Manuel Arturo López Quintela, catedrático y experto en nanoquímica de la Universidad de Santiago, ateo convencido: sintió la «presencia suave» de Dios que lo transformó todo

* «Tuve una experiencia en el 96. Estaba leyendo en inglés un libro de Anthony de Mello, La oración de la rana, de pequeñas frases sueltas. Y en una frase del texto, Dios decía: «no leas sobre Mí, simplemente degústame». Y fue como si una lanza dulce penetrase en mí y me tirase. Era una presencia suave. Es indescriptible. Era como una fuerza poderosa. Incluso me caí, físicamente, a la cama que estaba allí al lado. Sentía como una especie de miedo por esa fuerza tan tremenda, aunque era dulce. Es difícil de explicar, pero alguna vez he podido describirlo a personas que han vivido algo similar y ellos sí lo entienden. El alma ya se había abierto, estaba como afinada, e iba detectando… Me dije: ‘¿Y ahora qué hago? ¿Cuál ha de ser mi camino?’ Y vi la cruz de un edificio, de una iglesia, y fui a preguntar. Necesitaba que me lo explicasen todo, que me explicasen la religión católica, porque yo no tenía ni idea. Quería confesarme antes de Navidades, quería sentir, quizá, lo mismo que sentía de niño. Y en una librería encontré un libro de San Juan de la Cruz, lo leí, me identifiqué y empecé a devorar libros de místicos. Ahora mis preguntas sobre ciencia me parecían banales»

Camino Católico.-  A veces, Dios «te tira del caballo», explica Manuel Arturo López Quintela, catedrático de Química de la Universidad de Santiago de Compostela. Él dejó la fe por completo siendo estudiante universitario, hacia 1970, y durante muchos años se declaró ateo. «Así, ateo, sin medias tintas, porque eso de agnóstico no me gustaba.Yo era ateo convencido». Pero tuvo una experiencia mística. Él no siempre la llama así, pero cumple las condiciones que usan los sociólogos y psicólogos para definirlas.

En 1974, un estudio del sociólogo y sacerdote Andrew Greeley, preguntó a casi 1.500 personas: «¿Alguna vez ha sentido que estuviera usted muy cerca de una poderosa fuerza espiritual que parecía sacarle a usted de sí mismo?» Un 35% decía que sí. Un 17% decía que lo había vivido varias veces. Repitió la encuesta catorce años más tarde, en 1987, en su estudio Mysticism goes mainstream. Ahora era un 43% la población que declaraba tal experiencia.

La experiencia mística tiene estas características, según el estudioso Joseph Hinman (The Trace of God, GrandViaduct, 2014):

– es «noética»: quien la vive siente que ha aprendido algo que es conocimiento verdadero, no mera sensación
– es «inefable»: es difícil de explicar con palabras
– es «sagrada»: se siente como fascinante, valiosa y sobrenatural, aunque no encaje del todo con la teología de la persona
– es a la vez «profunda, positiva, se disfruta»
– es «paradójica, desafía la lógica».
– es profundamente «transformativa», cambia tus valores, y te ayuda a «navegar» por la vida, te marca un rumbo

El catedrático gallego ha explicado a a Pablo J. Ginés en Religión en Libertad lo que le sucedió y encaja con la definición. Como siempre, hay que enmarcar la mística en la biografía personal y lo cotidiano.

López Quintela interviniendo en el momento de ingresar como miembro de la Real Academia de la Ciencia Gallega

Una fe infantil, que pronto se deshizo

«Nací en un pueblecito cerca de Orense y crecí en un ambiente rural y católico», explica a ReL este reputado experto en nanoquímica. «Íbamos a misa… más o menos. Mi madre era la que tenía más fe. Cuando me fui a estudiar el bachillerato a Orense, ya no tenía nadie cerca que pudiera responder mis dudas de fe. Y estudiando en la universidad en Santiago ya me alejé. Era el año 70, o sea, un entorno universitario después de los cambios del 68. Mi fe era absolutamente infantil y se deshizo«.

No es que López Quintela no se hiciera preguntas, porque sí se las hacía. «Antes de Química, pensé si quería hacer Filosofía. Incluso exploré un poquito el budismo zen. Pero, al final, pensé: ‘mira, Dios no existe. Y, si existiera, me complicaría la vida. Y así llegué a ser ateo convencido. No quería ser sólo agnóstico. No, yo era ateo, y discutía del tema con quien hiciera falta. Yo tenía una explicación científica para cualquier cosa y con eso ganaba las discusiones. Pero eso no bastaba para responderme las preguntas vitales que aún me hacía».

Las razones para no creer… no son científicas

López Quintela recuerda que estando en Bariloche, Argentina, ya cumplidos sus 40 años, le impresionaba la naturaleza que veía. Y estaba leyendo un libro de divulgación científica del físico George Smoot, Arrugas en el tiempo. «En este libro veía la imagen de unos científicos que subían a una montaña y allí encontraban ya a unos monjes. El hecho de que el mismo Smoot viniera a indicar algo así me hizo pensar, bajó una barrera para mí. ¿Y si había en la religión algo más de lo que pensaba hasta entonces?»

López Quintela recoge su nombramiento como miembro de la Real Academia de la Ciencia Gallega

Se planteó entonces: ¿hay razones científicas para no creer? «Me di cuenta de que uno puede creer, o no, pero vi que con las preguntas que usamos en el método científico, Dios no es descartable. Dios no es evidente, pero tampoco es evidente que haya que descartarlo. Aplicando la misma metodología que usaba en ciencias, la hipótesis Dios no era absurda. Solo eso ya ampliaba mi perspectiva».

Y poco después llegó su experiencia mística en 1996.

«Una presencia suave, indescriptible, como una fuerza poderosa»

A López Quintela le cuesta encontrar las palabras para definir su experiencia, pero cuando lo hace encajan con la definición de Joseph Hinman que citábamos antes: inefable, transformador, paradójico…

«Tuve una experiencia en el 96», explica. «Yo estaba en una habitación, esperando irme a otro sitio. Estaba leyendo en inglés un libro de Anthony de Mello, La oración de la rana, de pequeñas frases sueltas. Y en una frase del texto, Dios decía: «no leas sobre Mí, simplemente degústame». Y fue como si una lanza dulce penetrase en mí y me tirase. Era una presencia suave. Es indescriptible. Era como una fuerza poderosa. Incluso me caí, físicamente, a la cama que estaba allí al lado. Sentía como una especie de miedo por esa fuerza tan tremenda, aunque era dulce. Es difícil de explicar, pero alguna vez he podido describirlo a personas que han vivido algo similar y ellos sí lo entienden».

Fue transformador, porque fue un cambio total: ya las preguntas sobre la ciencia, o el día a día, no tenían ningún interés. Todo había cambiado.

«¿Y ahora qué hago?»

San Juan de la Cruz, un místico y analista de la mística

«Durante un tiempo me dije: ‘bueno, a lo mejor esto no tiene nada que ver con la religión’. Pero no, porque el alma ya se había abierto, estaba como afinada, e iba detectando… Me dije: ‘¿Y ahora qué hago? ¿Cuál ha de ser mi camino?’ Y vi la cruz de un edificio, de una iglesia, y fui a preguntar. Necesitaba que me lo explicasen todo, que me explicasen la religión católica, porque yo no tenía ni idea. Quería confesarme antes de Navidades, quería sentir, quizá, lo mismo que sentía de niño. Y en una librería encontré un libro de San Juan de la Cruz, lo leí, me identifiqué y empecé a devorar libros de místicos. Ahora mis preguntas sobre ciencia me parecían banales».

Por un lado, le costaba mucho explicar lo que le estaba pasando a sus amigos y familiares. «Eso ha sido un proceso largo y difícil», explica. Por otro lado, muchas cosas parecían encajar de forma natural, incluyendo la moral. «Me sentí como liberado, incluso antes de confesarme. Como automáticamente iba encontrando las cosas que había que hacer, el por qué, incluso sin recordar los mandamientos. Los leía y me decía: ‘claro, por eso yo me sentía mal‘. La ley de Dios era lo natural, me parecía que siempre tenía que haber sido así, que no podía ser de otra forma».

Todo le parecía natural en el mundo de la fe, con una excepción: ¡comprobar que pocos cristianos vivían algo así!

«Yo creía que todos los cristianos sentían lo mismo que yo, me asombró ver que no, que eran como yo antes, que no tenían esa raíz, ese amor… Eso me asombró de verdad. En Japón le dije a un profesor: a veces pienso que hay más cristianos aquí que los que conozco en mi país, y más personas con sensación de amor y entrega a los demás’. De hecho, aún hoy me cuesta encontrar personas con las que poder hablar de la fe. La realidad es que he recurrido más a los libros que a las personas. Quizá es por los círculos en los que me muevo. Recientemente me he apuntado a la Asociación de Científicos Católicos que se ha creado en Estados Unidos. Para crear algo así en España tendrían que juntarse científicos con unas ideas similares».

«Dios, ¿y ahora qué hago en la ciencia?»

Durante unos años, las preguntas sobre ciencia le parecían insípidas a este prestigioso químico gallego. Él le preguntó a Dios bastante tiempo: ‘¿y ahora qué hago, Señor? ¿Es que la ciencia ya no me interesa?’

«Entonces el Señor hizo aparecer ante mi una serie de temas muy interesantes, que me tienen entusiasmado, y es en lo que estamos trabajando ahora. Y pienso ciertamente que fue Él quien me llevó a que me dedicara a esta línea. Es un tema rompedor en nanotecnología, ya en el límite que ronda los átomos, con una química que está casi sin explorar. Es una frontera absoluta, y sus aplicaciones pueden llegar a terapias anticancerígenas. Ya estamos investigando en aplicaciones», explica.

A la gente que se hace preguntas sobre la relación entre la fe y la ciencia, les anima a explorar. «Les digo a mis alumnos que no se crean que sabemos tanto… ¿La dualidad onda-partícula? Sí, vale, es un concepto que usamos y aplicamos pero no está nada claro que lo entendamos. Respecto a la fe, mucha gente cree que sabe algo por la religión que dejaron, no sé, a los 13 años. Pero esa era una fe infantil».

«A cualquier persona que explore sin prejuicios le parecerán muy interesantes los libros de Joseph Ratzinger, preciosos, de lógica aplastante. Recomiendo Dios salve la razón, de Benedicto XVI y otros autores. Y me gusta Ateísmo no, gracias, una conversación entre el cardenal Brandmüller y el periodista Ingo Langner, porque es interesante para hacer pensar», concluye.

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