Homilía del Evangelio de la Misa de Medianoche de la Natividad del Señor: Navidad, suprema manifestación de «la filantropía de Dios» / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

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* «Sólo después de haber contemplado la «buena voluntad» de Dios hacia nosotros podemos ocuparnos también de la «buena voluntad» de los hombres: de nuestra respuesta al misterio de la Navidad. Esta buena voluntad se debe expresar mediante la imitación de la acción de Dios. Imitar el misterio que celebramos significa abandonar todo pensamiento de hacer justicia solos, todo recuerdo de ofensas recibidas, suprimir del corazón todo resentimiento aún justo, y ello respecto a todos. No admitir voluntariamente ningún pensamiento hostil contra nadie; ni contra los cercanos ni contra los lejanos, ni contra los débiles ni contra los fuertes, ni contra los pequeños ni contra los grandes de la tierra, ni contra criatura alguna que existe en el mundo. Y esto para honrar la Navidad del Señor, porque Dios no ha guardado rencor, no ha mirado la ofensa recibida, no ha esperado a que otro diera el primer paso hacia Él»

Gloria a Dios y paz a los hombres: Natividad del Señor (Misa de Medianoche)

Isaías 9, 2-4.6-7; Tito 2, 11-14; Lucas 2, 1-14

 Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.-   Una antigua costumbre prevé para la fiesta de Navidad tres misas, llamadas respectivamente «de medianoche», «de la aurora» y «del día». En cada una, a través de las lecturas que varían, se presenta un aspecto distinto del misterio de forma que se tenga de él una visión por así decirlo tridimensional. El evangelio de la Misa de medianoche se concentra en el evento, en el hecho histórico. Se describe con una desconcertante sencillez, sin ostentación alguna. Tres o cuatro líneas de palabras humildes y corrientes para describir el acontecimiento, en absoluto, más importante en la historia del mundo: la llegada de Dios a la tierra.

La tarea de mostrar el significado y el alcance de este acontecimiento lo confía, el evangelista, al canto que los ángeles entonan después de haber dado el anuncio a los pastores: «Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor». En el pasado esta última expresión se traducía de manera distinta: «Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad». Con este significado la expresión entró en el canto del «Gloria» y se hizo habitual en el lenguaje cristiano. Tras el Concilio Vaticano II se suele indicar con ella a todos los hombres honestos, que buscan la verdad y el bien común, sean o no creyentes.

Pero se trata de una interpretación inexacta y por ello actualmente en desuso. En el texto bíblico original se trata de los hombres a los que ama Dios, que son objeto de la buena voluntad divina, no que natividad.jpgellos tengan buena voluntad. De este modo, el anuncio resulta todavía más consolador. Si la paz se otorgara a los hombres por su buena voluntad, entonces se limitaría a pocos, a los que la merecen; pero como se otorga por la buena voluntad de Dios, por gracia, se ofrece a todos. La Navidad no apela a la buena voluntad de los hombres, sino que es anuncio luminoso de la buena voluntad de Dios hacia los hombres.

La palabra clave para entender el sentido de la proclamación angélica es por lo tanto la última, la que habla del «querer», del «amor» de Dios hacia los hombres, como fuente y origen de todo lo que Dios ha comenzado a realizar en Navidad. Nos ha predestinado a ser sus hijos adoptivos «según el beneplácito de su voluntad», escribe el Apóstol; nos ha dado a conocer el misterio de su querer, según cuanto había establecido «en su benevolencia» (Ef 1,5.9). Navidad es la suprema epifanía de aquello que la Escritura llama la filantropía de Dios, o sea, su amor por los hombres: «Se ha manifestado la bondad de Dios y su amor por los hombres» (Tito 3, 4).

Sólo después de haber contemplado la «buena voluntad» de Dios hacia nosotros podemos ocuparnos también de la «buena voluntad» de los hombres: de nuestra respuesta al misterio de la Navidad. Esta buena voluntad se debe expresar mediante la imitación de la acción de Dios. Imitar el misterio que celebramos significa abandonar todo pensamiento de hacer justicia solos, todo recuerdo de ofensas recibidas, suprimir del corazón todo resentimiento aún justo, y ello respecto a todos. No admitir voluntariamente ningún pensamiento hostil contra nadie; ni contra los cercanos ni contra los lejanos, ni contra los débiles ni contra los fuertes, ni contra los pequeños ni contra los grandes de la tierra, ni contra criatura alguna que existe en el mundo. Y esto para honrar la Navidad del Señor, porque Dios no ha guardado rencor, no ha mirado la ofensa recibida, no ha esperado a que otro diera el primer paso hacia Él. Si esto no es posible siempre, durante todo el año, por lo menos hagámoslo en tiempo de Navidad. Así ésta será de verdad la fiesta de la bondad.

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. 

Evangelio

En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen.

José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. 

Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue.

En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche.
De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: 

Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre». 

Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:

«¡Gloria a Dios en las alturas,
y en la tierra, paz a los hombres amados por él!»

Lucas 2, 1-14

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