que se habían equivocado al darme una familia y la oportunidad de estudiar, por lo que esperé a que se dieran cuenta del error y me arrebataran aquella nueva vida maravillosa”, confiesa. 

Pero ese momento jamás llegó, y, gracias al apoyo de su nueva familia, Lopez ha podido alcanzar todos sus sueños. Tras años de intensa preparación para convertirse en atleta profesional, ha llegado a competir en las olimpiadas de Pekín 2008 y de Londres 2012. Hasta el presidente George Bush le saludó en Pekín y le transmitió su alegría por tenerle entre sus ciudadanos.

Sin embargo, el logro que más enorgullece a Lopez es haberse graduado en la universidad en 2011. “Ha sido un viaje muy largo. Proceder del lugar más bajo del mundo, de ser un refugiado que escribía con un palo en la tierra, hasta alcanzar más de lo que nunca había soñado: un título universitario”, exclama. La cadena de fortunios no termina aquí. El atleta ha podido reencontrarse con sus padres biológicos y regresar a su pueblo natal, donde fue recibido con grandes festejos y su padre destruyó la tumba que le había cavado años atrás, dándole por muerto. 

“Dios es el que me guía”

Lopez corre ahora para dar voz a los que no la tienen. “Dios ha estado conmigo incluso en las experiencias más traumáticas de mi vida, guiándome para que me convirtiera en la mejor persona que pudiera llegar a ser. Él todavía me guía para que aspire a más y ayude a la gente de mi país que no pudo conseguir las mismas oportunidades que yo”, explica. Por eso, cuenta con una fundación con la que contribuye a cubrir las necesidades básicas de la población de Sudán del Sur. Y, además, con ayuda de un grupo de musulmanes, está construyendo una iglesia de la reconciliación en el lugar en el que fue secuestrado.

 

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