Oración a San Vicente, mártir, para no tener miedo a la muerte / Por P. Carlos García Malo

*  «San Vicente, diácono y mártir, te pidieron renegar de la fe y en un tremendo interrogatorio no perdiste la calma ni tu sencilla pero poderosa oratoria al proclamar a Cristo como Dios y Señor. Te sometieron a todo tipo de torturas y sufrimientos. En uno de estos intentos, el Señor te llamó a su presencia para entregarte la palma del martirio de aquellos, que sin odio, vertieron su sangre y sembraron Valencia y España de semillas de nuevos cristianos. Ayúdanos a no tenerle miedo a la muerte por confesar a Jesucristo y mostrarlo, como lo hiciste tú, como camino, verdad y vida de todo hombre y mujer que se mueven por este mundo»

Carlos García Malo / Camino Católico.- Cada 22 de enero la Iglesia celebra a San Vicente, diácono y Mártir, uno de los tres grandes diáconos que dieron su vida por Cristo. Junto con Lorenzo y Esteban Corona, Laurel y Victoria forma el más insigne triunvirato. Este mártir celebrado por toda la Cristiandad, encontró su panegirista en San Agustín, San León Magno y San Ambrosio.

Vicente descendía de una familia consular de Huesca, y su madre, según algunos, era hermana del mártir San Lorenzo. Estudió la carrera eclesiástica en Zaragoza, al lado del obispo Valero, quien por su falta de facilidad de expresión, lo nombró primer diácono para suplirle en la sagrada cátedra.

Paralelamente, el emperador Dioclesiano había decretado una de las más crueles persecuciones contra la Iglesia, y que fue aplicada por Daciano en España. Las cárceles, que estaban reservadas antes para los delincuentes comunes, pronto se llenaron de obispos, presbíteros y diáconos. Al pasar Daciano por Barcelona, sacrifica a San Cucufate y a la niña Santa Eulalia. Cuando llega a Zaragoza, manda detener al obispo y a su diácono, Valero y Vicente, y trasladarlos a Valencia.

Allí se celebró el primer interrogatorio. Vicente responde por los dos, intrépido y con palabra ardiente. Daciano se irrita, manda al destierro a Valero, y Vicente es sometido a la tortura del potro. Su cuerpo es desgarrado con uñas metálicas. Mientras lo torturaban, el juez intimaba al mártir a la abjuración. Vicente rechazaba indignado tales ofrecimientos. Daciano, desconcertado y humillado ante aquella actitud, le ofrece el perdón si le entrega los libros sagrados. Pero la valentía del mártir es inexpugnable. Exasperado de nuevo el Prefecto, mandó aplicarle el supremo tormento, colocarlo sobre un lecho de hierro incandescente. Nada puede quebrantar la fortaleza del mártir que, recordando a su paisano San Lorenzo, sufre el tormento sin quejarse y bromeando entre las llamas. Lo arrojan entonces a un calabozo siniestro, oscuro y fétido «un lugar más negro que las mismas tinieblas», dice Prudencio. Luego presenta el poeta un coro de ángeles que vienen a consolar al mártir. Iluminan el antro horrible, cubren el suelo de flores, y alegran las tinieblas con sus armonías. Hasta el carcelero, conmovido, se convierte y confiesa a Cristo. Daciano manda curar al mártir para someterlo de nuevo a los tormentos. Los cristianos se aprestan a curarlo. Pero apenas colocado en mullido lecho, queda defraudado el tirano pues el espíritu vencedor de Vicente vuela al paraíso. Era el mes de enero del 304.

Ordena Daciano mutilar el cuerpo y arrojarlo al mar. Pero más piadosas las olas, lo devuelven a tierra para proclamar ante el mundo el triunfo de Vicente el Invicto. Su culto se extendió mucho por toda la cristiandad.

Pidamos a  San Vicente, diácono y mártir,  no tener miedo a la muerte por confesar a Jesucristo y mostrarlo, como camino, verdad y vida:

San Vicente, diácono y mártir,

sobrino de San Lorenzo

martirizado también y muerto a fuego en medio de hierros incandescentes.

El odio a Cristo y a los cristianos

llevó a Diocleciano a encerrarte

junto a obispos, sacerdotes y otros diáconos

en las cárceles antes ocupadas por delincuentes.

Te pidieron renegar de la fe

y en un tremendo interrogatorio no perdiste la calma

ni tu sencilla pero poderosa oratoria al proclamar a Cristo como Dios y Señor.

Te sometieron a todo tipo de torturas y sufrimientos;

y como si de un juego tratara,

te curaban para martirizarte de nuevo.

En uno de estos intentos,

el Señor te llamó a su presencia para entregarte la palma del martirio

de aquellos, que sin odio, vertieron su sangre

y sembraron Valencia y España de semillas de nuevos cristianos.

Gracias por tu fidelidad, gracias por tu perseverancia.

Ayúdanos a no tenerle miedo a la muerte

por confesar a Jesucristo y mostrarlo, como lo hiciste tú,

como camino, verdad y vida

de todo hombre y mujer que se mueven por este mundo. Amén.

San Vicente, mártir, ruega por nosotros.

Carlos García Malo


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