Veinte gracias, prodigios, curaciones y milagros por la intercesión del beato Juan Pablo II durante su vida terrena y desde el cielo

 9 de mayo de 2011.-El beato Juan Pablo II fue en su vida terrena y es en su vida celestial un efectivo intercesor. Eso se confirma al recopilar una veintena de gracias, prodigios, curaciones y milagros concedidos por el Señor por intercesión del Papa polaco.  Como Jesucristo Juan Pablo II tenía y tiene predilección por los niños. Diversos niños y niñas que han pedido su mediación ante el Señor han sido curados de muy diversas enfermedades. Este es el resumen de 20 historias únicas para la gloria de Dios que certifican el continuo deseo de servir de Juan Pablo II a quienes se acercan a él para que cada persona tenga un encuentro personal con el Señor

(Escuchar la Voz del Señor) En marzo de 1978 Kay Kelly, madre de tres hijos y vecina de Liverpool, Inglaterra, recibió la noticia de que tenía cáncer. Entonces le pidió a la Virgen tiempo para enseñar a sus hijos a no separarse de Dios y a no enfadarse con Él por su inevitable muerte. Ella fue al Vaticano, y en una audiencia general Juan Pablo II la abrazó un momento. Al día siguiente Kelly -en la imagen de la izquierda- regresó a su patria y fue al hospital, y ya no tenía cáncer.

Curaciones en las audiencias vaticanas

En otra audiencia en el Vaticano en 1985 la religiosa colombiana Ofelia Trespalacios se encontró con el Papa.Ella tenía una enfermedad dolorosa e incurable en el oído que le afectaba el equilibrio y le producía desmayos. «Le dije: ‘Santísimo Padre, quiero una bendición para que se me quite la enfermedad’. Me dijo que rezara, me dio la bendición y luego me tapó la cara con su mano. Desde entonces no volví a sufrir nada».

Un adolescente polaco, de nombre Rafal y procedente de Lubaczow, fue recibid el 1 de julio de 2004 en audiencia privada por el Papa. El joven padecía de un linfoma incurable que desapareció justo después de la audiencia.

En el año 2000 el entonces cardenal Arcipreste de la Patriarcal Basílica Vaticana, Francesco Marchisano, -en la imagen de la derecha- fue curado de la siguiente forma: «Yo había sido operado de las carótidas y por un error de los médicos la cuerda vocal derecha había quedado paralizada, obligándome a hablar casi imperceptiblemente. El Papa me acarició el lugar de la garganta donde había sido operado diciéndome que había rezado por mí. Después de algún tiempo volví a hablar regularmente».

Un terremoto ocurrido en 1980 provocó un accidente que dejó en silla de ruedas al italiano Emilio Ceconni. En 1984 el Papa posó las manos sobre la cabeza del joven, quien pocos días más tarde recuperó la movilidad total de sus piernas.

En 1998 un estadounidense rico y enfermo de cáncer le pidió a su conocido Stanislaw Dziwisz, el secretario personal de Juan Pablo II, que le permitiera asistir a la Misa del Papa en Castelgandolfo. El hombre se acercó a comulgar durante la Eucaristía. Dziwisz sólo después supo que el hombre ni siquiera era cristiano, sino de religión judía. «Me llamaron algunas semanas más tarde para decirme que el tumor cerebral había desaparecido en unas horas», aseguró el arzobispo Stanislaw.

Niños y niñas curados de autismo, hidrocefalia y problemas renales mortales

También en 1980 Juan Pablo II saludaba a los niños, como era su costumbre. Stefanía Mosca tenía diez años y sufría de autismo. El Papa le dio un beso y rápidamente la vida de la niña se transformó: recuperó la alegría, comenzó a hacer contacto con su alrededor y vivió normalmente.

Desde que nació y hasta los dos años de edad, Angélica María Bedoya padecía hidrocefalia y se encontraba en estado muy grave. Durante la visita del Papa a Paraguay, el obispo de Caacupé la llevó ante el pontífice en la sacristía, antes de la Misa, y el Papa «tocó la cabeza de la niña y cerró los ojos para rezar por ella». La niña se curó.

En septiembre de 1979 Juan Pablo II visitó Irlanda. Bernhard y Mary Mulligan tenían una bebé de pocos meses de edad con severos problemas renales que la tenían en riesgo de morir. El matrimonio fue a esperar al Papa entre la multitud y, al paso de él, elevaron a su hijita para que Juan Pablo II la viera. El pontífice la acarició. A raíz de eso desapareció la enfermedad de la niña.

En 1984, durante una visita pastoral a Puerto Rico, el Papa impuso sus manos sobre la joven Lucía, de 17 años, que sufría ceguera. Al volver a casa, la muchacha ya podía ver.

En 2002, en la Jornada Mundial de la Juventud de Toronto, el Papa le impuso las manos y le hizo la señal de la cruz a Angela Baronni, de 16 años, con cáncer de huesos. Y desapareció todo rastro de cáncer.

Un joven español al borde de la muerte por accidente

Han pasado seis años y cinco meses desde que volvió a nacer. Ahora tiene 27 y en su rostro apenas se le nota la cicatriz que le dejó aquella mañana de noviembre de 2004, cuando estuvo a punto de morir en un accidente automovilístico y revivió 15 días después en la cama de un hospital.La mirada le brilla como sólo ocurre con las personas que viven en paz y su sonrisa es reflejo de la firmeza de su historia. «Fue Juan Pablo II el que intercedió por mí». Toma un sorbo de café y comienza a sincerarse. No revela su nombre, porque no quiere protagonismo de lo que considera un pequeño gran milagro. Para él, el protagonista se llama Karol Wojtyla. Recuerda la primera vez que vio al Papa. Fue en 2000, en la Jornada Mundial de la Juventud en Roma. «Me quedé como un niño pequeño, mirándole», comenta. En ese momento, recuerda su infancia: habla de su madre como referente de fe, y de las misas dominicales y las visitas al Santísimo.  

Repasa su adolescencia, cuando se separó de casa para llegar como estudiante a Madrid. Fue la separación de su natal Toledo, donde años después realizaría una visita familiar. En su viaje de regreso, justo en el camino a Villa de Don Fadrique, la muerte intentó cogerlo. «Era una mañana fría. Viajaba con mi padre. Se trató de un choque en cadena. Nos metimos debajo de un camión y ahí empezó todo», relata. En ese momento, regresan a su mente los detalles. «¡Nos matamos!, gritó mi padre». Pero la advertencia pasó de largo ante el recuerdo de las palabras de Juan Pablo II que había escuchado y releído cientos de veces: «No tengáis miedo».

Luego vinieron las imágenes trágicas. Casi una decena de coches involucrados en el suceso. La muerte parecía rondarle. Se manifestaba en la sangre que perdía a través de las heridas causadas por los cristales del parabrisas incrustados en su rostro. Tenía 21 años.  La escena era violenta, pero las palabras del Pontífice pudieron más. «No tuve miedo a morir», confiesa. Y su mirada cambia. «Acababa de confesarme. Aunque siempre he sido un poco “miedica” ante la muerte, lo viví con mucha calma».

Con esta tranquilidad, siguió la llegada del personal de emergencia y el viaje al hospital de 30 minutos. Tal vez era el delirio, o mejor, la fe. El caso es que empezó a rezar y luego a tararear las canciones religiosas de toda la vida. En su aparente inconsciencia se percató que en un bolsillo portaba un rosario. Era el mismo que le habían entregado un año antes en la última visita de Juan Pablo II a España. «Fue como tocarlo y sentir la fuerza especial de no sentirme abandonado».

Después vino el diagnóstico: politraumatismo facial. ¡Intervención quirúrgica urgente! «El último recuerdo fue una estampa del Papa que me entregó mi madre». A partir de ahí, una operación de ocho horas y la pérdida del conocimiento durante dos semanas. Tras volver en sí, un proceso de recuperación de tres meses. Ahora, varios años después, lleva una vida normal con una fe que parece inquebrantable y que se fortalecerá a buen seguro con la beatificación de su particular Ángel de la Guarda. «Cuando murió, me quedé en casa y lloré como si hubiera muerto alguien muy cercano a mí», concluye.

 «Somos una familia gracias a él»

Asunción y Juan Miguel fueron a Santiago de Compostela en 1989. Ella, una veinteañera voluntaria en Cristianos Sin Fronteras. Él, uno de los miles de peregrinos que llegaron a la capital gallega para participar en la Jornada Mundial de la Juventud. Era la tercera visita de Juan Pablo II a tierra española. 

El primer encuentro entre ambos terminó en una discusión y poco hacía presagiar lo bueno que vendría después. «Vengo a buscar la medicación que me dan para la garganta», dijo ella. «Pues yo no veo que tengas nada», respondió él. Y de aquel enfrentamiento nació el amor. Les llegó entre los discursos del Pontífice y los encuentros cotidianos en el seminario habilitado en lugar de alejamiento.

Él siguió insistiendo en verla cuando regresaron a Madrid. Ella se resistía. Pero accedió. Salieron tres meses y Juanmi le propuso matrimonio. De nuevo, Asun intentó resistirse. Pero accedió. La boda llegó un año más tarde.  Dos décadas después, tienen tres hijos: Alba, Daniel y Pablo. Parece que hubo una «gracia especial», reconocen al recordar aquella JMJ. Y ahora sin resistirse, Asun se refiere a Juanmi: «Muchas veces lo que pienso es que tengo a la persona que me correspondía tener y ahí la encontré, cerca del Papa».

«El Rosario que me regaló hace mucho bien»

Eugenio Lira Rugarcía, obispo  auxiliar de Puebla (México), considera abiertamente que los milagros de Juan Pablo II «suman muchos más»que la curación de Parkinson de la religiosa francesa Marie Simon-Pierre, el único reconocido en Roma. Y confiesa que sus 20 años ejerciendo el sacerdocio tuvieron mucho que ver con una visita que realizó Karol Wojtyla en enero de 1979 a México. «Fue el primer viaje de todo su pontificado. Era la tercera Conferencia del Episcopado Latinoamericano. Yo logré participar en la misa que celebró». Se trataba de un Eugenio adolescente que, tras esta eucaristía, eligió olvidarse de la ilusión de la infancia de convertirse en dibujante para Walt Disney, y entrar al seminario.

Emocionado, evoca las distintas ocasiones que pudo verlo gracias a su vocación sacerdotal. «Juan Pablo II era impresionante, al verle descubrías a un sacerdote viviendo plenamente su ministerio. El momento culminante que viví con él fue durante el jubileo de 2000, cuando el Santo Padre me concedió una audiencia», revela. Le obsequió con un rosario que conserva en un estuche y que saca de vez en cuando para dar la bendición a la gente, un rosario que el prelado asegura que guarda detrás una historia milagrosa.

Así lo atestigua al recordar cómo una mujer que se enteró que lo tenía lo buscó ocho días después de la muerte del Papa. Le contó, desesperada, sobre una migraña que padecía de años. Le rogó recibir la bendición con el rosario. Lo hizo. Tiempo después la volvió a ver y ella le dijo que un calor fuerte, pero no desagradable, rodeó su cabeza. Días después la enfermedad dejó de manifestarse.

Lira dice que «tengo muchas historias similares», porque usa el rosario continuamente.  De ahí que recuerde la última vez que se encontró con él en 2004. «Estaba muy enfermo, pero lo admiré porque pasamos 192 personas y nos atendió a todos con bondad. Ya casi no hablaba. Después de que lo habíamos visto como atleta de Dios, fue impresionante. Era más grande espiritualmente, un hombre santo».

Seis milagros desde el cielo

Sor Marie-Simon-Pierre, una religiosa francesa de la congregación de las Hermanitas de las Maternidades Católicas, fue diagnosticada en junio de 2001 de la misma enfermedad que padeció Juan Pablo II: mal de Parkinson. El 2 de junio de 2005, totalmente exhausta a causa de la enfermedad, le pidió a su Superiora que la dispensara de toda actividad laboral, pero la respuesta que le dio fue que resistiera un poco más porque «Juan Pablo II no ha dicho todavía la última palabra».

La Superiora le dio un bolígrafo y le pidió que escribiera «Juan Pablo II». Sor Marie-Simon-Pierre cuenta: «Eran las 17 horas. A duras penas, escribí ‘Juan Pablo II’. Ante la caligrafía ilegible, permanecimos largo rato en silencio… Y la jornada prosiguió como de costumbre… A las 21 horas sentí el deseo de coger un bolígrafo y escribir… Eran las 21:30 horas. La caligrafía era claramente legible, ¡sorprendente! Me tendí sobre la cama, estupefacta. Habían pasado exactamente dos meses desde el regreso de Juan Pablo II a la Casa del Padre… Me desperté a las 4:30, sorprendida de haber podido dormir. Me levanté de la cama. Mi cuerpo ya no estaba dolorido, había desaparecido la rigidez».

En la madrugada del domingo 22 de febrero de 2009, Jory Aebly y Jeremy Pechanec, dos jóvenes de 26 y 28 años, de Cleveland, EU, salieron de un restaurante en el que habían celebrado una fiesta de cumpleaños. Entonces cuatro individuos les dispararon con sendos tiros en la cabeza para robarles 20 dólares. Jeremy Pechanec murió en el acto. A Jory Aebly le quedó la bala en el cerebro y estaba a punto de morir.

Al llevarlo la ambulancia al hospital Metro Health, el presbítero católico Art Snedeker, capellán del hospital y a quien el propio Juan Pablo II le prometió que cada día rezaría por sus pacientes, le administró a Jory la Unción de Enfermos, le puso en la mano un rosario bendecido por el pontífice, y oró a Juan Pablo II para que intercediera por el moribundo. Dos días después Aebly ya platicaba con las enfermeras; a la semana comenzó a caminar; a las tres semanas ya subía escaleras, y a las cinco semanas fue dado de alta.

En 2009, en Murcia, España, al niño «Chema» le fue diagnosticado el síndrome de Rassmussen, enfermedad autoinmune en la que el cuerpo no reconoce a su propio cerebro y empieza a atacarlo. La inflamación cerebral pronto hizo que al niño se le paralizara el lado izquierdo del cuerpo, y llegó un momento en que, hasta dormido, tenía convulsiones continuas. La familia de «Chema» oraba por su curación. La mamá, un día durante la oración sintió que Juan Pablo II podía interceder por el niño, y al papá le ocurrió algo semejante.

Los médicos decidieron extirparle a «Chema» la parte del cerebro que estaba dañada, de manera que la enfermedad ya no avanzara aunque perdería gran cantidad de funciones motoras y probablemente le causaría daños mentales. Se fijó una fecha para la operación, pero antes de que ésta llegara «Chema» empezó a mover el brazo, luego las piernas y, más adelante, se irguió con normalidad. Quedó totalmente curado.

También en 2009, pocos días después del cuarto aniversario de la muerte del pontífice, un niño polaco de 9 años, de Gdansk, bajó en silla de ruedas ante la tumba del Papa porque no podía caminar debido a un grave cáncer renal. Tras rezar, el niño salió de la basílica y les dijo a sus padres que quería caminar. El niño quedó curado.

Ocurrió en 2010, en Massachusetts, EU. Un hombre de ascendencia portuguesa, Joe Amaral, de 47 años, casado y padre de tres hijas, estaba confinado en una silla de ruedas por padecer estenosis espinal. Casi paralítico, tenía cinco años enfadado con Dios, pero rezaba constantemente pidiendo a Juan Pablo II que intercediera por él.

Finalmente comprendió que si su enfermedad no tenía remedio lo único que podía hacer era, a ejemplo de Juan Pablo II, abrazar el sufrimiento como aceptación de la voluntad de Dios. Entonces se fue a confesar, y durante el sacramento sintió que «una sensación cálida recorría cada centímetro de mi cuerpo; luego fui a mi casa y recé a Juan Pablo II y la Divina Misericordia de Dios». Apenas dos días después sintió una llamada a levantarse: «Miré la imagen de Juan Pablo II y, simplemente, me puse de pie».

El comunista Gianni Vecchio era el peluquero ocasional del cardenal Wojtyla, en Roma. Hace unos meses le diagnosticaron una hernia discal. «Cuando entré en el hospital vi una foto de Juan Pablo II y la madre Teresa. Durante meses había sufrido dolores muy fuertes. Cuando me dieron los resultados, compararon dos resonancias y la hernia había desaparecido».

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