Papa Francisco en la Audiencia: «Para escapar de la avaricia, meditar sobre la muerte. Al final hay que entregar el cuerpo y el alma al Señor y dejar todo, nada nos pertenece»

* «La avaricia es un pecado que no tiene nada que ver con el saldo de la cuenta corriente. Es una enfermedad del corazón, no de la cartera. Es el vicio que provoca un apetito compulsivo por el dinero, corrompe la voluntad del hombre inclinándolo a poner su corazón en los bienes materiales. El vínculo de posesión que construimos con las cosas es sólo aparente, porque no somos los amos del mundo: esta tierra que amamos no es en verdad nuestra, y nos movemos por ella como extranjeros y peregrinos…  No dejemos que las riquezas nos posean, antes bien aprendamos de Cristo que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza Y seamos generosos, generosos con todos y generosos con los que más nos necesitan»

Video completo de la transmisión en directo realizada por Vatican News de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa ha hecho en nuestro idioma

* «No nos cansemos de rezar por la paz, para que cesen los conflictos, se detengan las armas y se socorra a las poblaciones extenuadas. Pienso en Oriente Medio, en Palestina, en Israel, pienso en las noticias alarmantes que llegan desde la atormentada Ucrania, sobre todo a causa de los bombardeos que golpean lugares frecuentados por civiles, sembrando muerte, destrucción y sufrimiento. Rezo por las víctimas y sus seres queridos, e imploro a todos, especialmente a quienes tienen responsabilidades políticas, que protejan la vida humana poniendo fin a las guerras»

Foto: Vatican Media 24-1-2024

24 de enero de 2024.- (Camino Católico) El Papa Francisco ha dedicado su catequesis de este miércoles a la avaricia, un pecado que definió como una “enfermedad del corazón, no de la cartera”, de la que uno puede recuperarse con la meditación de la muerte, ya que los bienes terrenales “no cabrán en el ataúd”. “Al final debemos dar nuestro cuerpo, nuestra alma al Señor, y debemos dejar todo. Estemos atentos y seamos generosos, con todos y con quienes más nos necesitan”, ha subrayado.

Continuando con su ciclo de catequesis sobre los vicios y las virtudes, el Santo Padre ha reflexionado en la Audiencia General de este 24 de enero sobre la avaricia, una “forma de apego al dinero que impide al ser humano la generosidad”. Precisa asimismo que la avaricia no es sólo un pecado que concierne a las personas con grandes patrimonios, sino que es “un vicio transversal, que a menudo no tiene nada que ver con el saldo de la cuenta corriente”.

El Santo Padre explica que para recuperarse de esta enfermedad “los monjes proponían un método drástico, pero sin embargo muy eficaz: la meditación de la muerte. Por mucho que una persona acumule bienes en este mundo, de una cosa estamos absolutamente seguros: no cabrán en el ataúd. Aquí se revela el sentido de este vicio”.

El Pontífice señala que “podemos ser señores de los bienes que poseemos, pero a menudo ocurre lo contrario: son ellos al final a poseernos”. En el vídeo superior de Vatican News se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:

Foto: Vatican Media 24-1-2024
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Aula Pablo VI
Miércoles, 24 de enero de 2024
Catequesis. Vicios y virtudes. 5. La avaricia
Foto: Vatican Media 24-1-2024

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Proseguimos las catequesis sobre los vicios y las virtudes, y hoy vamos a hablar de la avaricia, es decir, aquella forma de apego al dinero que impide al ser humano ser generoso.

No es un pecado que concierne solamente a las personas que poseen ingentes patrimonios, sino un vicio transversal que a menudo no tiene nada que ver con el saldo de la cuenta corriente. Es una enfermedad del corazón, no de la cartera.

Foto: Vatican Media 24-1-2024

Los análisis que hicieron los padres del desierto sobre este mal sacaron a la luz que la avaricia podía apoderarse también de los monjes, quienes, tras haber renunciado a enormes herencias, en la soledad de su celda se habían atado a objetos de poco valor: no los prestaban, no los compartían y aún menos estaban dispuestos a regalarlos. Un apego a pequeñas cosas que quita la libertad. Esos objetos se volvían para ellos una especie de fetiche del que era imposible desprenderse. Una forma de regresión a la fase de los niños que agarran un juguete repitiendo: “¡Es mío! ¡Es mío!”. En esta afirmación se esconde una relación enfermiza con la realidad, que puede desembocar en formas de acaparamiento compulsivo o acumulación patológica.

Foto: Vatican Media 24-1-2024

Para recuperarse de esta enfermedad, los monjes proponían un método drástico pero muy eficaz: la meditación sobre la muerte. Por mucho que una persona acumule bienes en este mundo, de una cosa estamos absolutamente seguros: de que no cabrán en el ataúd. Nosotros no podemos llevarnos los bienes. Aquí se revela la insensatez de este vicio. El vínculo de posesión que construimos con las cosas es sólo aparente, porque no somos los amos del mundo: esta tierra que amamos no es en verdad nuestra, y nos movemos por ella como extranjeros y peregrinos…”. (cfr. Lv 25,23).

Foto: Vatican Media 24-1-2024

Estas simples consideraciones nos hacen intuir la locura de la avaricia, pero también, su razón más recóndita. Es un tentativo de exorcizar el miedo a la muerte: busca seguridades que en realidad se desmoronan en el mismo momento en el que las agarramos. Recuerden la parábola del hombre necio, cuyo campo había ofrecido una cosecha abundante, y por eso se adormece pensando en cómo agrandar sus almacenes para meter toda la cosecha. Ese hombre había calculado todo, había planeado el futuro. Sin embargo, no había considerado la variable más segura de la vida:  la muerte. “Necio”, dice el Evangelio, “esta misma noche te será demandada tu vida. Y las cosas que preparaste ¿para quién serán?” (Lc 12,20).

Foto: Vatican Media 24-1-2024

En otros casos, son los ladrones quienes nos prestan este servicio. Incluso en los Evangelios aparecen muchas veces, y aunque sus acciones son censurables, pueden convertirse en una advertencia saludable. Así predica Jesús en el Sermón de la montaña: «No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban.» (Mt 6,19-20). Siempre en los relatos de los padres del desierto, se cuenta la historia de un ladrón que sorprende al monje mientras duerme y le roba los pocos bienes que guardaba en su celda. Cuando despierta, el monje, nada turbado por el incidente, se pone tras la pista del ladrón y, cuando lo encuentra, en lugar de reclamar los bienes robados le entrega las pocas cosas que le quedan diciéndole: «¡Te olvidaste de llevarte esto!».

Foto: Vatican Media 24-1-2024

Nosotros, hermanos y hermanas, podemos ser señores de los bienes que poseemos, pero a menudo ocurre lo contrario: al final, ellos nos poseen. Algunos hombres ricos no son libres, ni siquiera tienen tiempo para descansar, tienen que cubrirse las espaldas porque la acumulación de bienes exige también su custodia. Están siempre angustiados, porque un patrimonio se construye con mucho sudor, pero puede desaparecer en un momento. Olvidan la predicación evangélica, que no afirma que las riquezas sean en sí mismas un pecado, pero sí que son ciertamente una responsabilidad. Dios no es pobre: es el Señor de todo, pero – escribe San Pablo- «siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza» (2 Cor 8,9).

Foto: Vatican Media 24-1-2024

Eso es lo que el avaro no comprende. Podría haber sido causa de bendición para muchos, pero en lugar de eso, se metió en el callejón sin salida de la infelicidad. Y la vida del avaro es fea: yo me acuerdo el caso de un señor que conocí en la otra diócesis, un hombre muy rico que tenía la mamá enferma. Estaba casado. Y los hermanos se turnaban para cuidar a la mamá, y la mamá se tomaba un yogur por la mañana. Este señor le daba la mitad por la mañana para darle la otra mitad por la tarde y ahorrar medio yogur. Así es la avaricia, así es el apego a los bienes. Entonces murió este señor, y los comentarios de la gente que acudió al velatorio fueron estos: “Se nota que este hombre no lleva consigo nada: dejó todo…”. Y luego, burlándose un poco, decían: “No, no, no pudieron cerrar el ataúd porque quería llevarse todo”. Y esto, de la avaricia, hace reír a los demás: que al final hay que entregar nuestro cuerpo y nuestra alma al Señor, y hay que dejar todo. ¡Tengamos cuidado! Y seamos generosos, generosos con todos y generosos con los que más nos necesitan. Gracias.

Foto: Vatican Media 24-1-2024

Después, al saludar a los peregrinos de lengua española, el Papa ha dicho:

Foto: Vatican Media 24-1-2024

Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy reflexionamos sobre el vicio de la avaricia. Es el vicio que provoca un apetito compulsivo por el dinero. Corrompe la voluntad del hombre inclinándolo a poner su corazón en los bienes materiales. La presencia de este vicio en cada uno de nosotros no depende de la cantidad de riquezas o del valor de los objetos que deseamos, depende más bien de cómo nos disponemos interiormente para relacionarnos con ellos.

Foto: Vatican Media 24-1-2024

Los santos monjes del desierto proponían un remedio eficaz para escapar de las garras de la avaricia; este remedio consiste en meditar sobre la propia muerte y darse cuenta de que la relación con las posesiones personales es sólo una apariencia, es una ilusión, porque nada de este mundo nos pertenece. También nos hará bien considerar que en esta tierra somos extranjeros, somos peregrinos. No dejemos, pues, que las riquezas nos posean, antes bien aprendamos de Cristo que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8,9).

Saludo cordialmente a todos los peregrinos de lengua española. Estamos celebrando la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. El apóstol Pablo, de quien mañana recordamos su conversión, nos exhorta a trabajar juntos y con generosidad en la construcción del único e indivisible cuerpo de Cristo. Que Dios los bendiga y la Virgen Santa los acompañe. Muchas gracias.

Foto: Vatican Media 24-1-2024

 

En otras lenguas el Santo Padre ha manifestado:

Foto: Vatican Media 24-1-2024

El próximo sábado 27 de enero se celebra el Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto. Que el recuerdo y la condena de ese horrible exterminio de millones de judíos y personas de otras confesiones, que tuvo lugar en la primera mitad del siglo pasado, nos ayude a todos a no olvidar que las lógicas del odio y la violencia nunca pueden justificarse, porque niegan nuestra propia humanidad.

La guerra misma es la negación de la humanidad. No nos cansemos de rezar por la paz, para que cesen los conflictos, se detengan las armas y se socorra a las poblaciones extenuadas. Pienso en Oriente Medio, en Palestina, en Israel, pienso en las noticias alarmantes que llegan desde la atormentada Ucrania, sobre todo a causa de los bombardeos que golpean lugares frecuentados por civiles, sembrando muerte, destrucción y sufrimiento. Rezo por las víctimas y sus seres queridos, e imploro a todos, especialmente a quienes tienen responsabilidades políticas, que protejan la vida humana poniendo fin a las guerras. No lo olvidemos: la guerra es siempre una derrota, siempre. Los únicos “ganadores” – entre comillas – son los fabricantes de armas.

Por último, mi pensamiento se dirige a los jóvenes, a los enfermos, a los ancianos y a los recién casados. Hoy celebramos la memoria litúrgica de san Francisco de Sales, maestro de vida espiritual: enseñó que la perfección cristiana es accesible a toda persona, cualquiera que sea su estado de vida y condición social. Que también vosotros experimentéis las condiciones en las que os encontráis como caminos de santidad, que hay que recorrer con confianza en el amor de Dios.

¡Mi Bendición para todos!

Francisco


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