Theresa Bonapartis: «Perdoné a mi padre que me obligó a abortar, aunque no se arrepentía de haberme coaccionado»

* «Perdonar a mi padre no fue fácil. Sólo a través de mi propia curación y la gracia de Dios fui capaz de empezar a mostrar a mi padre la misericordia y el perdón que Dios me mostró a mí. La elección de perdonar debe ser hecha una y otra vez, porque esta es la elección que Dios quiere que hagamos» 

* «Al final de su vida, gracias al cielo, mi padre se arrepintió. Se confesó y me dijo que lo sentía. Mis últimas palabras hacia él fueron pedirle que abrazara a mi niño no nacido cuando le viera en el cielo» 

25 de diciembre de 2014.- (Theresa Bonapartis / Aleteia / Camino Católico)  “Theresa, necesitas aceptar la posibilidad de que tu padre nunca se arrepienta de obligarte a abortar”. Nunca olvidaré estas palabras que me dijo mi director espiritual. Estuve rezando una novena a Nuestra Señora de Czestochowa durante años. De hecho, ella es la patrona del ministerio postaborto Entering Canaan que yo comencé con The Sisters of Life.

Forzada a abortar por mi padre cuando era adolescente, le pedí a ella diariamente que cambiara el corazón de mi padre y le llevara a la misericordia de su Hijo. El pensamiento de que mi padre nunca se ha abierto a la gracia de ser perdonado era algo que yo no quería aceptar. Recité esa oración a diario durante veinte años.

Perdonar a mi padre no fue fácil. Quisiera poder decir que creía que estaba haciendo lo mejor para mí cuando me obligó a abortar, pero mi padre estaba preocupado por las apariencias, y después supe que estaba implicado en otros abortos.

La muerte de mi niño no nacido alteró toda mi vida, y la lucha con el abandono y el perdón no la superé fácilmente. Sólo a través de mi propia curacióny la gracia de Dios fui capaz de empezar a mostrar a mi padre la misericordia y el perdón que Dios me mostró a mí.

Es difícil abrazar a un corazón que no se arrepiente. Esto nos puede llenar de enfado, resentimiento e incluso odio si lo permitimos. La elección de perdonar debe ser hecha una y otra vez, porque esta es la elección que Dios quiere que hagamos.

Esto, por supuesto, no significa que tengamos que abrirnos a ser heridos de nuevo, sino que necesitamos liberarnos del peso que esos sentimientos pueden tener en nuestras vidas.

Mi aborto impactó a toda mi familia. La devastación que trajo nunca se fue de nuestro lado aunque no se hablara de ello o se negara. Incontables familias experimentan este extrañamiento, especialmente cuando hay coacción. Y con todo, muchos rechazan darse cuenta del pecado de su implicación en el aborto.

Muchas mujeres buscan embarazarse de nuevo para “reemplazar” al niño que han perdido o, simplemente, buscando amor y afirmación, y se vuelven a encontrar embarazadas, sin casarse, y de nuevo con las presiones de abortar.

Los padres y parejas de las embarazadas siguen sin apoyarlas en su decisión por la vida. Así que el acto se repite, a pesar del daño que produce. Sus miedos son mayores que su confianza en Dios.

Es muy difícil seguir mostrando amor incondicional por gente así. Podemos estar ciegos ante cualquier cosa menos ante la destrucción del bebé no nacido y el dolor que causó su coerción, pero aun así tenemos que ofrecer la misericordia de Dios tanto si la quiere como si no. No es una tarea fácil, imposible sin la gracia de Dios.

Debemos recordar siempre que esta gente está perdida. Debemos intentar iluminarles el camino hacia Cristo.

Al final de su vida, gracias al cielo, mi padre se arrepintió. Se confesó y me dijo que lo sentía. Mis últimas palabras hacia él fueron pedirle que abrazara a mi niño no nacido cuando le viera en el cielo.

Cristo vino para llamar a los pecadores. Necesitamos aprender la lección del Adviento y tener paciencia y esperar, porque nunca sabemos cómo Dios actúa en los corazones de las personas. Los hay que siguen rechazando la misericordia de Dios, pero nuestra tarea es seguir ofreciéndosela, sin saber si en el último minuto se arrepentirán.

Que nuestras voces se unan a los coros de los ángeles, rezando por la reconciliación de los que no se arrepienten, conforme nos acercamos al nacimiento del que es la misericordia en persona.

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