Homilía del Evangelio del Domingo: Los dos caminos posibles para toda persona / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

* «La línea que divide, en nuestro Evangelio, a los ‘bienaventurados’ de los ‘desventurados’ no es así; es una barrera móvil, absolutamente posible de atravesar. No sólo se puede pasar de un sector a otro, sino que toda esta página del Evangelio fue pronunciada por Jesús para invitarnos y animarnos a pasar de una a otra esfera. La suya no es una invitación a hacernos pobres, ¡sino a hacernos ricos! ‘Bienaventurados vosotros, los pobres, porque vuestro es el reino de Dios’. Pensemos: pobres que poseen un reino, ¡y lo poseen ya desde ahora! Aquellos que deciden entrar en este reino son, en efecto, desde ahora hijos de Dios, son libres, son hermanos, están llenos de esperanza de inmortalidad. ¿Quién no desearía ser pobre de esta forma?»

Bienaventurados vosotros, los pobres! ¡Ay de vosotros, los ricos!: VI Domingo del tiempo ordinario C

Jeremías 17, 5-8; I Corintios 15, 12.16-20; Lucas 6, 17.20-26

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.-  La página del Evangelio de este domingo, las Bienaventuranzas, nos permite verificar algunas cosas que dijimos, con anterioridad, acerca de la historicidad de los evangelios [Ver pinchando aquí la meditación ]. Decíamos en aquella ocasión que, al referir las palabras de Jesús, cada uno de los cuatro evangelistas, sin traicionar su sentido fundamental, desarrolló un aspecto en lugar de otro, adaptándolas a las exigencias de la comunidad para la que escribía.

Mientras Mateo refiere ocho Bienaventuranzas pronunciadas por Jesús, Lucas refiere sólo cuatro. En compensación, sin embargo, Lucas refuerza las cuatro Bienaventuranzas, oponiendo a cada una de ellas una maldición, introducida por un «¡ay!». Más aún: mientras el discurso de Mateo es indirecto: «¡Bienaventurados los pobres!», el de Lucas es directo: «¡Bienaventurados vosotros, los pobres!». Mateo acentúa la pobreza espiritual («bienaventurados los pobres de espíritu»), Lucas acentúa la pobreza material («bienaventurados vosotros, los pobres»).

Pero son detalles que no cambian en lo más mínimo, como se ve, la sustancia de las cosas. Cada uno de los dos evangelistas, con su modo particular de referir la enseñanza de Jesús, subraya un aspecto nuevo, que de otra forma habría quedado en la sombra. Lucas es menos completo en el número de las Bienaventuranzas, pero recoge perfectamente su significado de fondo.

Cuando se habla de las Bienaventuranzas, el pensamiento va inmediatamente a la primera de ellas: «Bienaventurados vosotros, los pobres, porque vuestro es el reino de Dios». Pero en realidad el horizonte es mucho más amplio. Jesús traza, en esta página, dos modos de concebir la vida: o «por el reino de Dios» o «por la propia consolación», esto es, o en función exclusivamente de esta vida o en función de la vida eterna. Esto es lo que evidencia el esquema de Lucas: «Bienaventurados vosotros – Ay de vosotros»: «Bienaventurados vosotros, los pobres, porque vuestro es el reino de Dios… ¡Ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo».

Dos categorías, dos mundos. A la categoría de los bienaventurados pertenecen los pobres, los hambrientos, los que ahora lloran y los que son perseguidos y proscritos a causa del Evangelio. A la categoría de los desventurados pertenecen los ricos, los saciados, los que ahora ríen y los que son llevados en la palma de la mano por todos.

Jesús no canoniza sencillamente a todos los pobres, los que padecen hambre, los que lloran y son perseguidos, como no demoniza simplemente a todos los ricos, los saciados, los que ríen y son aplaudidos. La distinción es más profunda; se trata de saber sobre qué cosa uno fundamenta su propia seguridad, sobre qué terreno está construyendo el edificio de su vida: si sobre aquél que pasa o sobre aquél que no pasa.

La página de hoy del Evangelio es verdaderamente una espada de doble filo: separa, traza dos destinos diametralmente opuestos. Es como el meridiano de Greenwich que divide el este del oeste del mundo. Pero por fortuna con una diferencia esencial. El meridiano de Greenwich está fijo: las tierras que están al este no pueden pasar al oeste, igual que está fijo el ecuador que divide el sur pobre del mundo del norte rico y opulento. La línea que divide, en nuestro Evangelio, a los «bienaventurados» de los «desventurados» no es así; es una barrera móvil, absolutamente posible de atravesar. No sólo se puede pasar de un sector a otro, sino que toda esta página del Evangelio fue pronunciada por Jesús para invitarnos y animarnos a pasar de una a otra esfera. La suya no es una invitación a hacernos pobres, ¡sino a hacernos ricos! «Bienaventurados vosotros, los pobres, porque vuestro es el reino de Dios». Pensemos: pobres que poseen un reino, ¡y lo poseen ya desde ahora! Aquellos que deciden entrar en este reino son, en efecto, desde ahora hijos de Dios, son libres, son hermanos, están llenos de esperanza de inmortalidad. ¿Quién no desearía ser pobre de esta forma?

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús bajó de la montaña y se detuvo con sus discípulos en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón. Y Él, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía:

«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas.

Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción y llanto. ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas».

Lucas 6, 17.20-26


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