Robyne Ferri sentía rabia con Dios por haber dejado morir a su madre, se hizo gogo dancer y adicta a las drogas: «Fui a misa, el Señor me habló y le dije: ‘Voy a vivir centrada en ti’»

«Escuché una voz que resonó en todo mi cuerpo y supe al instante que era Dios. Lo oí tan claramente en mi ser, que sentí como si hubiera sido audible en toda la iglesia. Llena de misericordia, amor y ternura, decía: ‘Este es tu hogar, Robyne, este es tu lugar. Vuelve a casa’. Al mismo tiempo tuve la sensación de algo parecido a una cascada de misericordia y amor brotando sobre mí desde lo alto de mi cabeza hasta la planta de mis pies. Volví a oír la voz decir las mismas palabras y supe que yo no merecía ese amor incondicional, pero que se me estaba ofreciendo absolutamente» 

Camino Católico.- Robyne Ferri tenía 19 años cuando murió su madre, una católica que se hacía amiga de los marginados del pueblo y los invitaba a pasar el día de Navidad en su casa. «Ella no tenía una gran formación católica, pero sí era practicante y quería hacer lo que Jesús dijo en la Biblia, literalmente. Cuando falleció le dije a Dios, si puedes dejar que eso le pase a una mujer que era una santa, entonces no quiero tener nada que ver con ser cristiana», explica a The Catholic Weekly.

Rebeldía y búsqueda de fama y éxito

Robyne se sumergió en el consumo de drogas y alcohol, se vestía de formas que le asegurasen provocar erotismo y coquetear con chicos en clubes nocturnos. Cuando tenía poco más de 20 años, ganó el primer premio en un concurso de baile de todo el estado de Tasmania, Australia, donde vivía, que organizaba un club nocturno y utilizó el dinero para trasladarse a Los Ángeles en los Estados Unidos e intentar hacerse un hueco en el mundo del baile o del cine en Hollywood.

Esta australiana italiana de ojos oscuros no tardó en causar sensación, figurando en las listas VIP de los clubes nocturnos de moda y apareciendo como bailarina de fiestas (gogo dancer) en un programa de citas de la MTV de los 90 llamado Singled Out.

«Había largas colas para entrar en los clubes nocturnos que frecuentaban los famosos y me decían: «Robyne, pasa», entonces yo me sacudía el pelo y entraba. Establecía contactos y se me abrían las puertas, lo cual era muy emocionante en un sentido mundano, pero pienso que me ayudaban las fuerzas del mal», asegura.

La mano de Dios en medio del mal

Al respecto y a pesar de ese mal que la seducía, Robyne era capaz de ver la mano de Dios en algunas ocasiones… Recuerda que le habían presentado a un traficante de drogas que la surtía a domicilio y una noche en que estaba desesperada por consumir el ‘dealer’, después de comprometerse a llevarle lo que requería, la llamó para disculparse. «Me dijo: «Robyne, aunque sea difícil de creer… no tengo una rueda pinchada, ¡tengo tres!» Yo colgué el teléfono, miré hacia arriba y le dije: «Sé que eres tú, Dios». Estaba muy enfadada».

“Me presentaron a un traficante de droga y lo llamaba para que me trajera lo que le pedía pero, curiosamente, había ocasiones en las que algo simplemente lo detenía. Un día me llamó y me dijo: ‘ Robyne, aunque sea difícil de creer… no tengo una rueda pinchada, ¡tengo tres!’ Yo colgué el teléfono, miré hacia arriba y le dije: ‘Sé que eres tú, Dios’.

Robyne Ferri al ir a una Misa escuchó la voz de Dios y ella le respondió centrando su vida en Él y ahora trabaja para llevar personas al Señor

La Misa y la voz de Dios que la transformaron

Su intento de «castigar a Dios» por la muerte de su madre llegaría a un abrupto final un domingo por la tarde, sentada en el último banco de una anodina iglesia católica situada en la famosa playa del distrito Venice en Los Ángeles.

Habían pasado dos años desde la última vez que había ido a la iglesia  y, olvidando que primero debía confesarse, cogió un autobús para ir a la misa del domingo por la tarde junto a la playa y comulgó. De vuelta al banco, se arrodilló y rezó. «No puedo recordar si fue la voz lo primero que oí o si fue la experiencia física. Escuché una voz que resonó en todo mi cuerpo y supe al instante que era Dios. Lo oí tan claramente en mi ser, que sentí como si hubiera sido audible en toda la iglesia. Llena de misericordia, amor y ternura, decía: ‘Este es tu hogar, Robyne, este es tu lugar. Vuelve a casa’. Al mismo tiempo tuve la sensación de algo parecido a una cascada de misericordia y amor brotando sobre mí desde lo alto de mi cabeza hasta la planta de mis pies. Volví a oír la voz decir las mismas palabras y supe que yo no merecía ese amor incondicional, pero que se me estaba ofreciendo absolutamente».

El recuerdo todavía le hace llorar de emoción, aunque han pasado algunos años. «Ni que decir tiene que empecé a sollozar a lágrima viva», añade sonriendo y cogiendo un pañuelo. «Fue un momento muy bendecido y lleno de gracia. No quería que acabara», asegura.

Caminando durante casi una hora de vuelta al apartamento en el que se alojaba, habló con Dios durante todo el camino de vuelta a casa. “Dije al Señor: ‘Lo he probado todo: drogas, relaciones efímeras, diferentes carreras, diferentes países y nada ha funcionado ni ha tocado mi alma como lo que he experimentado en la iglesia hace un momento. Dios ahora voy a vivir centrada en ti’”.

Evangelizando para acercar a las personas a Dios

Cuando regresó a Australia, estaba claro que algo vital había cambiado en ella. Devoró todo lo que pudo sobre catolicismo, se unió al equipo parroquial e inició una intensa vida de oración diaria. «Mi hermana mayor me decía: ‘¿Qué le ha pasado a Robyne? Se fue al extranjero y volvió la Madre Teresa’», comenta riendo.

Hoy ella es licenciada en Teología, coordinadora de evangelización y formación en la parroquia San Luis de Gonzaga, en Cronulla, da charlas testimoniales, organiza retiros para adultos y es cofundadora de Anima, una red de mujeres católicas de Melbourne. Está escribiendo un libro basándose en sus propias experiencias, ha lanzado un sitio web que ofrece “entrenamiento en vida de fe” y espera ayudar a otros a profundizar su relación con Dios.

«Hay tanto trabajo por hacer, tantos millones de personas que necesitan a Dios, y quiero pasarme la vida llevando a la gente al Señor. Para mí no hay mayor alegría que hacer eso», concluye.


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