Santiago Pérez, 69 años: «Era viudo, hice promesa de celibato y seré sacerdote. Dios me ha sacado de cosas duras, de todo, me ha devuelto la salud, la alegría»

*  «Me he sentido muy identificado con el “dejad que los niños se acerquen a mí”, como esos niños pequeños, con esa pureza, con ese amor, con ese cariño por Jesús. Merece la pena seguir a Jesús, a María y a José e imitar a la santa familia de Nazaret»

Camino Católico.- Que Dios es fiel lo sabe bien Santiago Pérez, que el sábado, 5 de junio de 2021, a sus 69 años, ha sido ordenado sacerdote. «Hay cosas en mi vida duras, duras, pero Dios me ha sacado de todo, me ha devuelto la salud, la alegría. La vida es maravillosa aunque pasemos por cruces», cuenta Santiago en la web del Arzobispado de Madrid. Como cuando murió su mujer, Mari Luz, en 2010 de un cáncer de mama. Sí, Santiago estuvo casado 14 años, después de haber tenido una primera experiencia de discernimiento para el sacerdocio durante tres años. «Sentí la llamada en una convivencia de mi comunidad neocatecumenal con la parroquia, y pasé tres años en vocacional, pero el rector me dijo que me esperara».

No sabía muy bien Santiago qué quería Dios de Él, así que en un encuentro en Loreto con el Papa san Juan Pablo II, le pidió «al Señor, a través de la Virgen de Loreto, una novia cristiana». Y como no le especificó comunidad autónoma, dice jocoso, se la buscó en Valencia. Después de 15 meses de noviazgo, se casaron. «Fuimos un matrimonio feliz». No llegaron los hijos, «nos casamos mayores», y tan solo siete años más tarde, Mari Luz enfermó. Pocos meses antes de morir, le dejó dos encargos: «»Santi, ponte a preparar para diácono permanente» –algo que ya habían hablado con un padre carmelita– y que me viniera a Madrid con mis padres, Anita y Santiago, que no estaríamos solos».

Los padres de Santiago Pérez, Anita y Santiago

La vida de fe del futuro sacerdote era ya muy profunda. «Algunos ya me decían pater en el trabajo», ríe, en Telefónica, donde fue operador técnico, incluidos tres años desplazado a Bilbao. Años muy complicados «porque era la época más difícil de la ETA», en los que nació su devoción por la Virgen de Begoña [«¿Tú sabes de dónde viene tu nombre?», pregunta nada más descolgar el teléfono]. Y cuenta que sus compañeros le decían: «Cuando te marches de aquí, nos vamos a acordar de ti porque siempre nos preguntas por nuestras familias».

El salto a cura

Santiago hizo caso a su esposa y, de vuelta a Madrid, se terminó de preparar para el diaconado permanente, que recibió en 2016 de manos del cardenal Carlos Osoro. «Lo había conocido en Valencia, cuando él era arzobispo, porque hice allí el primer cuatrimestre». Siendo ya diácono, siempre se mostró abierto al presbiterado. «Yo era viudo, había hecho promesa de celibato», y echaba en falta administrar los sacramentos reservados a los presbíteros: Eucaristía, Penitencia y Unción de los enfermos. Hace dos años, durante la Unción a un familiar, pensó «qué hermoso es ser sacerdote y poder administrar el viático, cómo me gustaría», y fue esto el impulso definitivo para solicitárselo por escrito al arzobispo. En este deseo, que fue tan evidente aquel día, ha tenido también que ver su labor como coordinador de exequias en el cementerio de la Almudena, servicio en el que lleva los cinco años de diaconado permanente.

La preparación de Santiago al sacerdocio ha sido en estos dos años continuación de toda la formación recibida para el diaconado, sin vivir en el seminario, pero acudiendo a diario. En este tiempo ha ido descubriendo el sacerdote que le gustaría ser: «Me he sentido muy identificado con el “dejad que los niños se acerquen a mí”». Y así querría sentirse él, «como esos niños pequeños, con esa pureza, con ese amor, con ese cariño por Jesús». De hecho, ha elegido como lema sacerdotal Servirte con amor sea mi gozo, Señor, «pidiendo a Dios que nos ayude a todos a que estemos más unidos en la Iglesia, a dar testimonio de amor y de unidad». Un sacerdote diocesano, como dice, con todos y para todos.

Santiago Pérez junto a su madre y dos amigos

Con toda esta vida a sus espaldas, el diácono tiene claro, en primer lugar, que «estoy muy agradecido a Dios que me ha llamado», y en segundo lugar, y esto es un mensaje a los jóvenes, «que merece la pena seguir a Jesús, a María y a José e imitar a la santa familia de Nazaret». «En casa a veces hay problemillas», pero no por eso hay que dejar de «ser fieles a Jesús y seguir el mandato de amarnos los unos a los otros como Él nos ama».

El futuro sacerdote echará de menos a su padre, fallecido hace dos años y medio, y a su madre, que murió, de forma sorpresiva, el pasado 23 de mayo, solemnidad de Pentecostés. «Se fue con la alegría de mi ordenación, pero sin poder estar físicamente, aunque sí espiritualmente». Una cruz más en su vida, aunque, como él mismo sostiene, «la cruz siempre es gloriosa; después del sufrimiento, de las heridas… la gloria de la vida nueva».


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