Héctor Gregorio es ingeniero y en una Misa escuchó que Dios lo llamaba a ser cura: «Quiero servir al Señor en todo y ser invisible, que la gente no me vea a mí, sino a Cristo»

Camino Católico.- La vida de fe de Héctor Gregorio se fraguó en la Institución Teresiana, en el movimiento de jóvenes. Desde siempre había estado en su pensamiento la idea del sacerdocio, pero con la misma fuerza que la del matrimonio. Al acabar la carrera, Ingeniería Geomática y Topografía, «me planteé qué quería hacer en la vida» cuenta en el portal de la Archidiócesis de Madrid . Una cosa tenía clara: «Dios me pide que sea feliz y que lo sirva», pero no tenía claro que el desarrollo profesional fuera suficiente servicio.

Así, empezó un acompañamiento espiritual con una teresiana, Raquel, alguien «aséptico» para no sentirse condicionado por un sacerdote o por un matrimonio. «Alguien que conociera mi historia y me diera objetividad». Durante aproximadamente seis meses lo fueron rezando, hasta que en una peregrinación a Guadix, donde san Pedro Poveda dio los primeros pasos hacia lo que sería la Institución Teresiana, Dios le despejó las dudas.

Estando ahí, rezando, empezó a ver con fuerza que su vida sería el sacerdocio. Un día, en Misa en la catedral, durante la consagración alzó los ojos y lo vio claro, «Señor, es esto». Y aunque al subir más la mirada se encontró con los desposorios de José y María, «el matrimonio perfecto», en aquel momento todo esto quedó descartado ante la certeza de la llamada a ser presbítero.

Héctor Gregorio con sus compañeros orando en el altar. Fu en la consagración durante una Eucaristía cuando escuchó la llamada de Dios a ser sacerdote

Al terminar la Eucaristía, le comentó lo que le había sucedido al sacerdote que había presidido la celebración. Junto a él, que tomó el testigo de Raquel, Héctor fue caminando hacia el seminario. Había pasado momentos de inquietud pero entonces solo tenía paz, «la que el Señor te da».

Nunca ocultó Héctor su ser cristiano, y por eso «mis amigos se tomaron bastante bien» su decisión de ser sacerdote. De hecho, su cristianismo interpelaba a sus compañeros de clase. «Me preguntaban cosas; en las comidas, por ejemplo, llegó un momento que me dijeron que bendijera para todos, “que no nos quita nada”». La «ventaja» que hay ahora, reconoce, es que hay una «completa ignorancia» sobre el hecho religioso, con lo cual la gente no muestra prejuicios, sino más bien están «abiertos a escuchar lo que sea».

Héctor Gregorio quiere que cuando sea sacerdote las personas vean a Cristo en su actuar y ser

Ver a Dios en los otros

Héctor tiene actualmente 33 años, está en su etapa pastoral en la parroquia Virgen de la Nueva y ha sido ordenado diácono el sábado 22 de junio de 2024, en una ceremonia en la catedral de la Almudena presidida por el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid. En ella también recibirán el sacramento sus otros nueve compañeros del Seminario Conciliar de Madrid: Antonio Gil-Delgado, Adrián León, Jaime López Riobóo, Juan Orduña, Álvaro Pérez Turbidí, Roberto Reyes, Jesús Rodríguez Jara, Carlos Tamames y Pablo Vidal.

Cuenta Héctor la fraternidad que han creado todos ellos; en ello ha tenido que ver, en parte, que son muy «próximos en edad». Entre el mayor, que es él, y el más joven solo hay nueve años y medio de diferencia. «Es un bien muy grande estar juntos», reconoce. Conforme se han ido conociendo, se han ido queriendo más, y es algo tan manifiesto que desde fuera se aprecia, subraya, que «estamos muy unidos».

Junto a Héctor Gregorio serán ordenados diáconos, en la misma ceremonia, otros nueve compañeros: Antonio Gil-Delgado, Adrián León, Jaime López Riobóo, Juan Orduña, Álvaro Pérez Turbidí, Roberto Reyes, Jesús Rodríguez Jara, Carlos Tamames y Pablo Vidal, todos en la imagen,  en Roma el 3 de febrero de 2024, cuando acudieron a ver al Papa Francisco

Personalmente, para Héctor el seminario ha supuesto crecer «en mi relación con el Señor» y empezar a ver en el otro «al mismo Cristo». Reconoce que cuando entró no tenía costumbre de estar en silencio una hora ante el sagrario o incluso de rezar el rosario; tampoco estaba acostumbrado a un ritmo de confesión. Por eso, estos años han sido de ir «madurando el espíritu de oración».

A seis días de su ordenación diaconal, está «más emocionado que nervioso, muy tranquilo y haciendo de cada momento oración». También «dando gracias» en un tiempo en que se encuentra «muy sostenido» por todos los que le dicen que rezan por él o, si están más alejados, que se acuerdan de él.

A la vez, es consciente de que esto no es suyo, y le pide al Dios no dejarse llevar por el orgullo: «Recuérdame que no soy yo, sino tú, y que por ellos me entrego». Como futuro sacerdote, a Héctor le gustaría ser, «en cuanto a la acción, alguien que sirva al Señor en todo lo que me pida; y en cuanto al ser, ser invisible, que la gente no me vea a mí, sino a Cristo, que es hacia el que tiende todo».

Juan Orduña, 25 años: «Desde pequeño tuve conciencia de la llamada al sacerdocio y lo confirmé en una vigilia de jóvenes al escuchar: ‘Préstame tu vida, no temas’»

Adrián León: «Dios me llamó a ser sacerdote en una vigilia pascual a la que fui para conquistar a una chica; he visto el paso de Dios y cómo en lo pequeño va haciendo las cosas»

Roberto Reyes Guzmán, 27 años: «En un retiro sentí el amor de un Dios que dio la vida por mí, porque me quiere y me ama y me llamaba a ser un sacerdote feliz»


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