Marta Fernández, 24 años, presentadora de televisión: «Con la edad he ido descubriendo la diferencia abismal entre vivir con Dios o sin Él y es tan vacía mi vida sin Él»

* «Siempre he sido de hablar con Cristo en el coche o dando un paseo, pero qué importante es la constancia en la oración. Abrir los oídos en el evangelio de cada día. Saber llevar su Palabra al día a día, con los demás. He vivido situaciones en mi vida complicadas, como todos, pero acercarme a Él, llorar con Él, me reconforta, me hace fuerte y sé qué es lo que me pide. Y cuando parece que no le entiendo vuelvo a repetir. Me caigo y me levanto y Él siempre me tiende la mano. Pero quiero levantarme porque de su mano todo está bien, sea cual sea la situación. He aprendido que esto no es una suerte de unos pocos, todo el que quiera encontrarlo solo tiene que abrir bien sus ojos porque ya le tiene delante»

Camino Católico.- Marta Fernández tiene 24 años, es de Málaga, es periodista y actualmente presenta informativos en una televisión local. En un testimonio escrito en primera persona en Jóvenes Católicos explica su relación con Dios y asegura que ha sido una bendición haber nacido en una familia católica donde sus padres han guiado mi madre nos han guiado a ella y sus hermanos “a mirar a Dios en cada momento de nuestra vida…. Con la edad he ido descubriendo la diferencia abismal entre vivir con Dios o sin Él y es tan vacía mi vida sin Él”. Esta es su experiencia:

Testimonio de Fe de una presentadora de informativos

Me llamo Marta Fernández. Tengo 24 años y soy de Málaga. Estudié periodismo y a día de hoy presento informativos en una televisión local. He tenido la suerte, más bien la bendición, de haber nacido en una familia católica donde tanto mi padre como mi madre nos han guiado a mis cuatro hermanos a mirar a Dios en cada momento de nuestra vida.

Cuando mi amiga Patri me dijo que contase cómo vivo mi fe “en una cara de Word” me dio un poco de vértigo. Y justo ahora me encuentro escuchando la canción “Vértigo” de Hakuna donde dice que sobran las palabras, basta con suspirar. Y es que precisamente así vivo mi fe, suspirando, porque cuántas veces he sentido no saber qué decir, cómo pedirle ayuda.

Dios no da puntada sin hilo y no se deja ganar en generosidad. Una frase que me han repetido mucho y que poco a poco he descubierto que es la realidad. En los momentos más difíciles de mi vida nunca me he enfadado con Él, pero sí que me he preguntado por qué no le veía. Justamente en esos momentos es donde más le he descubierto. En la Eucaristía. Mirándole, confiando, esperando. Él está siempre a nuestro lado.

Siento que mi fe va madurando con las situaciones, con el tiempo. De pequeña solía decir: “Es que no le encuentro”, pero qué ilusa, lo tenía delante y no sabía verle. Con la edad he ido descubriendo la diferencia ABISMAL entre vivir con Él o sin Él y es tan vacía mi vida sin Él.

Basta con querer tender nuestra mano hacia la suya porque siempre nos la coge. El trato con los demás, el mirar a la cara a la persona que pide en la calle, no hablar mal de nadie… en esos gestos me doy cuenta si estoy con Él o no. Todo cambia si vamos juntos de la mano. Nos creemos con el derecho de juzgar todo y a todos y yo la primera, sin embargo, lo importante creo que es saber ver cuándo flaqueamos en esto y volver a Él. No es fácil en esta vida tan banal que nos rodea, pero qué bien se está cuando se está bien, ¿no?

Dios nos mira, solo falta que le miremos; Dios nos habla, solo falta que le escuchemos; Dios nos da, solo falta que confiemos. Cuando descubro qué miserable soy a su lado y cuánto me quiere sin merecerlo, me cuesta entenderle. Pero cuándo entiendo que no es solo a mí, que es a todos y cada uno de los que vivimos en este mundo; es ahí donde entiendo que para amarle a Él hay que mirarnos todos como hermanos. Ahí entonces, vuelvo a pensar cuántas y cuántas veces hablo más de la cuenta y cuánto le hiero a Él como Padre que quiere a todos sus hijos por igual.

Siempre he sido de hablar con Él en el coche o dando un paseo, pero qué importante es la constancia en la oración. Abrir los oídos en el evangelio de cada día. Saber llevar su Palabra al día a día, con los demás. He vivido situaciones en mi vida complicadas, como todos, pero acercarme a Él, llorar con Él, me reconforta, me hace fuerte y sé qué es lo que me pide. Y cuando parece que no le entiendo vuelvo a repetir. Me caigo y me levanto y Él siempre me tiende la mano.

También he tenido momentos de angustia en los que he sentido tener una fe muy, muy débil, pero lo importante es no desistir, mirarle en la cruz y saber que estuvo y está ahí por ti, por mi. Cuando era pequeña me angustiaba pensar que en el cielo no iba a ver a mi familia, a mis padres. Mi madre me decía: “Su presencia nos bastará, estoy segura de que nada más nos hará falta”, yo seguía con mi preocupación y en una Hora Santa me di cuenta de que con solo mirarle todo era perfecto, no faltaba nada, todo era paz. Al final le di la razón a mi madre, pero supe entender que nosotros mismos nos complicamos más de la cuenta y que si fuéramos conscientes de cuánto nos quiere, cambiaríamos el ‘chip’ en todo momento.

Ya veréis que mi forma de vivir mi fe no tiene nada en especial, más que una sed inmensa de Dios y busco de su agua, sobre todo cuando me doy cuenta de que no le tengo de mi mano. Quiero quererle bien, que esté orgulloso de mí como hija, como hermana. Me enseñó a mirar a la Virgen como Madre y que es nuestra mejor aliada para unirnos en su amor a su Hijo.

Caigo, me levanto y vuelvo a caer, pero quiero levantarme porque de su mano todo está bien, sea cual sea la situación. He aprendido que esto no es una suerte de unos pocos, todo el que quiera encontrarlo solo tiene que abrir bien sus ojos porque ya le tiene delante.

Marta Fernández


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