Los niños necesitan, buscan y piden conocer a Dios y estar con Él: Experiencias de pequeños contemplativos que adoran ante el Santísimo y oran por iniciativa propia

Los responsables de esos actos eucarísticos reconocen que «es sorprendente ver a más de treinta niños, de diversas edades, en silencio y participando con recogimiento en la Adoración. Sus rostros quedan como transfigurados, cuando el sacerdote los bendice con Jesús sacramentado, o cuando se acercan ante Jesús hasta la custodia y, sin ningún complejo y con la máxima naturalidad, dicen: Jesús, aquí estoy, haz de mí lo que quieras»

17 de marzo de 2012.-Un buen examen de conciencia para esta Cuaresma podría consistir en verificar la propia relación con el Señor confrontándola con la de los niños, de los que hablan estas lineas. En ellas se descubre el tesoro que constituye la fe depositada en el corazón de los más pequeños. En los niños, la relación con Dios no es nada infantil, sino pura, espontánea y natural. Su entrega al Señor es total, sin miedos ni reservas; y su confianza en Jesús es absoluta. Los niños son verdaderamente los privilegiados del Espíritu Santo, la imagen de una fe realmente adulta y el modelo de un auténtico evangelizador. Sólo una fe así nos hará entrar en el reino de los cielos.

(Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo – José Antonio Méndez / Alfa y Omega«La Adoración es un abrazo con Jesús, en el que le digo: Yo soy tuyo y te pido que tú también estés siempre conmigo»:así le explicaba Benedicto XVI a un niño lo que es la adoración eucarística. Y los niños lo entienden muy bien. Después del Congreso Eucarístico Nacional celebrado en Toledo, en el año 2010, la Hermana Mercedes Mayordomo, de las Franciscanas Misioneras de María, los sacerdotes José Luis Martínez y Diego Mingo, junto al laico don David Jiménez, iniciaron una experiencia de adoración eucarística de los niños, que tiene lugar los primeros viernes de mes en la capilla de las Franciscanas Misioneras de María, en Burgos (calle San Pablo 35). Todo surgió después de ver, en el Congreso de Toledo, a 1.200 niños en Adoración en la catedral primada: «Esa experiencia nos confirmó que los niños tienen sed del Absoluto».

«En nuestra sociedad secularizada puede parecer un despropósito acercar a los niños a la adoración eucarística-reconocen-. Por eso, en muchas ocasiones, hemos considerado la adoración eucarística como exclusiva de los adultos. Nos resulta complicado explicar a los pequeños que, en esa forma blanca, está la presencia sacramental y real de Jesús». Sin embargo, «hemos palpado reiteradamente que el niño es un contemplativo por excelencia. No es que lo crea todo, y ya está, sino que, desde el día de su Bautismo, posee un corazón sencillo y habitado por la presencia trinitaria: basta que le acerquemos a la fuente para que beba y el Señor apague esa sed de profundizar en su fe, incluso a una edad temprana».

Niños, contemplativos por excelencia

Gracias a su experiencia de Adoración con niños, desmontan el tópico de que los niños son demasiado pequeños, que no entienden todavía, que no conviene dar pasos forzados… «Son cosas que decimos cuando no nos queremos comprometer, pero todo eso es mentira de adulto, pues la realidad del Espíritu Santo no es ésa», explican. Más bien al contrario, «el niño debe crecer y llegar a ser adulto en todo, en lo físico, en lo intelectual y en lo espiritual; si no, será una persona incompleta. Hay experiencias constatadas de la necesidad del niño de vivir esta dimensión transcendente. La edad no es impedimento».

A los niños los traen sus padres y también algunos catequistas. Incluso hay una catequista que acude en autobús, con 6 ó 7 niños, desde su parroquia, a cinco kilómetros de la ciudad. Primero tienen un rato en el que los niños preparan los cantos y se les explica qué es lo que van a hacer después. Luego, entran en la capilla, tienen un tiempo de oración y después el sacerdote les imparte la bendición con el Santísimo en la custodia.

«Es sorprendente ver a más de treinta niños, de diversas edades, en silencio y participando con recogimiento en la Adoración»,reconocen los responsables. «Sus rostros quedan como transfigurados, cuando el sacerdote los bendice con Jesús sacramentado, o cuando se acercan ante Jesús hasta la custodia y, sin ningún complejo y con la máxima naturalidad, dicen: Jesús, aquí estoy, haz de mí lo que quieras.

Eso sí, cuando salen de la capilla, vuelven a ser los niños de siempre. Como el día que realizamos una procesión eucarística por el jardín: en las diferentes paradas, las mamás proclamaban textos bíblicos escogidos para ese momento, pero los más pequeños solo deseaban conseguir pétalos de rosa para Jesús».

Primero, Dios; luego, todo lo demás

También los padres están implicados en la oración de sus hijos. «No se trata de llevarlos a la Adoración sin más -explican los responsables de esta iniciativa-. Es preciso implicar a los padres, para que se formen y sepan acompañar y alentar la vida de fe de sus hijos, al igual que alentaron su vida natural». Una de esas madres es Inmaculada Sancho, madre de dos pequeños, de 6 y 9 años, quien manifiesta su sorpresa porque, «en una sociedad descristianizada, estos niños van a la Adoración…, ¡y quieren volver! La liturgia es muy bonita; especialmente, la bendición con el Santísimo les impresiona y les encanta. Hay niños muy traviesos que se quedan quietos, impresionados. Los niños viven la religión como algo alegre, y por eso les va llegando todo».

La experiencia de Pilar Nogués es similar, aunque en su caso la devoción por la Adoración viene de lejos: el día de su boda, organizaron media hora de Adoración previa a la ceremonia. Hoy lleva a la casa de las Franciscana Misioneras de María a sus dos hijos, de 7 y 11 años, y reconoce que «los niños tienen una capacidad de trascendencia mayor que la del adulto. Para ellos, todo es más sencillo. Ellos son capaces de sentarse delante del Santísimo con más sencillez que los mayores. Tienen una capacidad de entrega increíble. Les veo mucho más abiertos al Espíritu que nosotros». Y Ana Chiri, madre de cinco hijos -lleva a las tres pequeñas a la Adoración-, recuerda que, cuando era pequeña, «mi abuela me llevaba también todos los primeros viernes de mes a la Adoración en la iglesia del pueblo. Lo recuerdo con mucho cariño; por eso, pienso que lo primero es acercar a los niños a Dios. Luego viene todo lo demás».

El Rosario, en el recreo

Pero es que, en ocasiones, a los niños no hace falta acercarlos a Dios; ya lo buscan ellos mismos, y con iniciativas del Espíritu Santo que son realmente sorprendentes. Los alumnos del colegio Juan Pablo II, de Alcorcón (Madrid), son un buen ejemplo de cómo los propios niños son, no sólo los mejores evangelizadores, sino también los más eficaces programadores de la pastoral del centro. José Julio, el capellán del colegio, cuenta que, «un día, un pequeño grupo de tres o cuatro niñas pidió rezar un misterio del Rosario en la capilla, durante el tiempo del recreo. A una de ellas, su abuela le había enseñado a rezar el Rosario, ella se lo había enseñado a sus amigas y querían rezarlo juntas». Lejos de quedarse ahí, aquel pequeño grupo de alumnas empezó a animar a los compañeros de otras clases y, en pocos días, eran más de 30 los alumnos que, voluntariamente, dedicaban un rato de su recreo a rezar un misterio del Rosario.

La voz corrió como la pólvora por los pasillos del centro, «los chavales se animaban unos a otros, y hasta los mayores cuidaban de los pequeños mientras rezaban el Rosario». Ahora, son tantos los alumnos que quieren rezar con María durante el recreo, que han tenido que hacer dos turnos, porque no entran todos en la capilla (con capacidad para 70 personas). Carlos, el director del colegio, explica que, «como los alumnos no podían quedarse solos en la capilla, pedimos profesores voluntarios que se quedasen con ellos; así que ahora hay un grupo de profesores que reza el Rosario cada día gracias a la iniciativa de sus alumnos».

«¡Jesús, elígeme, porfa!»

Y, como también los niños van a Jesús por María, José Julio cuenta que, «al ver el interés que tenían por la oración, propuse que, a última hora de la mañana de cada jueves, tuviésemos el Santísimo expuesto en la capilla, para que los chavales que quisieran pudieran tener una Hora Santa. Al director le pareció buena idea, y así lo hicimos». Con espectaculares resultados: «A la primera adoración eucarística vinieron voluntariamente 40 alumnos; y, en la última, que fue hace una semana, hubo más de 100».

Es normal, claro, que el capellán no sólo esté encantado, sino también conmovido: «Impresiona mucho ver cómo los niños captan todo lo que tiene que ver con Dios, y también ver cómo el Señor actúa en ellos. A veces pensamos que, como los niños están volcados, por su propio desarrollo, en captar todo lo externo, es difícil ayudarles a descubrir su mundo interior. Pero luego ves que sólo hace falta ponerlos en contacto con Jesús, y Él hace el resto. Yo siempre les digo que hablen con Él, que le cuenten sus cosas, y que le dejen hablar, porque Jesús siempre habla, pero no con ruido, sino con un sentimiento de amor. Y, por eso, pueden reconocer lo que les dice por la alegría que se les pone en el corazón».

Ese contacto es lo que más cultivan en el colegio Juan Pablo II y, por eso, las anécdotas se le amontonan al capellán: «La capilla siempre está abierta para que los alumnos pasen a rezar cuando quieran, y casi siempre hay alguien. A veces, al pie de la Virgen, aparece alguna flor o algún dibujo; y junto al sagrario hemos puesto un buzón de Cartas a Jesús, y los niños saben que esas cartas sólo las puede leer el Papa, si viene, y yo, que soy el capellán. El otro día apareció una que ponía: Jesús, me encantaría ser monaguillo, ¡elígeme, «porfa»! Y si lo hago mal y tienes que castigarme, me castigas, ¡pero elígeme! También, hace unas semanas, entré en la capilla y vi a un grupo de niños, de unos 10 años, arrodillados delante del Sagrario, y en silencio. Me acerqué, vi que uno tenía los ojos rojos de haber llorado y les pregunté: ¿Qué ha pasado? Me dijeron: Es que se ha muerto la abuela de Fulanito (el de los ojos rojos) y estamos aquí rezando con él. La idea salió de ellos solos, ¡nadie se lo había dicho!»

Además, la fe de los alumnos también salpica a sus padres: «Hace unos días -cuenta José Julio-, una madre entró en la capilla a primera hora, casi arrastrada, por su hijo pequeño, que tiraba de ella hacia dentro. Al verme, empezó a disculparse por entrar en la capilla: Es que el niño se ha empeñado en que pase a ver a Jesús, y claro…»

Mi hijo me lleva a rezar

Esa experiencia de un hijo que arrastra a sus padres a Jesús la conocen bien Ricardo y Carmen. Gracias a su hijo Martín, han vuelto a descubrir el tesoro de una fe que tenían algo dormida. «Nosotros somos cristianos porque estamos bautizados -cuenta Ricardo-, y creíamos que éramos buenos cristianos, pero poco a poco nos hemos dado cuenta de que no era así. Íbamos a Misa cuando nos apetecía. Creíamos que con ser buenos era suficiente; ni íbamos a confesarnos ni nada».

En éstas, su hijo Martín, que por entonces se estaba preparando para recibir la Primera Comunión, empezó a tirar de ellos para que volvieran a la Iglesia con fuerza: «Nuestro hijo nos ha ido empujando, nos decía que teníamos que ir a Misa, que eso de ir sólo a veces no era ser cristiano. Martín ha sido un empuje extraordinario, nos da consejos y todo. Incluso a veces vamos a Misa entre semana, o hacemos una visita al Santísimo. Cuando nos ve tristes, nos dice que no nos preocupemos. ¡Imagina lo que es para mí que mi propio hijo, con 12 años, me lleve a rezar! Nos hemos dado cuenta de que tenemos que hacer nuestro camino, que necesitamos ir a la iglesia, ir a Misa, confesarnos…, ¡y nos gusta!»

En la familia, en la parroquia, en el colegio, los niños son contemplativos porque lo llevan en su corazón limpio de prejuicios; los niños piden a Dios y necesitan estar con Jesús y María; y son capaces de llevar a sus amigos y a sus padres a Cristo y a la capilla porque lo ven como algo completamente natural, sin necesidad de hacer de la evangelización la materia de un congreso o de un artículo periodístico. Ellos, por sí mismos, necesitan, quieren y solicitan acercarse a Quien llena su corazón de pureza y de fe sencilla. A los adultos, tan sabios y entendidos, al menos se nos pide no estorbar: No se lo impidáis.

¿Niños en Misa?

Dejad que los niños se acerquen a Mí, pero un poquito lejos para que no molesten a los adultos…: No, Cristo no dijo nada de eso. Inmaculada, madre de dos hijos, de 6 y 9 años, cuenta que, a la hora de llevar a sus hijos a Misa, «hay que tener en cuenta que a un niño no se le puede pedir estar como un adulto», y subraya la importancia de ir Misa toda la familia junta. De la misma opinión es Charo, madre de dos hijos, de 4 y 7 años: «Yo quiero que estén con nosotros, no en la guardería de la parroquia; y creo que debemos estar más bien delante, porque eso nos centra más a todos en la celebración y así podemos ir enseñándoles toda la Eucaristía. ¿Que pueden molestar? Hay días en que están más revoltosos, y si se ponen muy molestos me salgo fuera, pero creo que los niños tienen que estar en Misa con los padres, desde que son bebés». En todo caso, como afirma Inmaculada, «es mejor que a los niños se les oiga a que no, porque si no, eso querría decir que ¡no estarían!»

Otto y Lucía, padres de cuatro niños, de 4 a 11 años, afirman que la Misa «es un gesto más dentro de la transmisión de la fe todos los días». No dan recetas, sino que intentan que sus hijos «intuyan ya desde pequeños que para ti es algo fundamental, y que no se trata tanto de cumplir una norma. Nuestro criterio es que empiece a nacer en los más pequeños un deseo de ir a Misa, y que no vayan sólo porque nosotros vamos». Eso sí, «si podemos nos colocamos delante, porque así lo vivimos más. Detrás, el niño sólo ve cabezas. Y si el nivel de jaleo no es aceptable, entonces nos salimos». En cualquier caso, «para nosotros es fundamental que vayan descubriendo que la Misa tiene que ver con algo que te llena el corazón y con su felicidad».

La Primera Confesión

Me piden que explique, con una anécdota, cómo los niños más pequeños a veces consiguen que sus padres se acerquen de nuevo a Dios. ¿Una anécdota? Lo difícil es elegir entre las cien o doscientas que uno recuerda.

A punto de empezar la primavera, las niñas de 3º de Primaria, del colegio Aldeafuente, se preparaban llenas de entusiasmo para acercarse al sacramento de la Penitencia. Unos meses más tarde harían la Primera Comunión.

-Pero una niña de esa edad aún no ha aprendido a ofender a Dios -dijo la mamá de Marta-.

-Ojala no aprenda nunca -le contesté-. Pero lo importante es que ya sabe pedir perdón. Y cuando tú le perdonas, le encanta que le des un par de besos, ¿no? Pues exactamente eso será para ella la primera Confesión.

Con el examen de conciencia, las niñas entraban en trepidación. Sabían muy bien que aquello no era un juego, pero, a los 7 años, jugar y vivir es lo mismo.

-Yo tengo cuatro pecados, ¿y tú?

-Yo nueve.

-Jo.

Luego, en casa, hacían los deberes con papá y mamá. Lo de los deberes me lo dijo otro padre, cuyo nombre no recuerdo.

-Estos deberes son más difíciles que los otros. Ahora, mi hijo está empeñado en que hagamos juntos el examen de conciencia. Y luego, ya verás…

En efecto. Lo veía. No una vez, sino muchas, el primer penitente era papá o mamá.

-Ave María Purísima. Que me ha dicho la niña que yo también tengo que confesarme… Y han pasado tantos años…

¡Si supierais cómo se palpa la gracia de Dios al otro lado del confesonario!

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