Papa Francisco en el Ángelus: “Jamás odiar, servir a los demás, a los más necesitados, rezar, y alegría. Este es el camino de la santidad”

“El Reino de los cielos es para cuantos no ponen su seguridad en las cosas, sino en el amor de Dios; para cuantos tienen un corazón sencillo, humilde, no presumen ser justos y no juzgan a los demás, cuantos saben sufrir con quien sufre y alegrarse con quien se alegra”

1 de noviembre de 2013.-(Camino Católico) En una soleada Plaza de San Pedro y ante miles de fieles y peregrinos el Papa Francisco, antes de rezar el ángelus en la fiesta de Todos los Santos, afirmó que “la meta de nuestra existencia no es la muerte, sino el Paraíso. Y recordó que los Santos son los amigos de Dios, que han transcurrido su existencia terrena en comunión profunda con Dios, hasta el punto de llegar a ser semejantes a Él, porque han visto en el rostro de los hermanos más pequeños y despreciados el rostro de Dios, y ahora lo contemplan cara a cara en su belleza gloriosa”.

El Santo Padre también afirmó que los Santos “no son superhombres, ni han nacido perfectos”. Sino que son personas que antes de alcanzar la gloria del cielo han vivido una vida normal, con alegrías y dolores, fatigas y esperanzas. Son hombres y mujeres que tienen la alegría en el corazón y la transmiten a los demás. Francisco no olvidó destacar que ser santos De modo que todos estamos llamados a caminar por la vía de la santidad, que tiene un nombre y un rostro: Jesucristo. El texto completo de las palabras del Pontífice es el siguiente:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La fiesta de Todos los Santos, que hoy celebramos, nos recuerda que la meta de nuestra existencia no es la muerte, ¡es el Paraíso! Lo escribe el Apóstol Juan: “Aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (1 Jn 3, 2). Los Santos, los amigos de Dios, nos aseguran que esta promesa no decepciona. En efecto, en su existencia terrena, han vivido en comunión profunda con Dios. En el rostro de los hermanos más pequeños y despreciados han visto el rostro de Dios, y ahora lo contemplan cara a cara en su belleza gloriosa.

Los Santos no son superhombres, ni han nacido perfectos. Son como nosotros, como cada uno de nosotros, son personas que antes de alcanzar la gloria del cielo han vivido una vida normal, con alegrías y dolores, fatigas y esperanzas. Pero ¿qué ha cambiado su vida? Cuando han conocido el amor de Dios, lo han seguido con todo el corazón, sin condiciones o hipocresías; han gastado su vida al servicio de los demás, han soportado sufrimientos y adversidades sin odiar y respondiendo al mal con el bien, difundiendo alegría y paz. Ésta es la vida de los Santos, personas que por el amor de Dios no han hecho su vida con condiciones a Dios, no han sido hipócritas, han gastado su vida al servicio de los demás, servir al prójimo, han sufrido tantas adversidades, pero sin odiar. Los Santos jamás han odiado. Porque, comprendan bien esto, el amor es de Dios, pero el odio, de quién viene, ¿viene de Dios el odio? ¡No, viene del diablo! Y los Santos se han alejado del diablo. Los Santos son hombres y mujeres que tienen la alegría en el corazón y la transmiten a los demás.

Jamás odiar, servir a los demás, a los más necesitados, rezar, y alegría. Este es el camino de la santidad. Ser Santos no es un privilegio de pocos, como si alguno hubiera recibido una gran herencia. Todos nosotros tenemos la herencia de poder llegar a ser Santos en el Bautismo. Es una vocación para todos. Por tanto, todos estamos llamados a caminar por la vía de la santidad, y esta vía tiene un nombre, la vía que lleva a la santidad tiene un nombre, tiene un rostro: el rostro de Jesús. Él nos enseña a llegar a ser Santos. Jesucristo, Él en el Evangelio nos muestra el camino: el de las Bienaventuranzas (Cfr. Mt 5, 1-12). En efecto, el Reino de los cielos es para cuantos no ponen su seguridad en las cosas, sino en el amor de Dios; para cuantos tienen un corazón sencillo, humilde, no presumen ser justos y no juzgan a los demás, cuantos saben sufrir con quien sufre y alegrarse con quien se alegra, no son violentos sino misericordiosos y tratan de ser artífices de reconciliación y de paz. Esto último, eh, el santo, la santa, es un artífice de reconciliación y de paz. Siempre ayuda a reconciliar a la gente, siempre ayuda a que exista la paz. Y así es bella la santidad. Es un bello camino.

Hoy lo Santos nos dan un mensaje en esta fiesta. Nos dicen: ¡confíen en el Señor, porque Él no decepciona! ¡El Señor no decepciona jamás! Es un buen amigo. Siempre a nuestro lado. ¡No decepciona jamás! Con su testimonio los Santos nos animan a no tener miedo de ir contracorriente o de ser incomprendidos y escarnecidos cuando hablamos de Él y del Evangelio; nos demuestran con su vida que quien permanece fiel a Dios y a su Palabra experimenta ya en esta tierra el consuelo de su amor, y después el “céntuplo” en la eternidad.

Esto es lo que esperamos y pedimos al Señor por nuestros hermanos y hermanas difuntos.
Con sabiduría la Iglesia ha puesto en estrecha secuencia la fiesta de Todos los Santos y la Conmemoración de todos los fieles difuntos. A nuestra oración de alabanza a Dios y de veneración de los espíritus bienaventurados se une la oración de sufragio por cuantos nos han precedido en el pasaje de este mundo a la vida eterna.

Encomendamos nuestra oración a la intercesión de María, Reina de Todos los Santos.

(Después de rezar el Ángelus el Papa ha dicho:)

¡Queridos hermanos y hermanas!

Esta tarde iré al cementerio del Verano y allí celebraré la Santa Misa, uniéndome espiritualmente a cuantos en estos días visitan los cementerios, donde duermen los que nos han precedido en el signo de la fe y esperan el día de la resurrección. En particular, rezaré por las víctimas de la violencia, especialmente por los cristianos que han perdido la vida a causa de las persecuciones. En especial rezaré por cuantos, hermanos y hermanas nuestras, hombres mujeres y niños, han muerto de sed, hambre y fatiga en el trayecto para lograr llegar a una condición de vida mejor: en estos días hemos visto las imágenes del cruel desierto. Recemos todos en silencio una oración por estos hermanos y hermanas nuestros.

Papa Francisco

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