El testimonio de los implicados en 30 años de la lucha Provida en España: vidas por la Vida

7 de diciembre de 2011.- En demasiadas ocasiones, las estadísticas y los análisis sobre el aborto y la defensa de la vida ensombrecen las historias de quienes se ven implicados, de un modo u otro, en estas circunstancias. Son historias de mujeres embarazadas a quienes nadie quería ayudar; de estudiantes y profesionales de la Sanidad que defienden al bebé en toda circunstancia; de jóvenes que se apostan en la entrada de los abortorios para abrir a las mujeres una última puerta a la esperanza; o de organizaciones que dan la batalla a favor de la maternidad… Y son también las historias de mujeres que han abortado, y saben qué profundo y oscuro es el abismo en el que se sumen cuando salen del centro abortista, y qué cálida es la luz de la misericordia divina. Historias, con nombres y apellidos, de vidas por la vida… EnAlfa y Omega recogen los testimonios María Martínez y José Antonio Méndez.

 

Las dificultades durante el embarazo

Patricia Lorena: «Me cansé de que todos me dieran la espalda»

Cuando Patricia Lorena, de Colombia, se quedó embarazada, empezó a tener problemas por dos frentes. El entorno de su novio «le hacían dudar de mí. Teníamos peleas y terminamos rompiendo». En su trabajo como auxiliar de enfermería, en una residencia de Sanitas, «desde el principio, noté que me trataban como si tuviera lepra. Se quejaban porque les aumentaba el trabajo, pero yo trabajaba al mismo ritmo». Estaba haciendo una sustitución, «y la mujer a la que sustituía me llamó para contarme que le habían pedido que se reincorporara, aunque sólo fuera un día, para poder echarme. Pero ella no estaba bien y no se reincorporó». En ese momento tuvo un accidente laboral y, «estando de baja, me despidieron sin justificación».

Según la Fundación Madrina, el 60% de las embarazadas sufre acoso laboral por este motivo. «Dicen que aquí hay menos maltrato, que se protege a la mujer y al niño. Pero en mi país, cuando estaba embarazada, era la consentida del trabajo. Quizá no había medios, pero te daban apoyo». En cambio, aquí se vio «sin poder estar levantada o sentada», y casi sin familia, ni amigos. «Estoy cansada de que todo el mundo me dé la espalda», dijo a la voluntaria de Red Madre con la que se puso en contacto.

Ahora que su hijo ha nacido -prematuro, por lo que está ingresado-, «no estoy cobrando ni el paro, ni la baja por maternidad», por problemas con su despido y los días de cotización. «Su entidad aseguradora y la Seguridad Social se pasan la pelota; en el sindicato me dijeron que no me podían asesorar…» Eso sí, desde Red Madre siguen ayudándola y su ex novio «viene al hospital a ver al niño, me ayuda y quiere volver, aunque le digo que se lo piense bien, porque es mucha responsabilidad».

Jacqueline: «No me hicieron ninguna prueba»

El papel que le dieron a Jacqueline para abortar decía que ella solicitaba un aborto. «¡Pero si era la médico la que me empujaba!», replica. Todavía daba el pecho a su segunda hija cuando empezó a tener dolores muy fuertes en la espalda, a los que se añadieron mareos y desmayos. La médico le mandó una radiografía y medicación; y, al no detectar nada, unos análisis. Una noche, la doctora la llamó para citarla urgentemente al día siguiente.«Me dijo que estaba embarazada, pero que no podía tener el bebé por las radiografías y la medicación. Era mejor que abortara, porque el niño vendría con problemas. Le pregunté si no había manera de comprobar que el niño estaba bien. Pero no me hizo ninguna prueba; me mandó directamente a la clínica Isadora para que me valoraran».

En ese centro abortista,«me dijeron que estaba casi de seis meses. La médico me dijo que estaba casi fuera de plazo y no había tiempo para comprobar si realmente al niño le pasaba algo». Una matrona le insinuó que la médico quería evitar una denuncia si el niño nacía mal.«Yo estaba desconsolada». Pocos días antes del aborto, una prima le habló de RedMadre,«y me dieron la oportunidad de hacerme una prueba», la que tanto había pedido a los demás médicos. «El ginecólogo fue muy amable, y me dijo que el niño no tenía ningún problema. Ahora, mi hijo Alejandro tiene tres años y está enorme y precioso».

La cruda realidad de quien aborta

M.:«Después de abortar me sentí lo peor del mundo»

Hace diez años, M. llegó a España desde Ecuador. Al poco tiempo, conoció a S., un joven colombiano, y empezaron su noviazgo. «Yo tenía un problema y no podía tener hijos, así que, en enero de 2011, decidimos hacerme una fecundación artificial». M. se quedó embarazada al primer intento y el médico le mandó reposo, porque había complicaciones y el bebé corría peligro. «Cuando dije en el trabajo que estaba embarazada, nadie se alegró, y al decir que cogía la baja, una compañera me dijo que ella había manchado durante su embarazo y no había dejado de trabajar. En todo el embarazo, nadie me dio la enhorabuena. La gente me decía: ¿Lo has pensado bien?»

Lo peor estaba por llegar: «Al tercer día, empecé a vomitar muchísimo, no como cualquier embarazada. Todo me hacía vomitar: la luz, la pasta de dientes, el tic-tac del reloj, los portazos… Después, supe que eso es un síndrome muy raro (hiperémesis gravidarum) que tiene tratamiento, pero nadie me lo detectó. La médico me trató con muchísima dureza, como si no me creyera, y decía que era lo normal, aunque perdí 8 kilos en dos meses».

Ante esta situación, recibió el peor consejo: «Mi madre me dijo que si estaba así era porque el bebé venía mal, y que lo mejor era sacarme eso de ahí». Una nota importante: «Por cosas que pasaron en mi infancia», la relación entre M. y su madre era de sumisión, casi de miedo, y de total falta de afecto.

«Cuando estaba de casi 20 semanas, me hospitalizaron porque estaba deshidratada y no paraba de vomitar. Mi madre me dijo: Queda poco para que puedas sacarte «eso»; vamos a decir a los médicos que estás bien para que te den el alta y podamos ir a la clínica. Yo estaba como ida y miraba por mí de forma egoísta, porque me sentía realmente mal. Mentimos, y al día siguiente me llevó a abortar».

Su novio, S., se limitó a dar el dinero, y ni apoyó ni censuró la decisión. Al entrar en el abortorio, «me dieron unos papeles y me dijeron que tenía que volver a las 48 horas, para pensarlo. Pero mi mamá insistió: No, no. Tiene que ser ahora. Así que falsificaron el informe, pusieron que yo había entrado sangrando y me pasaron adentro. Todo fue más frío que cuando me saqué la muela del juicio. Cuando estaba a punto de entrar en el quirófano, fue de las pocas veces en que me dirigí al bebé y le dije: Lo siento, pero no puedo más. Ya en la camilla, quise irme, pero un enfermero empezó a distraerme y a decirme que me calmara. Me dieron una pastilla y me dormí».

Dos horas después, M. salió del abortorio con su madre y sin su hijo. «Sólo me dijeron que, si me encontraba mal, tomara paracetamol, y que si sangraba, el seguro me cubría los 15 primeros días». Pero el paracetamol no servía para los males que vinieron después: «Al salir estaba atontada, pero después empecé a sentirme muy mal. Me molestaba ver anuncios de bebés, ver a madres con carritos…, ¡y los veía por todos lados! Sentía que todos me miraban y me juzgaban. S. llegó a casa y le noté muy frío, muy raro. Pensé que quizá se habría enfadado conmigo por abortar, y ahí me pregunté por primera vez: ¿Qué he hecho con mi bebé?»

M. empezó a sumirse en una depresión: «En el fondo, sabía que había matado a mi hijo, y me sentía lo peor del mundo, indigna de que nadie me quisiera; me odiaba por haberlo hecho. No me perdonaba ni a mí misma, ni a mi madre, ni a los médicos… Tenía pesadillas, no podía dormir y no podía dejar de llorar. Fui a la médico y me recetó unos fármacos que me mantenían dormida, pero al despertar, el problema seguía ahí».

Al mismo tiempo, la relación con S. empeoraba cada vez más: «Él se sentía mal por haberme dado el dinero, y yo, en parte, le culpaba a él, y a la vez me sentía culpada por él. Cuando él se me acercaba para acariciarme, yo no quería ni podía darle un beso o un abrazo, y me sentía como sucia por haber abortado».

Entonces, algo brilló en su interior: «Pensé: Tengo que confesarme, porque lo que he hecho sólo puede perdonarlo Dios, aunque llevaba casi 10 años sin ir a la iglesia». A los pocos días, M. y S. fueron a su parroquia y ella se metió en el confesionario, donde la esperaba don Matteo, un sacerdote que «me escuchó con muchísimo cariño, me abrazó con misericordia, y me calmó mientras lloraba. Empezó a hablarme del arrepentimiento, de la gracia, del perdón, del amor de Dios… Y a decirme, de verdad y sin frases hechas, que mi hija (yo siempre creí que era una niña) estaba en el cielo, con Dios».

Desde ese momento, don Matteo empezó a acompañar a M. y a S. en un proceso de sanación interior, que ayudó mucho a la pareja: «Venía a casa para ayudarnos a S. y a mí, y me puso en contacto con el Proyecto Raquel, donde me han ayudado muchísimo a superar el síndrome post-aborto, a través de ayuda psicológica y también a través del perdón y del amor de Dios, porque abortar te deja muchísimas heridas, muchísimo rencor, y salen cosas de antes de estar embarazada. Yo antes pensaba que el aborto era un derecho de la mujer, que podíamos decidir. Pero ahora sé que abortar no es dejar de tener un hijo, sino colaborar para perderlo; sé que eso te hunde, y que, aunque mires para otro lado, sólo la gracia del perdón de Dios puede curarte de verdad». Para contactar con el Proyecto Raquel: 663.636.719, y en la web: www.proyecto-raquel.com.

Los futuros profesionales sanitarios

Teresa: «El aborto genera debate en la carrera y en el hospital»

El debate del aborto tiene un escenario crucial en las Facultades de carreras sanitarias. Belén estudia Segundo de Medicina en Madrid, y explica que, «en mi clase, hay bastante controversia con el aborto, pero es, sobre todo, por falta de formación. Hay gente a la que nunca les han dicho qué es el aborto». Cuenta que sus compañeros «saben de biología, pero al hablar del aborto, ponen al mismo nivel la vida del niño y el aparente bienestar de la madre, y a muchos les pesa más ese bienestar, porque no dan a la vida la importancia que tiene».

A pesar de que estudia en la Universidad Francisco de Vitoria, donde se trata el aborto desde una óptica provida, reconoce que «la mayoría de mis amigas tiene una opinión contraria a la mía». Además, este curso, Belén ha empezado como rescatadora en las puertas de un abortorio, y en la Facultad, «le cuento a mis compañeros qué hacemos en los rescates. Es difícil hacerles cambiar de opinión, pero sigo luchando para que apuesten por la vida», dice.

La experiencia de Teresa va un poco más allá: terminó Enfermería en 2009, ahora trabaja en un hospital madrileño y explica que, «tanto en la carrera como en el hospital, el aborto genera debate. La mayoría de mis compañeros no están radicalmente a favor del aborto, pero siempre dicen: Depende del caso, porque no se quieren pringar, y se amparan en lo mismo: ¿Y si la han violado? ¿Y si nace enfermo? ¿Y si el embarazo trae complicaciones?» La explicación está en que, «en la sanidad, sabemos cómo puede nacer un bebé que tenga complicaciones, qué consecuencias tienen ciertas enfermedades, qué problemas trae un embarazo de riesgo…, y muchos se agarran a eso para defender el aborto».

Pero lo grave es que, «además de olvidarse de que lo más importante es la vida del niño, en teoría, a nosotros nos enseñan qué supone un aborto y cuáles son los peligros para la madre, porque se hacen auténticas escabechinas que causan muchísimos problemas a la mujer, y hasta puede provocar que no pueda volver a quedarse embarazada». Así que Teresa lo tiene claro: «En la universidad o en el hospital, aunque a la gente le cuesta cambiar de opinión, siempre he defendido la vida, porque lo primero es el niño».

Lo que puede hacer la Administración

Rosario Bachiller, Red Madre: «El 80% de las mujeres que atendemos no abortan»

«El 80% de las mujeres que se pone en contacto con nosotros optan por tener a su hijo»,explica Rosario Bachiller, Presidenta de Red Madre Castilla y León. Extrapolando estos datos, si a todas las mujeres que abortaron en España en 2008 se les hubiera ofrecido ayuda, se habrían evitado 92.000 abortos. Para aportar un granito de arena a este objetivo, surgió en Castilla y León la primera Iniciativa Legislativa Popular de ayuda a la mujer embarazada, que consiguió casi el doble de firmas de lo exigido por ley y se aprobó en noviembre de 2008. «Ahora, otras Comunidades se han sumado a la iniciativa. Está claro que hay una necesidad clara».

Tres años después de la aprobación de la ILP, sus promotores están bastante satisfechos por cómo se está desarrollando. «La Junta ha sido muy receptiva con este tema», explica Rosario. En primer lugar, este año se ha dado por primera vez una subvención directa de 500 euros a casi 150 mujeres embarazadas. Es una novedad que se otorgue antes de que nazca el niño, y la han repartido entre «las adolescentes y las mujeres con gran riesgo» de aborto.

También han empezado a formar al personal sanitario y a los asistentes sociales. «Es un curso gratuito dentro de la oferta de formación continuada -explica Rosario-. Explicamos la parte biológica sobre el inicio de la vida. Aunque sean médicos (y los médicos lo sabemos), a veces hay que recordarlo. También les informamos de lo que hacemos en Red Madre. Nos escuchan, se asombran de que haya gente dispuesta a ayudar de forma gratuita, y dicen que ojalá la ayuda se institucionalice y se pueda ofrecer más». De momento, han empezado formando a los formadores, y dando los cursos en cada área de salud, aunque en el futuro quieren llegar a todos los centros sanitarios. «Por ahora, no ha habido reticencias».

Rescatadores en las puertas del infierno

«Las presionan para que se quiten el problema»

En el año que lleva haciendo rescates ante el centro abortista Dátor, de Madrid, Javier ha podido comprobar que, «casi siempre, hay presión de por medio. Una chica de 16 años que no quería abortar se puso a llorar y decirnos: Por favor, ayudadme. Por favor, ayudadme. Pero en la puerta estaban la madre, la tía, la hermana, el novio…, toda la familia gritándole que entrara; y terminó entrando. A otra chica, el novio, para presionarla, le estrelló el coche en el portal y la amenazó de muerte. No se sabe la presión que tienen detrás, por mucho que se diga son libres para venir a abortar. En otros casos, es el padre del niño quien nos pide ayuda porque no quiere que la madre aborte. Pero ellas suelen terminar haciéndolo».

Con tanto en su contra, los rescatadores siguen acercándose, interesándose por la situación de las mujeres y ofreciéndoles ayudas: económicas, búsqueda de trabajo, apoyo psicológico y médico, un sitio donde vivir… «Te escuchan porque las escuchas; ellas suelen estar muy solas. A la gente que las presiona para abortar no les importa su opinión, sólo que se quiten el problema». Y agradecen mucho cuando alguien les tiende una mano, aunque al final no acepten esa ayuda: «A una chica le conseguimos una beca de estudios porque el padre la había amenazado con dejar de pagárselos y echarla de casa. Pero él, cuando vio que la hija estaba decidida a tener al bebé, terminó apoyándola y ella nos llamó para que su ayuda se la diéramos a alguien que la necesitara. Otra chica a la que ayudamos, cuando había decidido tener el niño, tuvo un aborto natural. Pero sabe que, al menos, le dio una oportunidad a su hijo, no se ha arruinado la vida, y ahora quiere ayudarnos».

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