Juan Armando Méndez: «Mi padre me ofreció a Dios antes de nacer porque tenía que decidir si salvaban mi vida o la de mi madre. Un día, el Señor me llamó a ser sacerdote»

* «Cada vocación es una declaración de amor. Dios, que me ama tanto, me dice: “Yo te digo por dónde te quiero llevar”. Existe un momento concreto del cual recuerdo el día, el lugar, la hora en que experimenté que el Señor me llamaba y me invitaba a seguirle en la vocación sacerdotal. Fue una declaración de amor que se valió de unas determinadas circunstancias concretas: de una familia, de una comunidad, de un grupo juvenil y de un testimonio vocacional de otro seminarista quien al contar su vocación le brillaban los ojos y el semblante de su rostro expresaba inmensa felicidad. Este llamado es, además, una historia de salvación. Para los demás puede parecer quizá una tontería, pero para mí no, porque es el paso de Dios por mi vida»

Camino Católico.- Juan Armando Méndez Sosa es un seminarista de la Arquidiócesis de Puebla en México. Tiene 25 años y estudia teología en el Seminario Internacional Bidasoa desde hace cuatro años. “Estoy viviendo una experiencia maravillosa. “Como sacerdote quiero colaborar en mejorar la sociedad de México”, explica a Marta Santín que lo entrevista en CARF, en la que habla nos habla de su familia, de su vocación y de los retos de la evangelización en México, un país joven pero cada vez con menos bautizados. Aunque la Virgen de Guadalupe continúa obrando milagros, “como futuro sacerdote quiero comprometerme desde mi vocación a recuperar los grandes valores que estamos perdiendo y sobre todo acompañando a las personas que Dios me confíe para guiarles al cielo”.

– ¿Qué ha significado tu familia en el proceso de tu vocación?

Mi familia ha sido un instrumento importantísimo del Señor para que yo descubriera el proyecto de Dios para mí. Yo soy fruto del amor de Dios y del amor de mis padres.

En mis primeros meses de vida hay un suceso interesante: mi madre sufrió preeclampsia cuando se encontraba embarazada de mí y se vio en una situación de gravedad, de manera que los doctores le pidieron a mi padre y abuelos decidir si salvaban mi vida o la de mi madre: la respuesta fue que el doctor hiciese lo posible por tratar de salvarnos a los dos. Mi padre en ese momento se fue al oratorio del hospital y me ofreció a Dios.

Su oración fue escuchada pues, mi madre y yo salimos bien. Nací un 27 de diciembre, día de san Juan Apóstol con quien siempre me he identificado mucho y del cual llevo su nombre. Yo era tan pequeño al nacer, con tan solo 7 meses, que una abuela decía que quizá podría morir, por lo cual me bautizaron 20 días después de nacido. Mi nacimiento fue pronto para esta vida y también para la vida de la gracia.

– Tu padre te ofreció a Dios y el Señor te llamó al sacerdocio….

– Cada vocación es una declaración de amor. Dios, que me ama tanto, me dice: “Yo te digo por dónde te quiero llevar”. Existe un momento concreto del cual recuerdo el día, el lugar, la hora en que experimenté que el Señor me llamaba y me invitaba a seguirle en la vocación sacerdotal.

Fue una declaración de amor que se valió de unas determinadas circunstancias concretas: de una familia, de una comunidad, de un grupo juvenil y de un testimonio vocacional de otro seminarista quien al contar su vocación le brillaban los ojos y el semblante de su rostro expresaba inmensa felicidad. Este llamado es, además, una historia de salvación. Para los demás puede parecer quizá una tontería, pero para mí no, porque es el paso de Dios por mi vida.

Mi vocación tiene dos momentos.  El primero es cuando de pequeño le decía a mi madre que yo quería ser de grande “padrecito” y jugaba a celebrar la Santa Misa. Mi familia siempre ha participado activamente en la Iglesia, de manera especial y sin falta en la celebración eucarística dominical. Seguramente por eso yo, al ver al sacerdote, decía que quería ser como él.

El segundo momento donde percibí la llamada de Dios de manera más concreta fue cuando, encontrándome como coordinador de un grupo juvenil del “Movimiento Familiar Cristiano”, mi párroco invitó a un seminarista para que nos acompañara como asesor espiritual.

En una reunión con nosotros, le pregunté por qué había entrado al seminario, a lo cual respondió contando detalladamente su vocación. Mientras hablaba, observé un detalle que no pasó desapercibido: su gran entusiasmo se notaba en el brillo de felicidad en sus ojos. Fue en ese momento, a través de su testimonio vocacional donde el Señor me inquietó, llevándome a preguntarme sobre mi vocación y profundizar en ella a través de un acompañamiento espiritual.

Juan Armando Méndez Sosa

– Y ahora llevas cuatro años en Bidasoa..

– Sí, llevo cuatro años viviendo una experiencia maravillosa en Bidasoa. El seminario es como el tiempo que los apóstoles pasaron junto a Jesús para tratarle, conocerle, aprender de Él, vivir en intimidad con Él y después ser enviados.

Esta primera etapa formativa de la que me faltan pocos meses para terminar, ha sido una gran experiencia de Dios, conocerle lo más posible, conocerme a mi mismo también y ver lo que necesito o lo que me hace falta para tratar de ser lo más parecido a Él, puesto que lo que se espera de un sacerdote es eso, que sea Cristo en la tierra, para lo cual hace falta una lucha de todos los días que se fortalece principalmente con la gracia de Dios, la oración, tanto la mía como la de toda la Iglesia.

– Cómo futuro sacerdote ¿cuáles son los retos más importantes en la evangelización de México? 

– Yo citaría dos retos importantes: la formación y educación en la fe de las familias, de los niños, adolescentes y jóvenes y el fortalecimiento de los matrimonios

¿Cuál es el riesgo para los niños, adolescentes y particularmente de los jóvenes mexicanos? Explica el nuncio: “El riesgo para ellos es que ni siquiera puedan lograr tener contacto y, en consecuencia, conocer el proyecto de amor que Dios tiene para cada uno y, por tanto, el de perderse detrás de las ideologías que les prometen una ilusoria felicidad y los dejan solos y desilusionados, alineados en los paraísos artificiales de la droga. Un dato que a este propósito habla por sí mismo, ¡es el alza, cada año, de los suicidios entre adolescentes y jóvenes, en todo el país!”.

Cada vez son menos los matrimonios que contraen matrimonio eclesiástico y así mismo son cada vez más las familias que se fracturan.

“En México hubo un tiempo en el que la fe podía “transmitirse” y “beberse” en la familia y en el “ambiente de religiosidad”. Ahora en distinta medida parece que algunos se van convirtiendo en espacios de descristianización, de “contaminación de la mundanidad”, de secularización”.

Citando al Papa Francisco repite el nuncio: “Podemos hablar de humanismo solamente a partir de la centralidad de Jesús, descubriendo en Él los rasgos del auténtico rostro del hombre. Es la contemplación del rostro de Jesús muerto y resucitado la que recompone nuestra humanidad, también la que está fragmentada por las fatigas de la vida, o por el pecado”.

El Señor me ha llamado a colaborar como sacerdote para la salvación de las almas, pues Él quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad (cf. 1 Tm 2, 4).

Es triste que muchas personas en México se están alejando de Dios e intentan vivir su vida haciéndole a un lado, pero el hombre está hecho para Dios y su corazón no encontrará regocijo ni plenitud hasta que descanse en Él, como lo expresa san Agustín.

Me conmueve porque sé que son diversas las circunstancias por las que la gente se aleja de Dios, pero Dios “muere de amor” por ellas. Todas las personas en absoluto deben saber el proyecto de Dios para ellos, deben conocerle para amarle cada vez más. Jesús ha venido a darnos una vida nueva en Él, para que renunciemos al hombre viejo (Ef 4). Este es el horizonte de mi futura misión sacerdotal.


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