El relativismo en religión: La estratagema más inteligente del Enemigo / Por cardenal J. H. Newman

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17 de septiembre.- Al recibir el birrete que le anunciaba su designación cardenalicia, el 12 de mayo de 1879, John Henry Newman volvió la vista atrás, y pese a admitir haber cometido quizá muchos errores, se mostró orgulloso de una cosa: haber combatido siempre el liberalismo religioso. Aquel célebre discurso se conoció, en adelante, como el Biglietto Speech. Éste es un extracto:

(John Henry Newman / Alfa y Omega) El liberalismo religioso afirma que no hay ninguna verdad positiva en religión, que un credo es tan bueno como otro. Es incongruente con cualquier reconocimiento de cualquier religión como verdadera. Todas deben ser toleradas, pues todas son materia de opinión. La religión revelada no es una verdad, sino un sentimiento o gusto; y está en el derecho de cada individuo hacerle decir tan sólo lo que impresiona a su fantasía. Los hombres pueden fraternizar juntos con pensamientos y sentimientos espirituales sin tener ninguna doctrina en común, o sin ver la necesidad de tenerla. Si, pues, la religión es una posesión tan privada, debemos ignorarla en las interrelaciones de los hombres entre sí. Es tan impertinente pensar acerca de la religión de un hombre como acerca de sus ingresos o el gobierno de su familia. La religión en ningún sentido es el vínculo de la sociedad.

cardenal_newman_foto__mazurwww.thepapalvisit.org.uk.jpgHasta ahora el poder civil ha sido cristiano. Se había considerado que sólo la religión era suficientemente fuerte para asegurar la sumisión de nuestra población a la ley y al orden. Ahora, los filósofos y los políticos están empeñados en resolver este problema sin la ayuda del cristianismo. Reemplazarían la autoridad y la enseñanza de la Iglesia, antes que nada, por una educación universal y completamente secular, calculada para convencer a cada individuo que su interés personal es ser ordenado, trabajador y sobrio. Luego, para el funcionamiento de los grandes principios que toman el lugar de la religión, y para el uso de las masas así educadas cuidadosamente, se provee de las amplias y fundamentales verdades éticas de justicia, benevolencia, veracidad, y semejantes.

Se debe recordar que las sectas religiosas que se difundieron en Inglaterra hace tres siglos, se han opuesto ferozmente a la unión entre la Iglesia y el Estado, y abogarían por la descristianización de la monarquía, bajo la noción de que haría al cristianismo mucho más puro y poderoso. Luego, el principio liberal nos está forzando por la necesidad del caso. Uno de cada doce hombres tomados al azar tiene participación en el poder político, y representan por lo menos siete religiones. ¿Cómo puede ser posible que actúen juntos en asuntos municipales o nacionales si cada uno insiste en el reconocimiento de su propia denominación religiosa? Toda acción llegaría a un punto muerto, a menos que el tema de la religión sea ignorado.

Debe tenerse en cuenta que hay mucho de bueno y verdadero en la teoría liberal. Están entre sus principios los preceptos de justicia, veracidad, sobriedad, autodominio y benevolencia. No decimos que es un mal, hasta no descubrir que esta serie de principios es propuesta para sustituir o bloquear la religión. Nunca ha habido una estratagema del Enemigo ideada con tanta inteligencia y con tal posibilidad de éxito. Está haciendo entrar majestuosamente en sus filas a un gran número de hombres capaces, serios y virtuosos, y jóvenes con una carrera por delante.

Tal es el estado de cosas en Inglaterra. Lo lamento profundamente, porque preveo que puede ser la ruina de muchas almas, pero no tengo temor en absoluto de que realmente pueda hacer algún daño serio a la Santa Iglesia, a nuestro Rey Todopoderoso, o a Su Vicario en la tierra. El cristianismo ha estado a menudo en lo que parecía un peligro mortal. Es comúnmente una gran sorpresa, cuando se ve, el modo por el cual la Providencia rescata y salva a su herencia elegida. Generalmente, la Iglesia no tiene nada más que hacer que continuar en sus propios deberes, con confianza y en paz, mantenerse tranquila y ver la salvación de Dios.

Cardenal John Henry Newman


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