Vincent T. Nogle, sacerdote: «En mi casa éramos ateos, sionistas, comunistas y hippies»

*  «Una noche, miré la luna y me dije: “Los musulmanes tienen razón, ¡Dios es Dios!”. Entendí que Él es Señor, y que creer significa obedecer»

8 de noviembre de 2009.- Vincent T. Nogle, sacerdote de la Fraternidad Misionera San Carlos Borromeo, ha estado en la parroquia de San Juan Bautista de Fuenlabrada hablando de racismo. Vive en Israel, donde las identidades tienden a chocar con violencia. En su juventud californiana se mezclaron judaísmo, orientalismo, comunismo y espiritualidad «Nueva Era». «Mi padre era de familia irlandesa y católica. Mi madre, de familia judía lituana, y siempre nos recordó nuestro linaje judío. Nuestros parientes eran los típicos judíos ateos comunistas. Uno  era sociólogo, con una tesis sobre el único sindicato comunista de Estados Unidos. Mi padre no era comunista, pero siempre estaba militando en derechos laborales y  huelgas», explica Nogle.

(Pablo J. Ginés / Fe y Razón) De niño, sólo le llevaban a misa en Navidad. «Mi hermana mayor se hizo budista a los 15 años. Yo entonces tenía siete años. Ella me enseñó a hacer meditación, ratos largos dos veces por semana, con un altar en su cuarto». El joven Nogle se crió en Redwoods, un pueblo pequeño que desde 1965 se convirtió en el centro del mundo hippie y antisistema. «Mi madre seguía a Richard Alpert, que usaba el nombre de gurú Baba Ram Daas. Era un judío norteamericano que en 1963 fue expulsado de su cátedra de Harvard por experimentar con el LSD. Fue a India y volvió convertido en gurú. Mi madre estaba en el círculo que fundó la revista “The New Age Journal”. Yo crecí rodeado de ese ambiente, del deseo de “una nueva humanidad”, de romper con las naciones, las religiones y toda autoridad». Eso sí, «a las cinco teníamos que estar en casa para comer juntos. Creo que eso nos salvó. Mis amigos de entonces murieron pronto, o toman drogas», señala el sacerdote. 

Su madre siempre les hablaba de Israel, de la vida en el «kibbutz»,  de ese verdadero socialismo en el que los hijos eran criados por todos y sin propiedad privada. Estudiando humanidades, al joven Vincent le asombraron sus profesores, católicos comprometidos. «Siempre hablaban de “la verdad”, algo que me parecía ofensivo e intolerante», recuerda. Le desconcertaban: condenaban el aborto y la homosexualidad, pero dedicaban tiempo y dinero a ayudar a homosexuales en riesgo de suicidio, depresión, o a chicas embarazadas con problemas. «¿No será que mi tolerancia no es más que indiferencia?», se planteó.

Nogle empezó a ir a una parroquia en su juventud. «En aquel grupo juvenil nadie nos hablaba de Dios, ni nos enseñaban a rezar. La Iglesia californiana de esos años era un desastre. Simplemente escuchábamos música de los Beatles y de Black Sabbath. Yo no tenía fe ni conocía la doctrina, pero sólo por estar allí ya me hicieron responsable de un grupo de confirmación. Absurdo, pero así eran aquellos años. Nadie tenía fe allí. Recuerdo que había seis curas jóvenes e inteligentes: dos acabaron en prisión y uno murió en ella. Otro se suicidó. Otro fue acusado de violar adolescentes, dejó de tomar sus medicinas y murió. Era gente creasuncionretab-2c.jpgativa e inteligente en unos tiempos muy confusos.Organizaron un campamento para niños, nada dogmático, sólo con valores humanos. Los niños llegaban egoístas y violentos y siete días después se marchaban colaborativos y generosos. El cambio era tan evidente que pregunté a un cura: “¿cómo es esto?, ¿qué les ha pasado?” Y me dijo: “Es Jesucristo, es lo que Él hace”. Fue la primera vez que la palabra “Jesucristo” significó algo concreto para mí. Un día hablé con el gurú de mi madre. “No hay forma de que yo me haga católico, con esas cosas absurdas que creen, como la Asunción de la Virgen”. “Ah, ¿es que no crees en la Asunción de María?”, me preguntó. “No, claro, ¿y tú?” “Si no es cierto, debería serlo, porque todos venimos de Dios y a Dios hemos de volver. Tiene sentido”, me dijo Baba Ram. Era la primera vez que alguien me explicaba una doctrina católica, que me daba argumentos, razones».

En 1981, siendo profesor en Marruecos, empezó a rezar. «Una noche, miré la luna y me dije: “Los musulmanes tienen razón, ¡Dios es Dios!”. Entendí que Él es Señor, y que creer significa obedecer. Después, en Arabia Saudí, viví con gente mala, dispuesta a hacer cosas realmente malvadas sin pensárselo. Una noche entré en mi habitación, hundido, mareado, me dejé caer al suelo… y entonces una mujer me abrazó, me sentí amado, y supe que todo estaba bien. Y de repente, ella ya no estaba allí».  De vuelta a Estados Unidos,  conoció a unos estudiantes del movimiento Comunión y Liberación. Lo vendió todo y viajó a Italia para estudiar en el seminario de misioneros de este movimiento. Fue ordenado en 1992

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