Miguel Martín, hermano de San Juan de Dios, ingresado en la UCI por COVID-19: «Tuve miedo pero nunca dudé que estaba en manos de Dios y rezaba: A tus manos encomiendo mi espíritu y mi cuerpo»

*  «¡Mi semana de Pasión, mi Semana Santa y mi Pascua de Resurrección más vivida en propia carne! Mi otra oración, sobre todo en la UCI, tomada de la oración a la Virgen del Pilar que cada día rezo al comenzar la jornada, –como aragonés que soy: …concédenos por intercesión de la Virgen María, FORTALEZA en la fe, SEGURIDAD en la esperanza y CONSTANCIA en el amor»

*  «Dos lecciones saco grabadas de esta experiencia que ha marcado mi vida. La primera, más de corte antropológico: los límites entre la vida y la muerte son muy débiles. Yo anduve, haciendo equilibrios, por entre medio de ellos. Y la segunda es que nunca, ni en los peores momentos, me sentí fuera de la mano del Padre. Siempre me sentí en un clima de paz y serenidad que no eran propiedad personal sino de Alguien que me las regalaba»

Miguel Martín / Camino Católico.- A veces cambian los roles en la atención a los enfermos. Esto es lo que le ha pasado al hermano hospitalario Miguel Martín, sacerdote del Hospital San Juan de Dios, cuando ha tenido que cambiar la bata por el pijama, como enfermo de COVID-19. Ha pasado 13 días en la UCI entre la vida i la vida y la muerte y cuenta en su testimonio, compartido en la web de la Diócesis de Sant Feliu de Llobregat, que «tuve miedo, pero nunca dudé que estaba en manos de Dios y rezaba: “A tus manos encomiendo mi espíritu…‘y mi cuerpo”». Esta es su experiencia vital contada en primera persona:

Jamás pensé que me tocaría a mí. Toda mi vida en hospitales, pero los enfermos eran “otros”. Llegué a asumir que quizá me podría afectar este virus tan extraño, pero de modo asintomático, cosa que algunos vaticinaban que sería lo más frecuente. Un par de tardes seguidas tengo fiebre. Víspera de S. José me hacen la prueba y doy positivo. ¡Casualmente, el día del santo a quien yo cada noche, antes de acostarme, le pido “una buena muerte”, pues para eso es el patrón!  Seguía convencido de que el curso de mi enfermedad sería leve. Tras siete días recluido en mi habitación noto que mi respiración no es normal. Me examina la doctora y me ingresa en una planta del Hospital St. Joan de Déu. Me hacen una placa de pulmón y, media hora más tarde, de nuevo la doctora me comunica: “Vamos a la UCI”. Era el 25 de marzo, la Anunciación a María. En mi interior pronuncié mi “Hágase en mí según tu palabra” más auténtico de mi vida.

Trece días en la UCI: ventilación no invasiva, que al no dar suficiente resultado se pasa a la ventilación mecánica (intubación); medicación diversa, sedantes para el sueño que me hacen vivir auténticas pesadillas nocturnas… hasta que empiezo a remontar, me quitan el tubo, puedo ya respirar por mí mismo, equilibran mi organismo. Y el día 8 de abril por la noche me envían a planta con la prueba del coronavirus ya negativa. Paso nueve días en la planta del Hospital, reponiendo el cuerpo y el espíritu. Me impresiona ver al Papa Francisco por TV en el Vía Crucis del Viernes Santo. Frente a una Plaza de San Pedro absolutamente vacía…

¡Mi semana de Pasión, mi Semana Santa y mi Pascua de Resurrección más vivida en propia carne! Mi oración, sobre todo en la UCI, se reducía a dos breves plegarias. Una de ellas del propio Jesús: “A tus manos encomiendo mi espíritu… ‘y mi cuerpo’”. La otra, tomada de la oración a la Virgen del Pilar que cada día rezo al comenzar la jornada –como aragonés que soy–: “…concédenos por intercesión de la Virgen María, FORTALEZA en la fe, SEGURIDAD en la esperanza y CONSTANCIA en el amor”.

Dos lecciones saco grabadas de esta experiencia que ha marcado mi vida. La primera, más de corte antropológico: los límites entre la vida y la muerte son muy débiles. Yo anduve, haciendo equilibrios, por entre medio de ellos. Y la segunda es que nunca, ni en los peores momentos, me sentí fuera de la mano del Padre. No digo que no tuviese miedo, pero sí que siempre me sentí en un clima de paz y serenidad que no eran propiedad personal sino de Alguien que me las regalaba.

Siempre había visto el hospital desde mi bata blanca. Observado desde el pijama, y en algunos momentos desde los pañales (que de todo hubo), descubrí, junto a la gran capacidad científica y técnica, la gran talla humana de la práctica totalidad de los profesionales, fuera cual fuera su misión. Sus miradas cálidas y sonrientes, sus palabras siempre llenas de ánimo, su discreción…

Verdaderos buenos samaritanos a quienes tanto debo y de los que tanto he aprendido… y ello tras haber pasado casi toda mi vida en un hospital… ¡pero con bata!

Miguel Martín, OH

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