Papa Francisco en el Vía Crucis: “Jesús, enséñanos que el mal no tendrá la última palabra, sino el amor, la misericordia y el perdón”

“En la cruz vemos la inmensidad de la misericordia de Dios. Ante la cruz de Jesús vemos casi hasta tocar con las manos cuánto somos amados eternamente, ante la cruz nos sentimos hijos y no cosas, u objetos”

18 de abril de 2014.-(13 TV/ Radio VaticanoCamino Católico) La noche del Viernes Santo el Coliseo ha estado iluminada por la luz de las velas de las miles de personas que han acompañado al Santo Padre en el Vía Crucis. Francisco, en profunda actitud de oración, ha escuchado las estaciones y las reflexiones que pueden leerse AQUÍ– desde la terraza del Palatino. Un Vía Crucis que ha reflexionado sobre la crisis, la inmigración, la pobreza y tantos otros males que sufre el mundo de hoy. La Cruz, cargada por algunos protagonistas de estos sufrimientos, ha salido desde el interior del Coliseo hasta la calle, mientras la multitud de fieles escuchaba las meditaciones desde los alrededores.

«En la Cruz vemos la monstruosidad del hombre, cuando se deja guiar por el mal. Pero vemos también la inmensidad de la misericordia de Dios que no nos trata según nuestros pecados, sino según su misericordia»,ha indicado el Santo Padre en la reflexión final del Vía Crucis. A pesar de que no estaba previsto, el Papa ha realizado una breve reflexión. Asimismo, ha afirmado que «frente a la Cruz de Jesús vemos casi, hasta tocar con las manos, cuánto somos amados eternamente. Frente a la Cruz nos sentimos hijos y no cosas u objetos». Francisco ha realizado una oración, pidiendo al Señor: «enséñanos que el mal no tendrá la última palabra, sino el amor, la misericordia y el perdón». Finalmente ha pedido recordar a los enfermos, a las personas abandonas bajo el peso de la Cruz, «para que encuentren en la prueba de la Cruz la fuerza de la esperanza, la esperanza de la Resurrección y del amor de Dios». En el vídeo se visualiza y escucha la meditación del Papa Francisco, cuyo texto completo es el siguiente:

Dios ha puesto en la Cruz de Jesús todo el peso de nuestros pecados, todas las injusticias perpetradas por todo Caín contra su hermano, toda la amargura de la traición de Judas y de Pedro, toda la vanidad de los prepotentes, toda la arrogancia de los falsos amigos. Era una cruz pesada, como la noche de las personas abandonadas, pesada como la muerte de las personas queridas, pesada porque resume toda la fealdad del mal. Y sin embargo es con todo una cruz gloriosa, como el alba de una noche larga, porque representa todo el amor de Dios, que es más grande que nuestras iniquidades y que nuestras traiciones.

En la cruz vemos la monstruosidad del hombre cuando se deja guiar por el mal, pero vemos también la inmensidad de la misericordia de Dios, que no nos trata según nuestros pecados, sino según su misericordia. Ante la cruz de Jesús vemos casi hasta tocar con las manos cuánto somos amados eternamente, ante la cruz nos sentimos hijos y no cosas, u objetos, como lo afirmaba san Gregorio Nacianceno, dirigiéndose a Cristo con esta oración:

Si no existieras tú, mi Cristo, me sentiría criatura acabada, he nacido y me siento disolver, como duermo descanso y camino, me enfermo y curo, me asaltan sin número los tormentos, gozo del sol y de cuanto fructifica la tierra, después muero y la carne se convierte en polvo como la de los animales, que no tienen pecados. Pero yo ¿qué tengo más que ellos? Nada sino Dios, si no existieras tu oh Cristo mío, me sentiría criatura acabada.

Oh Jesús, guíanos desde la cruz hasta la resurrección, y enséñanos que el mal no tendrá la última palabra, sino el amor, la misericordia y el perdón. Oh Cristo, ayudamos a exclamar nuevamente: ayer estaba crucificado con Cristo, hoy soy glorificado con Él. Ayer había muerto con Él, hoy estoy vivo con Él. Ayer estaba sepultado con Él, hoy he resucitado con Él.

Finalmente todos juntos, recordemos a los enfermos, recordemos a todas las personas abandonadas bajo el peso de la cruz, para que encuentren en la prueba de la cruz la fuerza de la esperanza, de la esperanza de la resurrección y del amor de Dios.

Papa Francisco

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