Géraldine vivió la separación de sus padres y su novio murió, multiplicó las relaciones con chicos, pero fue a una reunión de jóvenes: «Me confesé y entendí que Dios me amaba»

* «Cuando el sacerdote me absolvió de los pecados con el perdón de Dios, de repente, comprendí que Dios me había dado un corazón hecho para amar y recibir amor, y no para despreciarlo. Al levantarme, me sentí completamente diferente y lista para vivir otra vida… Oré a Dios: ‘Escucha Señor, si es la vida religiosa lo que quieres para mí, ¡qué bueno! Me voy de inmediato. ¡Si es el matrimonio, tendrás que ayudarme!’»

Camino Católico.-  La adolescencia de Géraldine estuvo marcada por la separación de sus padres y por la muerte de su novio en un intervalo de año. El amor ya no tenía ningún significado para ella hasta el día en que su profesor de filosofía la invita a una reunión de jóvenes que cambiará su vida después de confesarse. Este es el testimonio en primera persona que cuenta a Découvrir Dieu.

Géraldine fue a una reunión de jóvenes que le hizo encontrar el amor de Dios y el amor humano
«Me confesé al pensar: ‘Este Dios, no lo conozco. Evidentemente, es Él quien hace vivir así a estos jóvenes. ¡Voy a intentar tener la  misma experiencia que ellos!’ »

Mi nombre es Géraldine. De mi niñez recuerdo ir a misa de Navidad con mis abuelos, por los pastelitos del final y el chocolate caliente. Después, íbamos a misa para bodas, funerales, pero eso es todo. Nunca hablábamos de Dios en casa, no orábamos. Y el ambiente era bastante tenso: mis padres no se llevaban nada bien. Y, cuando yo tenía 16 años, se divorciaron en circunstancias muy difíciles. Entonces, estaba muy resentida con mi padre y lo rechacé. Tenía 16 años.

Y a los 17 años mi novio que hacía alpinismo cayó de 50 metros y murió. Estos dos hechos, en dos años sucesivos, fueron muy decisivos para mí, ya que pensé: ‘El amor no existe. ¿De qué sirve apegarse? ¡Vivamos!’ Y con esa actitud comencé la escuela de posgrado. Y sobre todo, no quería encariñarme. Multipliqué las conquistas de chicos y cuando querían que nos comprometiéramos un poco más cortaba la relación. Estuve actuando así durante unos años.

Y entonces una mañana, cuando tenía 22 años, me miré en el espejo y me dije: “¡Ay, ay, ay! ¿Cómo vas a terminar? ¡Acabarás sola!” Y, al mismo tiempo, no sabía qué hacer para cambiar mi vida: ¡no podía!

Y cuando estaba en la universidad finalizando mis estudios, tuve un examen oral con un profesor de filosofía. Al hacerme  una pregunta, le respondí: “¡No sé. Me da igual!”. Él me miró y me dijo: «No importa, te planteo otra pregunta». Y, en ese momento, me preguntó sobre la libertad religiosa. Y no sé lo que le respondí dije: probablemente le plantee mis interrogantes sobre el tema y la confusión en que vivía. Aun así, me puntuó 19/20 como nota de mi examen. Y además, me invitó a una reunión de jóvenes cristianos. Me dijo: “¡Eso es genial! Ya verás, es muy alegre, muy bueno. Así mismo, su nombre estaba en el folleto porque el impartía una conferencia.

Fui a esa reunión un poco para complacerlo, pero también un poco por curiosidad. Llegué el salón de actos, donde había 5.000 jóvenes de varias nacionalidades. Reconozco que el ambiente me impresionó. Y al mismo tiempo, me sentí un poco decaída, porque todos estos jóvenes estaban felices, gozosos, aplaudían, realmente mostraban una alegría desbordante.  En contraste, yo estaba tan triste como las piedras. Me dije a mí misma: “¿Por qué ellos pueden vivirlo así y yo no?”.

Géraldine conoció a su esposo orando a Dios por si debía ser religiosa o bien casarse

Los alojamientos eran muy precarios y a mi encontré, me ubicaron en la cama que había en la enfermería. Y todas las mañanas tenía que hacer la maleta para dejar el sitio libre, por si era necesario, para los enfermos. Por tanto cada mañana, me repetía en mi interior: «¡Me voy! Me voy. No entiendo nada. ¡Están todos locos!”. Y, al mismo tiempo, quería quedarme.

Al tercer día, hubo una pequeña frase que hablaba de la confesión. Así que no sabía exactamente qué era la confesión, pero me dije: «Tal vez podría intentarlo». Lo que decían era que teníamos más y más acceso a Dios cada vez que nos confesábamos.  Así que razoné: “Este Dios, no lo conozco. Evidentemente, es Él quien hace vivir así a estos jóvenes. ¡Voy a intentar hacer lo posible para tener la  misma experiencia que ellos!”.

Fui a confesarme y le dije al sacerdote: “Vengo a confesarme porque me olvidé de Dios en mi vida”. El me ayudó en la confesión. Relaté todo lo que me había dolido en mi infancia, en mi adolescencia, en mi juventud, todo lo que estaba luchando y que no lograba obtener resultados óptimos vitales. Y recuerdo que al final, cuando el sacerdote me absolvió de los pecados con el perdón de Dios, de repente, entendí que Dios me amaba, comprendí que me había dado un corazón hecho para amar y recibir amor, y no para despreciarlo.

Al levantarme, me sentí completamente diferente y lista para vivir otra vida. Y entonces pensé: “No me voy a ir a casa porque si vuelvo a mis hábitos, a mi pequeño contexto, esto que me ha pasado ¡podría ser un destello en la sartén! Y así, decidí quedarme en ese lugar. Me ofrecieron vivir un año con otros jóvenes, tener tiempos de formación, tiempos de misión en las parroquias, etc. Y exclamé: “¡Ya está! Es muy bueno para mí!”

En ese año aprendí a vivir con los demás, que lo más difícil porque yo me había construido mi pequeña vida en la que era bastante egoísta. Y allí, era necesario compartir. Teníamos que hacer las comidas, acostarnos a horas razonables para dejar dormir a los demás y, sobre todo, entrar en una verdadera relación y dejarnos querer, cosa a la que yo no estaba acostumbrada.

Estaba tan llena de gozo y de amor que en mi interior decía: “¡El verdadero amor es Dios!”. De hecho decid hacerme monja y vivir sola, en una ermita, en la montaña… en un lugar desierto.

Entre eventos, reuniones y diálogos, me di cuenta de que no estaba clara mi decisión. En el grupo de amigos había un joven que no era para nada de mi estilo pero que, en algún momento, percibí que lo miré de una forma distinta a los demás. Entonces oré a Dios: “Escucha Señor, si es la vida religiosa lo que quieres para mí, ¡qué bueno! Me voy de inmediato. ¡Si es el matrimonio, tendrás que ayudarme!”.

Y eso fue lo que pasó porque nuestros sentimientos se unieron y pudimos iniciar un camino juntos. Y no me arrepiento en absoluto de este camino, aunque al principio me costó mucho dejarme querer: mi marido tuvo que tener mucha paciencia para amarme. Pero puedo decir verdaderamente que Dios también me ha reconciliado con el amor humano.

Géraldine

Vídeo del testimonio de Géraldine en francés


Para entrar en el catálogo y en la tienda pincha en la imagen
Esta web utiliza cookies propias para su correcto funcionamiento. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad