P. Lluc Torcal, Prior del monasterio cisterciense de Poblet: «Quien quiera vivir la vida monástica tiene que confiarse del todo al Señor y no dejar extinguir este fuego»

* «Mi oración era a menudo pedir a Dios que se hiciese en mí su voluntad»

* «El principal valor de la vida monástica es ser querido por Dios. Mientras Dios continúe llamando a chicos y chicas, jóvenes, a buscarle en los monasterios, éste será un camino que continuará vivo dentro de la iglesia para testimoniar, sobre todo, la primacía de Dios sobre cualquier otra realidad de este mundo. Una primacía de Dios que quiere expresar su gratuidad, su grandeza, su bondad, toda la fuerza de un amor que nos da el don de la existencia y de la vida nueva en Cristo»

31 de enero de 2012.- Las viñas rodean el gran monasterio de Poblet, construido con una piedra clara que contrasta con el verde oscuro de los bosques de las vecinas montañas de Prades. Desde que se fundó, en el lejano siglo XII, la comunidad cisterciense de Poblet ha sido uno de los corazones espirituales, culturales y simbólicos de Cataluña. Tanto es así que hoy las magníficas tumbas de los reyes de la Corona de Aragón continúan siendo, como si el tiempo no hubiera pasado, testigos privilegiados de los oficios y las eucaristías de la comunidad.

Hoy la comunidad de Poblet está formada por 35 monjes, y su prior es el P. Lluc Torcal. Él forma parte de una hornada de monjes jóvenes que, en aparente contradicción con nuestro mundo materialista, atareado y superficial, han respondido a la llamada contemplativa: «La comprensión que Dios me llamaba a buscarlo en la vida monástica se fue incubando en la oración: una oración que desde que descubrí que Dios era Dios, hacia los 13 años, fue acompañando mi vida; una oración, centrada ya en aquella edad en la Palabra de Dios, que me guió hacia la Eucaristía y la Confirmación, a los 16 años, y que se fue intensificando hasta hacerme descubrir, a los 17, que Dios me invitaba a entrar en Poblet; una oración, todavía, que me hizo de maestra y de alimento todo el tiempo que esperé antes de entrar en el monasterio, estudiando y llevando una vida de joven de aquella edad.»

(Eduard Brufau / Catalunya Cristiana / Camino Católico)«No fue hasta los 23 años cuando, acabada la carrera de Físicas, entré en Poblet: sólo un año antes lo supieron en mi casa. Les costó digerir la noticia, pero, poco a poco, con el tiempo y la ayuda de la oración, fueron aceptando e, incluso, comprendiendo el camino que yo seguía. Ahora mis padres vienen a menudo a pasar unos días en Poblet.»

La llamada

El actual prior de este monasterio cisterciense nos explica también un episodio concreto de su vida antes de entrar en el monasterio, que ilustra su proceso de llamada a la vida contemplativa: «Mi oración era a menudo pedir a Dios que se hiciese en mí su voluntad. Recuerdo muy especialmente una tarde de primavera, del año que estudiaba cuarto de carrera, cuando fui una hora antes de misa a la iglesia del monasterio de Sant Cugat, donde yo era feligrés habitual, y estuve rezando muy intensamente toda aquella hora que se hiciese en mí la voluntad de Dios: cuando me levanté para ir a preparar las lecturas de la misa que tenía que proclamar después no os podéis imaginar cuál fue mi sorpresa cuando leí como respuesta al salmo: Me dice el corazón: busca su rostro. ¿Qué más podía pedir? Este versículo del salmo 26 me sirvió de recordatorio de mi profesión y ha sostenido desde hace muchos años mi vida monástica de búsqueda de Dios.»

El P. Lluc Torcal subraya, además, que su llamada fue muy concreta porque siempre vio claro que tenía que ser monje del monasterio de Poblet: «Yo me sentí llamado a ser monje de Poblet. La llamada fue muy concreta. A pesar de que no sentí nada, desde el punto de vista sensorial, siempre he tenido la profunda certeza, desde el fondo de mi corazón, que Dios me llamaba a ser monje de Poblet, aunque no conocía el monasterio en absoluto. Nunca he sentido una vocación abstracta a consagrarme a Dios de manera genérica: siempre me he sentido invitado a hacerme monje de Poblet.»

«La primera vez que vine a Poblet tenía 18 años, acababa de finalizar mi primer curso en la universidad, era verano, y cuando pedí al P. abad ingresar en el monasterio me aconsejó —muy sabiamente— que intentase acabar lo que ya había comenzado. Con esta invitación estudié la física con el corazón puesto siempre en Poblet. Mi compañera de camino fue la oración y la vida sacramental: entre la eucaristía diaria, la liturgia de las horas y la lectura de la Palabra de Dios, dedicaba cada día unas tres horas e, incluso cuatro. Además, leía bastante a los Padres y otros autores modernos e intentaba asistir a oraciones, reuniones de formación cristiana y cursos de teología. Todo esto, sin dejar los estudios, las actividades extraescolares, como la música y los idiomas, ¡y el ocio, por supuesto!»

La vida monástica

Para el P. Torcal esta llamada concreta se vio realizada y confirmada inmediatamente después de ser acogido en el gran monasterio cisterciense: «Cuando entré en Poblet me sentí como pez en el agua. El camino de búsqueda de Dios que se vive en el monasterio era mi camino: no había ningún otro. Es decir, mi corazón estaba hecho para servir al Señor buscándolo en la vida monástica benedictina y cisterciense. Los primeros años de formación en el monasterio, conociendo y estudiando la espiritualidad monástica, la Regla de san Benito, los escritos de los monjes cistercienses, la lectura de los Padres; los años de estudio de la Filosofía y la Teología en Roma, no hacían sino corroborar que estaba en el lugar donde tenía que estar.»

Preguntado sobre el papel de la vida monástica en la iglesia del siglo XXI y en un mundo tecnificado en el que las personas no tienen tiempo ni para sí mismas, el P. Torcal responde que «el principal valor de la vida monástica es ser querido por Dios. Mientras Dios continúe llamando a chicos y chicas, jóvenes, a buscarle en los monasterios, éste será un camino que continuará vivo dentro de la iglesia para testimoniar, sobre todo, la primacía de Dios sobre cualquier otra realidad de este mundo. Una primacía de Dios que quiere expresar su gratuidad, su grandeza, su bondad, toda la fuerza de un amor que nos da el don de la existencia y de la vida nueva en Cristo. La vida monástica en el seno de la iglesia da testimonio, antes que nada y por encima de todo, de que hay que buscar a Dios de verdad. Una búsqueda que se realiza por la oración generosa, por la vida sacramental plena, por el servicio desinteresado al hermano, por la obediencia pronta a la Palabra, por la acogida al necesitado, por el trabajo consciente, por el cuidado del entorno… en definitiva, por la identificación plena con el Señor.»

«La vida monástica es testigo dentro de la iglesia de que hay que pedir sobre todo y por encima de todo, que sea santificado el nombre de Dios, que venga a nosotros su Reino y que se haga su voluntad; es testimonio de que es posible intentar vivir esforzándonos por restablecer la armonía con Dios, con los hermanos, con uno mismo y con el mundo que nos rodea. Desde esta perspectiva el tiempo adquiere una nueva dimensión: hay tiempo para todo porque es precisamente a través del tiempo donde esta búsqueda se realiza. hora tras hora, día tras día, año tras año, el monje ensancha su corazón, creciendo en la búsqueda de Dios.»

Finalmente el P. Lluc Torcal hace una pequeña recomendación a todos los chicos y chicas que se sienten llamados a la vida contemplativa: «quien quiera vivir esta vida tiene que confiarse del todo al Señor, a través sobre todo de la oración. Quien sienta en el fondo de su corazón esta invitación a buscar a Dios por encima de todo, tiene que procurar no dejar extinguir este fuego, porque sólo siguiendo esta invitación podrá cumplir la voluntad que Dios tiene sobre él, su designio amoroso sobre él.»      

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