Alicia Vacas, misionera comboniana en el desierto de Judea, entre esclavos y beduinos

* ”Me di cuenta de que tenía dos certezas: quería darlo todo y para siempre. Vi que eso era un deseo de consagrarme, una vocación. Después del COU entré en las combonianas con 18 años”

* ”La enfermedad nos saca de nuestro sueño de omnipotencia, nos ayuda -si nos dejamos- a encontrarnos en nuestra fragilidad y humanidad y ahí Dios se hace evidente. Tras la etapa de rebeldía ante el dolor, puede llegar un sentido de entrega, acogida, desde la dependencia. Puede ser muy bonito. Aprendes a valorar y ser valorado por quien eres, no por lo que haces”

16 de febrero de 2012.-Tiene 39 años y lleva toda su vida misionera en Egipto o Israel. En la zona C, tierra de nadie militarizada, convive con beduinos empobrecidos. En Tel Aviv, atiende víctimas del tráfico de esclavos del Sinaí.

(Pablo J. Ginés / Forum Libertas– ¿Cómo fue tu vocación?

– Mi familia era cristiana practicante, sencilla, obrera de clase media en Valaldolid. Estudié en un colegio de las Franciscanas de los Sagrados Corazones, que tenía un grupo juvenil donde íbamos creciendo en la fe. Teníamos inquietud por lo social y el Tercer Mundo. Supimos por casualidad de la Pascua Joven Misionera de los combonianos, fuimos en grupo, y me pareció una espiritualidad más encarnada. Como tantos jóvenes me preguntaba por la felicidad, el sentido de la vida y cómo mejorar el mundo. Me preguntaba: ¿cómo, con quién y cuánto volcarme?

– ¿Y a qué conclusión llegaste?

– Me di cuenta de que tenía dos certezas: quería darlo todo y para siempre. Vi que eso era un deseo de consagrarme, una vocación. Después del COU entré en las combonianas con 18 años y estudié con ellas en España e Italia. Siempre había tenido inclinación por el mundo sanitario y estudié 3 los tres años de enfermería en Gijón. Y mucho después, en 2007, la especialidad en Medicina Internacional, que es la antigua especialidad de «Enfermedades Tropicales» pero que hoy incluye pandemias, migraciones, etc… Es la que hacen los médicos misioneros, los Médicos Sin Fronteras, etc…

– ¿Dónde has pasado tus años misionales?

– Bueno, estuve 4 años en una clínica rural cerca de Luxor, en Egipto. Después, unos 3 años en los suburbios de El Cairo. A unas 125 visitas al día, ¿cuánto es eso? [850.000 visitas médicas]. El 90% de mis pacientes eran Descripción: http://www.forumlibertas.com/adjuntos/aliciabeduina.jpgmusulmanes, claro. Y ahora trabajo con los beduinos del desierto de Judea, que son musulmanes al 100%, y con inmigrantes que han sido esclavizados en el Desierto del Sinaí y llegan al Hospital Abierto en Tel Aviv, donde colaboramos con la asociación israelí Médicos por los Derechos Humanos.

– Como enfermera y misionera estás en primera línea contra el dolor. Muchos se preguntan por qué Dios permite la enfermedad, el sufrimiento… ¿O es esa una pregunta sólo de ricos?

– No, los pobres también se lo preguntan. Es humano buscar un responsable, alguien a quien culpar. Los que trabajamos entre los pobres vemos que el estilo de vida tiene mucho que ver con este sufrimiento. Sí, los humanos somos limitados, finitos… pero ciertas políticas y formas de vida favorecen la enfermedad y el sufrimiento.

– Ese sufrimiento, ¿aleja o acerca a Dios?

– Mi experiencia es que acerca. La enfermedad nos saca de nuestro sueño de omnipotencia, nos ayuda -si nos dejamos- a encontrarnos en nuestra fragilidad y humanidad y ahí Dios se hace evidente. Tras la etapa de rebeldía ante el dolor, puede llegar un sentido de entrega, acogida, desde la dependencia. Puede ser muy bonito. Aprendes a valorar y ser valorado por quien eres, no por lo que haces.

– ¿Puedes ilustrarlo con una vivencia personal?

– Contaré una que me impactó mucho. Yo era muy joven y acababa de profesar y me pasó algo que me marcó para siempre. Vivíamos con las hermanas ancianas y enfermas, en su casa de Roma, para acostumbrarnos al trato con los enfermos. Una hermana anciana agonizaba en su lecho, y yo estuve a su lado toda la noche. Aquella mujer era veterana de 40 años como misionera en Uganda, tenía un temple y una fuerza que todas admirábamos. Pero aquella noche de agonía, en cada respiración, le oía decir: «tengo miedo, tengo miedo». ¡Ella, misionera, con miedo a morir, y yo sobrecogida! ¿Y la fe? ¿Y la confianza?

– Es para asustarse…

– Espera, la historia sigue. Por la mañana, otra hermana le regañaba: «pero bueno, hermana, si usted sabe que Dios les espera como un padre con los brazos abiertos…» Y ella: «es que no sé si hay de verdad un Padre que me espera». Era su último momento y tenía dudas existenciales. ¡Pero no murió! Mejoró, y todas estuvimos hablando sobre lo que había pasado. Había sido un aviso. Ella se preparó para morir bien, llegó a verlo verdaderamente como un encuentro con Dios… y así murió, con paz, tres meses después. Deduje que Dios no le roba la vida a nadie. Pienso que nuestra sociedad, al rechazar el dolor, rechaza también el crecer en Dios.

– Egipto, el desierto… por ahí estuvo Comboni y las primeras combonianas, hace más de siglo y medio…

Descripción: http://www.forumlibertas.com/adjuntos/comboni_1872.jpg– Sí. En 1881 murió nuestro fundador, Daniel Comboni, que fue el primer obispo de Jartum. [A la derecha, foto de Comboni en 1872, con atavío árabe]. En 1884 las tropas islámicas del Mahdi controlaban la mayor parte de Sudán.

– Sí, sale en la película clásica: «Las cuatro plumas». O la muerte del general Gordon, en la película «Jartum…» 

– Las tropas del Mahdi capturaron a muchos cristianos, incluyendo las primeras combonianas, todas ellas chicas de menos de 30 años. Algunas estuvieron hasta 17 años presas. El Mahdi prohibió que las matasen, para que no fuesen mártires. «Deseáis la muerte, pero no la veréis», les decía. Las presionaban para que se casasen, y alguna lo hizo por ayudar a sus hermanas. Humanamente, aquella primera misión de combonianas fue un fracaso. Pero la congregación no se hundió, se hizo fuerte, valiente, creció, aprendimos de ellas. Hoy somos unas 1.500. Yo en Egipto las recordaba cada día. ¡En Assuán yo vivía en su misma casa! Comboni decía: «preparaos para ser carne de martirio», pero no las mataron. Aprendimos que hay muchas formas de martirio.

– Tú como enfermera has curado a muchos musulmanes, pero el milagro de Comboni también le sucedió a un musulmán, creo recordar…

– El milagro para la canonización de Comboni tuvo lugar en la maternidad de la clínica comboniana en Jartum hace pocos años. Una mujer musulmana se estaba desangrando tras el parto de su quinto hijo. No había forma de parar la hemorragia. Entró en un coma irreversible, se moría. Entonces una de las hermanas combonianas que le atendía puso una estampa de Comboni bajo su almohada y pidió su intercesión: «mira, pobre mujer, tiene cinco hijos, a ver si haces algo…» Y la mujer se curó. Los médicos, que eran musulmanes, testificaron en el proceso que médicamente no se podía comprender. Comboni salvó a una musulmana: puede ser una enseñanza para nosotros.

– Y ahora estás en Tierra Santa, en Israel…

– Trabajo con beduinos, refugiados, desplazados desde los años 50, entre Jerusalén y Jericó. Es la llamada «zona C», desierto bajo control del Ejército israelí. Eran nómadas, pero ahora están rodeados de colonias y carreteras valladas y no les dejan desplazarse. Han tenido que vender sus rebaños y viven en la indigencia, de la caridad internacional. En verano las autoridades dijeron que todos los beduinos de la zona C serían desplazados, quizá a una explanada con vertederos de basura en Jerusalén Este. Hablamos de unas 200 familias.

Descripción: http://www.forumlibertas.com/adjuntos/aliciaescuela2.jpg– ¿Y cual es tu función allí?

– Yo les acompaño. Ellos dicen que su prioridad es educar a los niños. Como en la zona C no se puede construir, hemos levantado una escuela hecha de neumáticos reciclados, con la ayuda de la asociaciónVento di Terra, que se dedica a la «bioarquitectura». Es como un símbolo de su derecho a educar a sus hijos. La Autoridad Palestina paga a los maestros, pero hay que ocupar el lugar continuamente para que no lo derribe el Ejército, hacer muchas actividades a todas horas, y ahí estamos las combonianas. Nos llaman cuando hay líos, ayudamos a las excursiones. Estamos en pleno juicio: por el momento, se ha dictaminado que el derecho a la educación prima sobre las órdenes de demolición. Pero siempre tiene que haber niños allí con actividades, para evitar que en un momento que esté vacía sea demolida la escuela. Nuestra presencia allí como misioneras mantiene la atención de la prensa, sobre todo la italiana.

– ¿Y qué tiene que ver esta labor con Manos Unidas, que es quien te ha traído estos días a España?

– Bueno, tenemos también tres centros pre-escolares, que son los que financia Manos Unidas. La Autoridad Nacional Palestina no tiene centros preescolares. Los niños beduinos están muy asilvestrados, cuando llegan al colegio no tienen disciplina y no aprovechan la clase. En estos centros pre-escolares les enseñamos a acostumbrarse a la vida escolar. Son 3 centros en tres campamentos distintos y 12 mujeres a las que entrenamos como maestras. Y además, tres días a la semana ayudamos en la Clínica Abierta de Tel Aviv, que mantiene la asociación israelí Médicos por los Derechos Humanos. Es un centro no oficial, que atiende a refugiados extranjeros, personas sin documentación, etc… Y también Manos Unidas ayuda a mantenerla.

– Hablabas de esclavos del desierto del Sinaí…

– Desde 2007 en esta clínica atendemos a personas con signos de tortura y violencia, africanos que han llegado del desierto del Sinaí. No se trata de disparos o golpes de los soldados egipcios, que es lo que se daba antes a veces, sino de una red de tráfico de seres humanos que tortura a emigrantes africanos, sobre todo sudaneses y eritreos. Mi hermana de comunidad comboniana es eritrea, así que hablamos con ellos y documentamos los casos. Los atraen con promesas de introducirlos en Israel por 2.000 dólares, los sueltan en el desierto, allí los atrapa una red de traficantes, beduinos de esa zona. Les torturan y llaman por teléfono a sus parientes para que oigan los gritos y les piden más dinero.

– Cuánto les hacen pagar?

– Alguno ha llegado a pagar hasta 40.000 dólares. Las familias hacen lo que sea. A menudo los secuestradores les dicen que van a matarlos y quitarles el hígado o los riñones para trasplantes, que muertos valen más que vivos. No nos consta que haya pasado de verdad, porque es difícil conservar y transportar órganos en buenas condiciones. Pero ellos se lo creen, se lo dicen para asustarlos más y nos han llegado personas con horribles cicatrices convencidas de que les habían quitado órganos, aunque las radiografías probaban que no era así. También llegan mujeres embarazadas, que han sido violadas repetidamente, durante meses. En total, hemos documentado 167 personas ya.

– ¿No debería actuar el Gobierno egipcio, su policía, ejército…?

– Egipto no controlaba realmente el Sinaí antes de las revueltas actuales, y ahora menos aún. Ya que Egipto no hace nada, pedimos que actúe la comunidad internacional. Es un tema que afecta a muchos países: muchos de estos emigrantes fueron desviados de la ruta hacia Italia a través de Libia a causa de la guerra. Fueron esclavos durante meses. Algunos llevan cadenas y grilletes durante 6 meses, con las muñecas despellejadas. «Avvenire«, el diario de los obispos italianos, lo denunció, y también el Papa en el Ángelus. Después hablaron de ello en CNN, BBC, otros países, pero en España creo que no se ha publicado sobre el tema.

– Viviendo en Tierra Santa, quizá recomiendes algún lugar especial a los que acuden a rezar por sus enfermos, por un sufrimiento…

– Es difícil que Tierra Santa no te toque el corazón. Hay allí lugares especiales en los que el dolor de Cristo parece encontrarse con el de los hombres: Getsemaní, el Calvario… Hace poco me emocioné en una oración en Getsemaní con unos peregrinos de Cáritas Valencia, que rezaban por sus enfermos y seres queridos, cada uno con el corazón lleno de nombres.

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