Giuseppe Lubrano, capitán de barco, 10 meses secuestrado en alta mar: “Dios estaba con nosotros”

“Los secuestradores eran de otra religión y me decían: “tú rezas al Dios equivocado”.  Yo les decía que no, que Dios es uno solo, simplemente lo llamamos de manera distinta”

13 de diciembre de 2012.- (RomereportsCamino Católico) Es difícil pensar cómo es estar secuestrado durante 316 días, pero aún más difícil es pensar cómo pueden ser esos días de cautiverio en alta mar.  Giuseppe Lubrano Lavadera, capitán del barco Savina Caylyn, explica que “nuestra nave transportaba petróleo crudo, una nave civil, sin ninguna particularidad. Nos vimos envueltos en una situación extrema. Esto te hace pensar que el mundo que hemos creado no es como debería ser: hay demasiadas diferencias entre ricos y pobres”. Esa fue la experiencia de Giuseppe Lubrano y del  resto de la tripulación: 22 marineros que fueron secuestrados por 30 piratas somalíes.

 “Los días transcurrían iguales. Con una fuerte ansiedad, una gran frustración y con el miedo de perder la vida en cualquier momento. Vivíamos sobre el puente de mando, comíamos lo poco que nos daban y nos obligaban a dormir en el suelo, en condiciones infrahumanas. Y en situaciones tan extremas, la fe interviene”, asegura el capitán.  

Su ración diaria consistía en un litro y medio de agua y un puñado de arroz. No podían lavarse, ni limpiar su ropa y los piratas tampoco permitían que los secuestrados contactaran con sus familias para decir que seguían vivos. Lubrano afirma que esos diez meses que vivió al límite de sus fuerzas, tan sólo podía hacer una cosa: “Los secuestradores eran de otra religión y me decían: “tú rezas al Dios equivocado”.  Yo les decía que no, que Dios es uno solo, simplemente lo llamamos de manera distinta”. 

Las arduas negociaciones duraron varios meses, hasta que finalmente el 25 de diciembre de 2011, 316 días después de haber sido secuestrados, los piratas somalíes les dieron la noticia de que estaban en libertad. Giuseppe Lubrano lo rememora: “Ahora ha pasado casi un año tras nuestra liberación. Recuerdo el momento en el que los piratas nos dijeron que se había llegado a un acuerdo entre las partes y que seguramente volveríamos a ver a nuestros seres queridos”. 

Se pusieron en contacto con la nave que vendría a rescatarlos. Además de agua y comida, el capitán Lubrano también pidió algo muy especial: “Fuimos liberados el 25 y pudimos partir el 26 de diciembre. Vino un capellán, que fue traído en helicóptero e improvisó un pequeño altar con un crucifijo. Queríamos que celebrara la Misa, porque verdaderamente lo necesitábamos. Anuncié por el megáfono que la Misa sería a las 10, y pensaba que sólo vendrían los católicos. Pero vinieron todos, los musulmanes, los hindúes. Fue un momento de gran unión entre nosotros. Cuando llegó el momento de la paz, todos nos abrazamos. Fue una gran prueba de que Dios estaba con nosotros, que nos había acompañado”.  

Una historia de un secuestro en el que la fe jugó una importante baza, la de esperar, contra toda esperanza… que regresarían todos sanos y salvos a casa. 

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