Papa Francisco a los Misioneros de la Misericordia: «Ser confesor es cubrir al pecador con la manta de la misericordia, para que no se avergüence más»

«Frente a nosotros hay una persona ‘desnuda’, con su debilidad y sus límites, con la vergüenza de ser un pecador. No lo olvidemos: frente a nosotros no hay pecado, sino el pecador arrepentido. El pecador que quisiera no ser así, pero no puede. Una persona que siente el deseo de ser acogida y perdonada. Un pecador que promete ya no querer alejarse de la casa del Padre y que, con las pocas fuerzas que le quedan, quiere hacer de todo para vivir como hijo de Dios»

9 de febrero de 2016.- (Radio Vaticano Camino Católico)  El Papa Francisco ha explicado a los Misioneros de la Misericordia, que delante de ellos, en la confesión, hay una persona ‘desnuda’. Por eso les ha pedido que no olviden: “delante de nosotros no está el pecado, sino el pecador arrepentido. Una persona que siente el deseo de ser acogida y perdona”. Un pecador “que promete no querer alejarse más de la casa del Padre y que, con las pocas fuerzas que encuentra, quiere hacer de todo para vivir como hijo de Dios”.

Francisco lo ha dicho al recibir la tarde de este martes 9 de febrero en la Sala Regia del Palacio Apostólico del Vaticano a los Misioneros de la Misericordia, antes del ‘envío’, que tendrá lugar en la misa que presidirá mañana, miércoles de ceniza. Así, ha explicado a estos 726 sacerdotes de todo el mundo a quienes se les otorgará la autoridad para perdonar los pecados reservados a la Sede Apostólica, que “ser confesores según el corazón de Cristo equivale a cubrir al pecador con la manta de la misericordia, para que no se avergüence más y pueda recuperar la alegría de la dignidad filial”.

El Papa puso en guardia sobre el peligro de que un penitente no se sienta parte del «Cuerpo de Cristo», con graves daños para la fe, y de que no se sienta«parte de una comunidad», si debido«a nuestra rigidez» Francisco invitó a estos confesores extraordinarios del Jubileo,a«saber ver el deseo de perdón presente en el corazón del penitente», y recordó el episodio de la Biblia en el que Noé está borracho para exhortar a«tener respeto» por la «vergüenza» de los fieles, que a veces nos deja mudos, sin usar«la clava del juicio» y sin curiosidad, porque en el confesionario «no hay pecado, sino el pecador arrepentido».

«Deseo recordarles que en este ministerio están llamados a expresar la maternidad de la Iglesia. La Iglesia es Madre porque siempre genera nuevos hijos en la fe; la Iglesia es Madre porque nutre la fe; y la Iglesia es Madre también porque ofrece el perdón de Dios, regenerando a una nueva vida, fruto de la conversión», dijo el Papa.

«No podemos correr el riesgo de que un penitente no perciba la presencia materna de la Iglesia que lo acoge y lo amo. Si faltara esta percepción, debido a nuestra rigidez, sería un daño grave en primer lugar para la fe misma, porque impediría al penitente considerarse incluido en el Cuerpo de Cristo. Además, limitaría mucho no sentirse parte de una comunidad. En cambio, nosotros estamos llamados a ser expresión viva de la Iglesia que, como Madre, acoge a quien se acerque a ella, sabiendo que a través de ella se es incluido en Cristo. Al entrar al confesionario, recordemos siempre que es Cristo quien acoge, es Cristo quien escucha, es Cristo quien perdona, es Cristo quien da paz. Nosotros somos sus ministros, y siempre necesitamos ser perdonados por él primero. Por lo tanto, sea cual sea el pecado que se confiese, o que la persona no ose decir pero dé a entender, es suficiente, cada misionero está llamado a recordar la propia existencia de pecador y a ofrecerse humildemente como ‘canal’ de la misericordia de Dios. Y, les confieso fraternalmente —dijo Bergoglio evocando la confesión que marcó el principio de su vida sacerdotal— que para mí es una fuente de alegría la confesión del 21 de septiembre del 53, que reorientó mi vida: no recuerdo qué me dijo el padre, recuerdo una sonrisa, y luego no sé qué pasó…».

Francisco después animó a losMisioneros de la Misericordia a saber«ver el deseo de perdón presente en el corazón del penitente. Es un deseo fruto de la gracia y de su acción en la vida de las personas, que permite sentir la nostalgia de Dios, de su amor y de su casa. No nos olvidemos de que está justamente este deseo en el inicio de la conversión», un deseo que hay que hacer surgir como «verdadera expresión de la gracia del Espíritu».

El Papa también recomendó comprender«no solo el lenguaje de la palabra, sino también el de los gestos: si alguien viene a confesarse es porque siente que hay algo que debería quitarse. Tal vez no logra decirlo, pero tú comprendes: Está bien. Lo dice así, con el gesto de venir, primera condición. Segunda condición: está arrepentido. Tal vez tiene miedo de decirlo y luego no puede hacerlo. Pero si piensa que no puede hacerlo, lo que es imposible para el intelecto el Señor lo entiende. Hay que comprender qué hay dentro de ese corazón que no puede ser dicho, o dicho así… con vergüenza. Ustedes reciban a todos con el lenguaje que puedan hablar».

Al final, el Papa recordó«un elemento del que no se habla mucho, pero que es, por el contrario, determinante»: la vergüenza, que a veces nos deja mudos. «No es fácil ponerse frente a otro hombre, incluso sabiendo que representa a Dios, y confesar el propio pecado. Se siente vergüenza tanto por lo que se ha cometido, como por tener que confesarlo a otro. La vergüenza es un sentimiento íntimo que incide en la vida personal y que exige por parte del confesor una actitud de respeto». Bergoglio recordó que, «desde las primeras páginas, la Biblia habla de vergüenza», y, para ejemplificar el sentimiento de la vergüenza, citó dos episodios del libro del Génesis: Adán y Eva, al descubrirse desnudos, se ocultan frente a Dios; y, narración que«raramente recordamos», Noé que a pesar de ser «un hombre justo» se emborrachó y que fue cubierto inmediatamente con una manta por sus hijos.

«Este pasaje me hace decir cuán importante es nuestro papel en la confesión. Frente a nosotros hay una persona ‘desnuda’, con su debilidad y sus límites, con la vergüenza de ser un pecador. No lo olvidemos: frente a nosotros no hay pecado, sino el pecador arrepentido. El pecador que quisiera no ser así, pero no puede. Una persona que siente el deseo de ser acogida y perdonada. Un pecador que promete ya no querer alejarse de la casa del Padre y que, con las pocas fuerzas que le quedan, quiere hacer de todo para vivir como hijo de Dios. Entonces, no estamos llamados a juzgar, con un sentimiento de superioridad, como si nosotros fuéramos inmunes al pecado; al contrario, estamos llamados a actuar como Sem y Jafet, los hijos de Noé, que tomaron una manta para reparar al propio padre de la vergüenza. Ser confesor, según el corazón de Cristo, equivale a cubrir al pecador con la manta de la misericordia, para que ya no se avergüence y para que pueda recobrar la alegría de su dignidad filial y pueda saber dónde se encuentra. No es, pues, con la clava del juicio que lograremos llevar a la oveja perdida al redil —subrayó el Papa—,sino con la santidad de vida que es principio de renovación y de reforma en la Iglesia. La santidad se nutre de amor y sabe llevar sobre sí el peso de los más débiles. Un misionero de la misericordia lleva siempre sobre sus hombros al pecador, y lo consuela con la fuerza de la compasión».

Han estado presentes hoy ante el Papa 726 Misioneros de la Misericordia pero son 1142 de todos los continentes a los que el Santo Padre enviará al mundo con la potestad de absolver a los penitentes de los pecados normalmente reservados a la Santa Sede: el primero es la profanación de la Santa Eucaristía, el segundo es la absolución del cómplice; el tercero es la ordenación episcopal de un obispo sin el mandato del Papa; el cuarto es la violación del secreto sacramental; el quinto y último la violencia física contra el Pontífice.

El Papa concluyó hoy su discurso con una broma dirigida al misionero que irá a una zona helada del norte de Canadá:«¡El que va al Ártico, que se tape bien!»

 

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