A Juan Carlos Quintero Dios le llamaba al sacerdocio, pero él huía: combatiendo a la guerrilla colombiana y otros encuentros «fortuitos» con el Señor le llevaron a ser cura

«El amor a Dios sobrepasa todo los límites y yo quería conocerlo pero no me atrevía, creía firmemente que mi vida sería estar al lado de una gran mujer, tener hijos formar un hogar, ser Padre… Para mí la Eucaristía es signo de encuentro con Dios y fuente de paz. En ella me fortalezco. Con Cristo-Eucaristía suelo pasar mucho tiempo y allí delante de Dios he tomado las decisiones más trascendentales de mi vida»

2 de mayo de 2016.- (P. Juan Carlos Quintero / Regnum Christi / Camino Católico)  Soy el padre Juan Carlos Quintero Martínez, nací en un lindo municipio del Oriente de Antioquia, Colombia, llamado El Carmen de Viboral. Soy el mayor de cuatro hermanos. Mi madre Carmen siempre nos inculcó el amor a Dios y a los demás y de ella aprendí mucho. Fue una mujer que se entregó sin medida por darnos lo mejor y enseñarnos a vivir según Dios. ¿Mi padre? Un hombre trabajador, incansable, justo y coherente con su vida. Una familia, en definitiva, unida y llena de bendiciones.

De niño solía  ir a la parroquia y continuamente observaba una imagen del Sagrado Corazón, que aún sigue en el mismo lugar, me llamaba mucho la atención. Me impresionaba ver su corazón y a Cristo con su dedo señalándolo. No entendía qué quería decir ese gesto pero en mi mente de niño imaginaba que quizás Dios quería que estuviésemos en su corazón pues él es quien nos guía y nos cuida.

Quizás esos pequeños coloquios y reflexiones con la imagen del Sagrado Corazón son el indicio de una vocación que por años rechacé. Digo rechacé porque ahora puedo constatar lo reacio que fui a responderle «sí» al Señor. No me queda más que agradecer pues nunca dejó de salir a mi encuentro para recordarme que me quería junto a él, que me quería su instrumento de misericordia

Una promesa pendiente…

Cuando era pequeño  tenía un gran amigo que ahora también es sacerdote. Entre juegos, travesuras y cosas de niños un día decidimos hacer una promesa: al terminar la preparatoria nos iríamos al seminario para prepararnos y ser sacerdotes. Años después él fue enviado a estudiar a otro colegio y la promesa hecha aquel día ahí murió. Ciertamente fui creciendo y así también mis intereses se encauzaron en otra dirección. Al llegar la adolescencia, con todo lo que esa edad conlleva, me enamoré y olvidé por completo aquel compromiso. A los 16 años mi amigo regresó y me recordó el compromiso asumido. Fui duro con él y le dije que no me interesaba, que yo no quería ser cura.

Mi vida tomó otro rumbo: fiestas, amigos, motos, paseos, etc. Me sentía bien así y no quería cambiar mi modo de vivir. Según yo estaba feliz.

Al llegar la graduación de la preparatoria mi amigo regresó otra vez y me dio la noticia que se iba al seminario. No lo podía creer. Fue a despedirse pues el sí cumpliría su promesa. Yo no supe qué decir, sólo le di mi mano y le dije: «¡buena suerte!».

La barbarie de la Guerra…

Después de la graduación y debido a la situación de violencia en mi país fui llamado a las filias de la Fuerza Aérea Colombiana para prestar el servicio militar. Reconozco que en el fondo quería vivir una experiencia fuerte y esa era la oportunidad. Pero aquí Dios también me salió al encuentro. Por entonces tenía 18 años recién cumplidos y sin saber lo que me esperaba asumí el reto. No fue fácil. La guerra deja siempre en el alma recuerdos imborrables, tristeza, amigos que se fueron y que murieron en circunstancias terribles de injusticia y dolor. Para entonces mi fe era muy débil, casi nula; no me interesaba creer. Dios para mí era un ser lejano, una rutina dominical que cumplir (muchas veces obligado) pero sin un interés personal. El servicio militar era la oportunidad perfecta para vivir una experiencia lejos de mi familia y de mi entorno, pero el Dios que creía lejano estaba ahí.

Un día las alarmas del cuartel militar sonaron. ¿La razón? Estábamos en guerra. Varias poblaciones cercanas a la guarnición fueron tomadas por la guerrilla y bombardeadas. De inmediato salimos todos y embarcamos en los helicópteros para prestar apoyo al ejército. De la patrulla que fuimos partimos 22 soldados pero sólo regresamos vivos 10.

Tener la muerte tan cerca, y más cuando son amigos tuyos, es terrible. No sabía qué hacer, sólo rezaba. No sabía cómo ayudarles a bien morir. Pensaba que en momentos como esos la asistencia de un sacerdote era esencial, pero no había uno. Eso me hizo pensar mucho. Pensé en la muerte que llega y no avisa, en el sentido de la vida, en el sentido de mi vida. Fue ahí donde vino a mi mente la promesa hecha de niño. ¿No sería esa la oportunidad para cumplirla? Tal vez siendo sacerdote mi vida tendría un sentido más profundo. Mil cosas pasaban por mi mente en esos días de tristeza y confusión existencial. Otro momento cerca a Dios llegaría.

En las tardes, después del entrenamiento, solía dormir o leer algún libro. Un día de esos en que no tenía nada que hacer escuché las campanas de la pequeña capilla del cuartel. El capellán solía tocarlas faltando 30, 15 y 5 minutos para la misa.

Al escucharlas pensé que sería bueno ir a la misa pues hacía mucho tiempo no lo hacía. La pereza me venció y seguí durmiendo. Pero alcancé a escuchar las campanas cuando faltaban 5 minutos así que decidí correr para llegar. Al ingresar al templo no había nadie. Me puse de rodillas y vi salir al sacerdote. Me sentí extraño y quería irme, pero el sacerdote me llamó y me preguntó si venía a la misa. Le dije que sí y me invitó a pasar. Le comenté que no había nadie y él me respondió que como sacerdote el siempre celebraba la Eucaristía con o sin pueblo, que igual pedía por todos aquellos que no venían a la misa. Fue algo extraño pues en esa misa «sólo para mí» volví a sentir la presencia de Dios en mi vida.

La grandeza del amor  humano: el llamado

Dios ha permitido en mi vida muchas experiencias y ahora veo y entiendo el porqué de todas ellas. En mi trabajo actual con jóvenes percibo en ellos muchas pero muchas cosas que yo también viví. Por eso experimentó facilidad para orientarlos y aconsejarlos. Aunque muchas veces repitan los mismos errores Dios me da la oportunidad de estar ahí junto a ellos como Padre, amigo y sacerdote, para mostrarles el camino para llegar a él, pues  Dios es el Padre que siempre les espera, ama y perdona; para Dios nada es casualidad todo es providencia.

De joven, cuando tenía 19 o 20 años, tuve la oportunidad de conocer a personas maravillosas que me ensenaron a amar, que compartieron conmigo y dejaron en mí enseñanzas de vida profundas. A ellas les agradezco infinitamente. Siempre quise tener un noviazgo serio donde se viviera el respeto, la amistad; donde estuviera presente Dios y así lo viví pues buscaba  formar una familia. Quería terminar mi carrera de ingeniería en sistemas y, entre estudios, novia y proyectos a futuro, cierto día regresó mi amigo seminarista. Me dio mucha alegría verle y escucharle. Me contaba mil experiencias y esto llamó mi atención.

Dios llama a cada uno: a unos para formar un hogar a otros para seguirle más de cerca en el sacerdocio o en la vida consagrada. El amor  a Dios sobrepasa todo los límites y yo quería conocerlo pero no me atrevía, creía firmemente que mi vida sería estar al lado de una gran mujer, tener hijos formar un hogar, ser Padre… pero Dios quería otra cosa de mí.

Mensajes de Dios…

Para mí la Eucaristía es signo de encuentro con Dios y fuente de paz. En ella me fortalezco. Con Cristo-Eucaristía suelo pasar mucho tiempo y allí delante de Dios he tomado las decisiones más trascendentales de mi vida.

Después de la visita de mi amigo mi inquietud hacia las cosas de Dios se hizo más evidente. No quería sacar un espacio para ver con más seriedad  esa posibilidad (tal vez por miedo, porque no quería perder lo que tenía y había logrado con tanto esfuerzo). Para ese momento de mi vida no me faltaba nada. Era feliz (a mi manera, claro está), pero varios hechos curiosos me motivaron a realizar un buen discernimiento.

Cierto día mientras estaba en la misa, con mi novia, no sé por qué comencé a pensar que quien celebraba la misa era justamente yo. Me veía predicando, detrás del altar teniendo en mis manos el sagrado cuerpo de Cristo. Sentí miedo, cerré los ojos y dentro de mí pensé: «esto no es posible, ¿qué me pasa?». Mire a mi novia y le di un fuerte abrazo. Mis planes eran otros y ella era con quien los quería compartir. Pienso que tal vez Dios se rio de mí pues no sabía lo que venía. Puede parecer sólo una anécdota pero el hecho fue que me vi sacerdote y, entre miedo y zozobra, también en el fondo lo quería…

Meses después ocurrió otro episodio particular que me hizo volver a plantearme el asunto. Saliendo de clase una señora me llamó y me preguntó si era seminarista. Asombrado por la pregunta le dije inmediatamente que no y continué mi camino. Tomé un taxi y pedí que me llevaran a mi casa. Sentía un poco de rabia por lo sucedido y el taxista, muy amable, me dijo: «amigo, ¿estás bien?». Le dije que sí y después de un largo rato de silencio me preguntó: «¿eres sacerdote?». Lo miré con impaciencia y le dije que no, pero quise preguntarle el porqué de su pregunta. Me respondió contándome que de joven el también sintió que Dios le llamaba a ser sacerdote pero nunca dedicó un espacio para saber si ese era el camino que Dios quería para él. Ahora era padre de dos hijos, estaba felizmente casado, pero cada vez que veía un seminarista o a un  sacerdote le venía el pensamiento: «¿y si Dios me hubiese llamado al sacerdocio? Tal vez sería más feliz». Al pagarle por el servicio me dijo: «amigo, si alguna vez sientes que Dios te llama, antes de tomar cualquier decisión, dedica un tiempo para saber si tal vez ese es el camino que Dios quiere para ti y no te quedes con la duda. Dudas era lo que tenía en ese momento. Me fui a rezar un poco ante el Santísimo en una Iglesia cercana a mi casa.

La Legión y el Regnum Christi

Qué misteriosos y curiosos son los caminos de Dios. En medio de las dudas e inquietudes que traía, quise buscar respuesta a la interrogante que no me dejaba tranquilo: «¿sacerdote yo?». No lo veía claro por eso busqué una asesoría espiritual. Pensé en mi párroco, Mons. Adolfo Duque, un hombre de Dios que me inspiraba confianza. Él me ayudó a poner orden a todo lo que traía en mi cabeza. Recuerdo el primer encuentro con él. Después de una larga conversación me tomó del brazo y me llevó a la catedral, me invitó a hacer una oración delante del Sagrario y me dijo: «es aquí donde debes pasar mucho tiempo. Si Dios te está llamando aquí encontrarás la respuesta. Y si Él te quiere como sacerdote, el sagrario debe ser para ti el lugar preferido. Aquí encontrarás la fortaleza y recuerda: el tiempo que se pasa delante de Dios jamás será tiempo perdido». Se levantó, saludo al Señor y se fue. Esas palabras las he tenido muy presente durante toda mi vida como legionario y las valoro mucho pues la Eucaristía  ha sido un pilar en vida como religioso y ahora lo será también como sacerdote.

Con la asesoría espiritual ya iniciada faltaba encontrar dónde y por eso quise buscar información de modo no público, de forma que no implicara tanto compromiso. Busqué en internet información al respecto y encontré la página http://www.vocacion.org/. Con agrado comencé a leer y me topé con una imagen de Cristo que nunca había visto y que me impactó de modo especial pues me mostraba el lado humano de Dios. Me identifiqué mucho con esa imagen. La seguí observando, entré a otros espacios de la web donde hablaban del Regnum Christi, de la Legión de Cristo. Quise saber más de ellos así que decidí escribir y ponerme en contacto con un legionario llamado P. Ricardo Sada, L.C., quien muy amable me puso en contacto con un religioso que estaba trabajando en Medellín: el ahora P. Juan Manuel Puente, L.C. Fue él quien durante un año me acompañó y ayudó a discernir. A él va mi agradecimiento porque fue el instrumento de Dios para que yo conociera y comenzara mi camino en la Legión de Cristo.

Durante ese año pude conocer la realidad del Movimiento Regnum Christi. Me llamaba la atención la manera tan entusiasta, joven y alegre como presentaba la fe y el modo como invitaba a realizar una experiencia viva y personal con Dios. Es esto justo lo que constato hoy en mi trabajo en mi propio apostolado en el Regnum Christi: brindo a los jóvenes las herramientas y medios necesarios para formarse, crecer espiritualmente y hacer la experiencia de Dios para que caminen con el siempre de su mano.

«Mi Corazón está inquieto hasta que descansa en ti» (san Agustín)

Tal vez esta frase puede resumir esa búsqueda profunda que en mi alma se fraguaba: búsqueda del amor sin límites que quería conocer y en el que me quería quedar. Es el amor que sigo palpando. En la Legión encontré a Dios, le conocí, le seguí y continúo buscando responder con la ofrenda de mi vida a ese amor que me da.

A través de los años de mi formación y en los años de pastoral  trabajando con los miembros del Movimiento Regnum Chriti he descubierto que mi vida está a su servicio y al servicio de todas esas almas que me quiere encomendar y que con su ayuda y con su gracia deseo inmensamente servir como un sacerdote según el corazón de Cristo, como un instrumento de su misericordia y de su amor. Fui ordenado sacerdote el 12 de diciembre de 2015, en la basílica de San Pablo Extramuros, junto a otros cuarenta y tres Legionarios de Cristo.

P. Juan Carlos Quintero

 

 

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