Homilía de las lecturas de la Misa del día de Navidad: Jesús nace para salvarnos con el poder del amor, que es el único capaz de engendrar y renovar la vida / Por P. José María Prats

* «A un mundo que vive en tinieblas, que es incapaz de superar tanta negatividad, ha venido a habitar el mismo Dios trayendo el poder para convertir las tinieblas en luz, el egoísmo en amor, la injusticia en solidaridad, el resentimiento en perdón. Y este poder se manifiesta en la debilidad de un Niño recién nacido, frágil y necesitado de amor y de cuidados”

Solemnidad de la Natividad del Señor (Misa del día):

Isaías 52, 7-10 / Salmo 97/ Hebreos 1, 1-6 / Juan 1, 1-18

P. José María Prats / Camino Católico.- Una de las experiencias más universales que todos vivimos cotidianamente es la de la debilidad y la impotencia.

En el ámbito personal muchas veces nos sentimos insatisfechos, o nos cuesta aceptar situaciones difíciles que nos toca vivir, o no somos capaces de perdonar a los que nos han hecho daño.

En el ámbito familiar a menudo sentimos la impotencia de no poder alcanzar una plena comunión de pensamiento y de vida entre los esposos o entre padres e hijos.

En el ámbito social y económico muchos viven la impotencia, por ejemplo, de no poder satisfacer las necesidades materiales de su familia por falta de trabajo.

Y en el ámbito político experimentamos la impotencia ante la corrupción y ante la incapacidad de sacar adelante un proyecto político noble y justo capaz de ilusionarnos a todos y de dinamizar nuestras energías y potencialidades.

Pues frente a esta experiencia de impotencia que vivimos en todos los ámbitos de nuestra vida, las lecturas de hoy nos hablan de la llegada del poder, del triunfo, de la victoria. El profeta Isaías nos decía: «el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios», y el Salmo 97: «el Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia».

Ésta es la clave para entender el misterio de la Navidad: a un mundo que vive en tinieblas, que es incapaz de superar tanta negatividad, ha venido a habitar el mismo Dios trayendo el poder para convertir las tinieblas en luz, el egoísmo en amor, la injusticia en solidaridad, el resentimiento en perdón.

Y este poder se manifiesta en la debilidad de un Niño recién nacido, frágil y necesitado de amor y de cuidados. No se trata, pues, del poder prepotente del mundo, el del dinero, las tecnologías o los ejércitos, sino de un poder mucho mayor: el poder del amor, que es el único capaz de engendrar y renovar la vida.

Este Niño que hoy vemos tendido sobre pajas no habla todavía, pero las palabras que intenta balbucir, las que definen su identidad y su misión, son las que pronunciará dentro de unos momentos en la consagración: “Éste es mi Cuerpo que se entrega por vosotros; ésta es mi Sangre que será derramada por todos los hombres para el perdón de los pecados: Yo he venido a entregar mi vida por vosotros”.

El mensaje de Navidad, que nos llena de tanta esperanza, es que si unidos a Jesús repetimos estas mismas palabras con nuestro corazón y con nuestra vida, entonces cesará la impotencia y tendremos el poder. Así lo dice el profeta Isaías:

«Entonces brillará tu luz como la aurora y tus heridas sanarán en seguida (…).

Entonces clamarás y te responderá el Señor, pedirás auxilio y te dirá: “Aquí estoy” (…).

Entonces surgirá tu luz en las tinieblas y tu oscuridad se volverá mediodía.

El Señor te guiará siempre, te saciará en el desierto y te fortalecerá.

Serás como un huerto regado, como un manantial inagotable;

reconstruirás viejas ruinas, edificarás sobre los antiguos cimientos;

te llamarán “reparador de brechas” y “restaurador de viviendas en ruinas”» (Is 58,8-12).

P. José María Prats

Evangelio

En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.

El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

 

Juan 1, 1-18

Homilía del Evangelio de la Misa de Medianoche de la Natividad del Señor: Navidad, suprema manifestación de «la filantropía de Dios» / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

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