José Mª Fernández Martos, sacerdote y psicólogo: «La Biblia no es un libro que tú lees, sino que te lee él a ti»

* ”Es la única palabra que, como pertenece a la obra de Dios que se esta revelando continuamente, es contemporánea con el lector y esa contemporaneidad le da una viveza formidable”

* ” Para educar el corazón, primero hay que tenerlo. Luego, declararse insuficiente, que necesitas de Dios, tener la paciencia que Él tiene con el ser humano. No es buen padre el que sólo sabe ser adulto”

* ” Las presas me dicen: «tú es que jamás condenas». Y yo les digo: «es que no puedo». Una de ellas mató a un amigo íntimo al que yo hacía terapia. En la Eucaristía me sudaban las manos cuando fui a darle la paz. Le dije: «has matado a mi mejor amigo» y le dí la paz. Si yo le hubiera dicho: «serás bestia», no habría ganado nada; pero ella experimentó el amor de Dios. Para condenarla ya estaba su propia conciencia que le hacía repetir: «soy una garrapata agarrada al cubo de basura de la vida». Luego, la atendí en el hospital hasta que murió”

29 de febrero de 2012.- «Vosotros sois carta escrita, pero en los corazones. Abierta y leída por todo el mundo».Con esta cita de la Segunda Epístola a los Corintios, explica su especial relación con la Biblia el sacerdote jesuita José Mª Fernández Martos (Córdoba, 1935). Ha sido profesor de Psicología más de 40 años, rector del Seminario Pontificio Comillas y provincial de la Compañía de Jesús. Recorre el mundo dando ejercicios espirituales. Los últimos, al clero malagueño encabezado por su obispo.

(Antonio Moreno Ruiz / Diócesis de Málaga) –Se nota que para usted su Biblia es algo más que un libro de trabajo…

–Mi acompañante (como otros llevan a su mujer) es mi Biblia. No soy biblista pero es «el pan de mis hijos». La tengo toda pintada, decorada… Pongo textos de inspiración, dibujos de la naturaleza –que para mí es el quinto evangelio–, fotos de mis compañeros mártires de El Salvador, de los reclusos de ETA a los que atiendo, sellos de los distintos países que he visitado…  A los países pobres los tengo junto a los evangelios y a los ricos, junto a los profetas para que les den caña. Llevo 36 años con la misma Biblia y ya la he encuadernado cuatro veces. Ya no me puedo pasar a otra. La Biblia no es un libro que tú lees, sino que te lee él a ti. Acaba descubriendo lo que tú eres, donde te atascas y si tienes esperanza.

–Pero eso sólo se ve con los ojos de la fe.

–Hay personas que no han leído la Biblia salvo la que escuchan los domingos y la tienen escrita en sus corazones. Y hay quien la ha leído mil veces pero la trata como un polo de curiosidad, no como una palabra que se está pronunciando ahora. Es la única palabra que, como pertenece a la obra de Dios que se esta revelando continuamente, es contemporánea con el lector y esa contemporaneidad le da una viveza formidable.

–Su último libro lo dedica a sus padres, «por formar y cuidar el corazón de sus 10 hijos». ¿Cómo se cuida el corazón de un niño?

–Para educar el corazón, primero hay que tenerlo. Luego, declararse insuficiente, que necesitas de Dios, tener la paciencia que Él tiene con el ser humano. No es buen padre el que sólo sabe ser adulto. Hay que regresar personalmente a las edades absurdas y estúpidas. Un paciente le ponía a sus hijos a Mozart, a Bach, para que se educasen en la música buena, pero era un desastre porque luego no sabía cantar la nana, reírse con ellos…

–También nos advierte sobre las raposas. ¿A qué se refiere?

–La Escritura dice que son pequeñitas y acuden de noche a destrozar las viñas. Muchas vidas se estropean en lo pequeñito. Un padre a lo mejor no bebe ni juega, pero ve mucha televisión. Viene su hijo a hablar y le dice: «déjame que se está jugando no sé qué partido importantísimo». Es una raposa pequeñita, pero puede ser puñetera. Cada uno tiene que descubrir sus raposas. Los hijos las descubren enseguida. Para los curas, la mayor raposa es la desesperanza por la falta de gente o el activismo.

¿Cómo diferenciar si necesito hablar con un cura o con un psicólogo?

Alguien se acusa en la confesión de robar cosas de los almacenes; pero, si no lo puede vencer, es un problema de cleptomanía y debe ser remitido al psicólogo. Lo bueno que tengo yo es que soy las dos cosas y respondo según necesito. Yo les digo: «cómo quieres que te oiga, como cura o como psicólogo». Te puedo oír de las dos maneras. Porque hay cosas en las que Freud te diría tal o cuál cosa. Pero en el momento que me pase de frontera te lo voy a decir. Y hay veces que no vienen buscando ni una cosa ni otra, sino simplemente alguien que las escuche.

A las presas yo no puedo oírlas ni como una cosa ni como otra, a no ser que ellas me lo pidan. Yo no las tengo que juzgar, tengo que oírlas y llevarlas al gusto de la amistad. El libro de la Sabiduría dice: «Todos llevan tu soplo incorruptible, porque tú a todos perdonas. Son tuyos, señor amigo de la vida. Tú cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan… Y tú corriges poco a poco». A veces los curas queremos corregir rápido. A algunos reclusos con graves delitos los oigo como amigos, no los juzgo, les pregunto por su familia, por si puedo hacer algo por ellos…

Las presas me dicen: «tú es que jamás condenas». Y yo les digo: «es que no puedo». Una de ellas mató a un amigo íntimo al que yo hacía terapia. En la Eucaristía me sudaban las manos cuando fui a darle la paz. Le dije: «has matado a mi mejor amigo» y le dí la paz. Si yo le hubiera dicho: «serás bestia», no habría ganado nada; pero ella experimentó el amor de Dios. Para condenarla ya estaba su propia conciencia que le hacía repetir: «soy una garrapata agarrada al cubo de basura de la vida». Luego, la atendí en el hospital hasta que murió.

-¿Sentirnos perdonados nos ayuda a crecer?

-Desde que somos niños nos vale más el perdón que un castigo. El castigo nunca «introyecta» (mete dentro) lo que en realidad es malo; lo que dice es: «¡ojo como te vean tus padres!». Mientras tanto, el que perdona está inculcando que eso no estaba bien, pero que todo tiene apaño. Un niño quiere una bici porque dice que todos los niños la tienen» y tú le dices: «no mientas, fulanito tampoco tiene». Y le dejas confundido. No has dialogado con lo suyo, que es la desmesura del deseo. Quiere desmesuradamente una bici, y lo quiere tanto que le lleva a mentir.

–Habla usted de perdón al terrorista. Eso escandalizará a muchos incluso cristianos

–¡Claro! «Este come con prostitutas», decían del Señor. Y eso produce escándalo. Los obispos del País Vasco, como Uriarte, han escrito libros sobre la paz. Es un hombre pacífico. La paz entendida desde el punto de vista de un vasco no tiene por qué ser perfectamente comprendida por mí que soy de Córdoba. Tengo que tener cierta transculturación para entender cómo puede hablar un obispo en una tierra azotada por la violencia de sus mismos hijos. Conocí el caso de la madre de una presa de ETA que estaba en la Adoración Nocturna y no compartía la actitud de su hija. Pero, como madre, quería que la trajeran a una cárcel más cercana para poder visitarla con más frecuencia. Pues el día que había manifestaciones pidiendo el acercamiento de presos, ella se iba a la parroquia y lo pedía a Dios delante del Santísimo.

No hay que dar escándalo, pero tampoco dar pábulo ni hacer ostentación. Yo no apruebo su modo ni su violencia, pero estoy a su lado. Las presas del GRAPO se ríen de mí que voy siempre con la Biblia. Y yo les digo: «sí, y no lo oculto»; pero les respondo: «y vosotras, con el libro rojo de Mao Tse Tung». Y se ríen.

–O sea, que el psicólogo no es sustituto del sacerdote, sino complementario

–Una sociedad secular busca soluciones seculares. Un católico tampoco va a un chamán, porque no cree en él. La sociedad «hace bien» en acudir a la fuente de donde espera solución para su problema. Ahora, el psicólogo puede ser sobrepasado por el misterio y decir: «yo te aconsejaría que hablaras con alguien que tenga esa fe» porque a ellos le rebasa. A mí me han llegado muchos pacientes remitidos por compañeros que no son creyentes. Hay uno que iba a la consulta con un revólver para suicidarse. Pero el psicólogo vio que, cuando iba a ver a una virgen a la que tenía mucha devoción, volvía con paz. Me lo remitió y ya se ha deshecho de la pistola. Cuando a una sociedad se le corta el horizonte de la esperanza, que es algo recibido, es virtud teologal que viene de arriba, se produce un descorazonamiento desesperanzado.

–Los sacerdotes han pasado del reconocimiento social al desprestigio mediático ¿Cómo les afecta psicológicamente?

Afecta tanto cuanto este sacerdote tenga su plausibilidad apoyada en la sociedad o en Dios. Un Dios que le dice: «os prometí que os llevarían a los tribunales…». Una sociedad no tiene que ser tomada como la Sibila, que dice siempre la verdad. La sociedad dice muchas estupideces, se ha equivocado mil veces en la historia. Si me dices desde la fe, a Él lo crucificaron, no le hicieron caso.

Al dar yo tantas tandas de ejercicios espirituales a sacerdotes, he comprobado que lo llevan bien si dialogan con el Señor, que es crucificado y pospuesto a Barrabás. Si tiene débil fe va a tener que apelar más a su sentido común. ¿Qué pasa si no soy apreciado? Y tomarlo con humor.

¿Qué es lo que ha llevado a que el sacerdote no sea apreciado? Pues que el sacerdote no se ha hecho apreciable en muchas ocasiones, por vivir del lujo, porque «¡si no me llaman señor cura!», por que a los que no vienen a la Iglesia no los considero hijos de Dios o por temas más graves como la pedofilia… Parte del descrédito es merecido por mucho que nos cueste. Hay que aceptar con humildad que muchas veces nos lo hemos ganado a pulso, y nos lo seguimos ganando a pulso.

–¿Con qué problemas suelen llegar los sacerdotes a su consulta?

–El principal problema es la soledad. Es distinto un solo que un solitario. El solitario lo define el castellano como el que ya ha cerrado su deseo de encuentro con los demás. Pero hay otros que están solos de verdad por falta de apoyo. A esos hay que invitarlos, oírlos, hacerles entrevistas como esta… Pero también compartir su misión. Los seglares se tienen que convertir ellos mismos en buena nueva, en buena noticia. Pasar a ser colaboradores, no del sacerdote, sino de Cristo, que se apareció primero a una laica. Los seglares sois buena nueva y debéis animarnos.

–Entre curas y seglares, en nuestras comunidades cristianas, pasa como en algunos matrimonios: no se soportan, pero no pueden vivir el uno sin el otro…

–Sí, es una relación de amor-odio. Para mejorar esa relación, primero hay que aceptar la realidad. Porque el sacerdote, lo queramos o no, no sólo reparte el Evangelio sino que tiene las llaves de la parroquia. Las llaves son un poder y el Evangelio predica un «sin poder»: bienaventurados los pobres… Esa colisión está dentro del rol del sacerdote. Pero si el sacerdote abusa del poder de las llaves va a disminuir su potencial de buena nueva. Pero también los seglares tienen que saber que es que en sí mismo ha recibido de la Iglesia, no sólo un sacramento que le constituye en vida nueva, sino también las llaves de Pedro: «lo que atares…», «lo que desatares…», el predicar, conocer y estudiar la Palabra.

–O sea, que los problemas vienen por esas pequeñas raposas

–El cura tiene que dejarse decir las cosas. El párroco llega y dice: «¿y el dinero de lo del funeral?» y ya la ha fastidiado. Y no es que tenga que vivir como un poeta; pero esa tontería lleva a la gente a decir: «es buena persona, pero le gusta el dinero». O volviendo a la raposa del activismo, algunos quieren estar siempre rodeados de gente… y eso no es lo que nos pide Dios.  El señor dice: «Venid y descansad un poco». Hay curas activistas que no saben estar una hora delante del que salva a su pueblo. Y otros se desesperan al pensar que no hay seguidores… El Señor nos dice: «ensancha tu tienda». Ensanchar supone: ¿Me reduzco a los que son fieles al cura y a la Iglesia o me voy a los sitios de los sin Dios? ¡Entre ellos encuentras tanta bondad! Es la raposa de reducirte a tu clientela. Tu clientela es la de Dios y esa es toda. Pero para eso hay que tener cierto salero. Parte de la pastoral en los pueblos pequeños en los que nadie va a la Iglesia es saber beber poco en muchas tabernas, en el sentido amplio claro.

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