Eduardo Peys, maltratado y abandonado por su madre, sin fe, sin bautizar, creía ser fuerte y duro, pero pidió a Dios que ayudara a su novia y Él le respondió sanando a los dos

«Pasamos los tres días en el Vaticano! Había una sala de adoración allí, y me arrodillé y empecé a orar por mis padres, por mi madre que me había abandonado. No sabía por qué lo hacía. Cuando escuché ‘amor’ y vi esa palabra en la pizarra, entendí que había rezado por mi madre como un gesto de amor. Y en la mesa, ante los compañeros, me puse a llorar, hiperventilando, y todos preocupados, y yo les decía: ‘No os preocupéis, que en realidad lloro de alegría’. Y en ese momento todo, absolutamente todo, dejó de doler. Ya no sentía odio ni rencor a mi madre, a mi madrastra. Sigo el camino del Señor, todo me lo sanó. Tengo una relación de confianza con Dios, ¡me ha quitado un dolor tan grande! Ahora cuando pasan cosas malas, sé que tengo a Dios conmigo, y soy más fuerte» 

Camino Católico.- La vida de Eduardo Peys, como el tiempo de la historia, se divide en dos partes bien diferenciadas: antes de Cristo y después de Cristo. Su encuentro con el Señor fue hace poco más de un año. No opuso resistencia, cayó ante la evidencia el 8 de octubre de 2022, y ahora apura la preparación para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana. Será durante la Pascua, en la catedral de Getafe: se bautizará, se confirmará y hará la primera comunión. Es uno de los primeros catecúmenos que está utilizando el nuevo catecismo de adultos Buscad al Señor, elaborado por la Conferencia Episcopal Española (CEE) y publicado por EDICE.

A Eduardo, el mensaje de Jesús le inundó con 32 años. No fue bautizado de pequeño, aunque iba a Misa habitualmente en su Chile natal. Sus circunstancias familiares provocaron que se alejara de Dios, aunque eso no impidió que conversara con Él. Lo culpaba y desafiaba, pero hablaba con Él, al fin y al cabo. «Vengo de familia pobre, en Chile. Nadie era cristiano en mi casa y no me bautizaron. Sufrí maltrato por parte de mi madre, palizas. Yo sentía claramente que mi madre no me quería. Incluso me ponía a comer separado en una esquina. De niño, a menudo iba a una iglesia cercana, porque allí me trataban bien y sentía cariño», explica a Religión en Libertad.

Culpando a Dios y depresión

«A los 14 años descubrí que mi madre no era mi madre y si una mujer que pasaba todos los días por delante de mi casa y me saludaba. La que me hacía de madre era una vecina que me había alojado todo este tiempo. Supe por qué mi madre real me dejó de lado, me abandonó, una historia no muy agradable. Al saberlo me explotó la cabeza y estuve unos meses con depresión. Me dijeron que en España vivía mi tía por parte de mi madre real, que se ofrecía a cuidarme. Así dejé a mi familia, a mis hermanos y mi contacto con la iglesia», cuenta Eduardo.

«Lo pagué con Dios. Me enfadé y lo alejé de mi vida. Al mismo tiempo, caí en depresión. Estuve meses sin hablar con nadie», explica a ECCLESIA.

Eduardo va a la Eucaristía a la parroquia de la Natividad de Nuestra Señora, en San Martín de la Vega, un pueblo al suroeste de la Comunidad de Madrid y diócesis de Getafe. El primer anuncio y la catequesis que se lleva haciendo aquí desde hace años dan frutos. Eduardo está en España porque no pudo soportar la situación familiar. Con aquellos 14 años, siendo todavía un adolescente, decidió trasladarse aquí para vivir con una tía —quiere que ella sea su madrina—. Consiguió la autorización de sus padres —se puso por primera vez cara a cara con su auténtica madre— y se fue. No ha vuelto.

“Soy fuerte y ni la vida ni Dios ni nadie podrá conmigo”

Llegado a España, Eduardo estableció las líneas que marcarían su vida durante casi dos décadas. «Me dije: la vida es dura, levántate tú, nadie te levantará. Aquí aprendí a sobrevivir. Me pasaban cosas malas, pero me hice fuerte ante la adversidad. Culpaba a Dios y, cada vez que me pasaba algo malo, lo volvía a hacer. Le decía: ‘Me lo pones difícil, pero no puedes contra mí’. Y en mi interior me reafirmaba: ‘soy fuerte y ni la vida ni Dios ni nadie podrá conmigo’». Entre esas desgracias de las que habla se encuentran los doce años que tardó en poner en regla su situación administrativa, con dos estafas incluidas, trabajar sin papeles por apenas 30 euros o que lo dejasen tirado en un hospital tras un accidente laboral.

A partir de cierto momento, las cosas le empezaron a ir mejor, «aunque en silencio, yo lloraba, con mi mochila del pasado».

Conocer a Judit, su pareja, hace una docena de años, fue un punto de inflexión. Con ella se casará el próximo año: «Era una chica muy buena, bondadosa, me enamoré locamente. Con su sonrisa, su mirada, me dio lo que nunca había tenido. Ella me hacía feliz y me hacía reír. A veces me contaba cosas de la Iglesia, pero yo no quería saber nada de ese tema», explica.

Ver sufrir a su novia le lleva a orar a Dios

Eduardo Peys dio el paso de confiar en Dios, orar por los demás, y con ese amor el perdón acabó de sanar su vida interior. Se prepara con alegría para recibir el bautismo y los otros sacramentos

Pero no todo fue un camino de rosas: al principio su situación, lejos de mejorar, empeoró. Cuando Judit entró a trabajar en el Ejército, ella empezó a sufrir acoso y bullying y entró en una grave depresión. «Se fue su sonrisa. Y yo, por primera vez en mi vida, ya no podía presumir de mis fuerzas autónomas. Nada ayudaba a Judit: ni psicólogos ni pastillas ni yo. Eso me puso de rodillas», cuenta Eduardo, que experimentó que, a diferencia de todas las dificultades anteriores, ahora no podía hacer nada. Se sentía completamente impotente ante el sufrimiento de la persona que más quería. Y ahí es donde entra Dios.

La primera señal del Cielo llegó por parte de su suegro, que le narró, tras un viaje a Tierra Santa, su propio encuentro con Jesús.

En septiembre de 2022, los padres de Judit fueron a Tierra Santa y volvieron entusiasmados.  La madre ya era una firme cristiana, pero el padre era más tibio. «Nos invitaron a comer y por primera vez ahí escuché un testimonio de una persona impactada por Dios. Mi suegro, que había ido a regañadientes, había vuelto transformado de Tierra Santa. Le había pasado algo en Tierra Santa y se había convertido profundamente. No entendí mucho de la historia que nos contaba. ¡Pensé que le había afectado el incienso! Pero lo cierto es que sus ojos no eran los mismos, eran ojos que brillaban, y esos ojos con su brillo me tenían sorprendido. Volvió cambiado».

Este, acontecimiento, sin saberlo, tendría su importancia poco después. «El 8 de octubre de 2022, a las cuatro de la madrugada, Judit tuvo un brote agresivo muy fuerte y, en un momento de gran desesperación, me fui de casa, caminando, llorando, y aparecí junto a la parroquia de San Martín de la Vega. Me senté en un banco, miré la cruz y entre lágrimas hablé a Dios y oré. Le dije: ‘Nunca antes te he pedido nada en mi vida. Por favor, ayúdala a ella. No a mí, a ella’. Y me volví a casa. Y acabé ahí en la Iglesia por aquella mirada de mi suegro».

Unas catequesis inician el camino con Dios para bautizarse y ser católico

Después de ese episodio, los padres de Judit la invitaron a unas catequesis en la parroquia y él la acompañó. «Allí iba mi suegro entusiasta, convertido a viento y marea. Y me dijo mi suegra: ‘vente tú también’. Yo le dije: ‘¡Pero si no estoy ni bautizado!’. Pero pensé: ‘Pedí ayuda a Dios, y a lo mejor es un pago o una penitencia que he de cumplir’».

Con esa idea, empezó a acudir a las catequesis. . «Hoy quiero a esos catequistas con locura, pero en ese momento no los quería nada. Eso sí, de nuevo, me asombraban sus ojos. Un catequista planteó: ‘¿qué es lo más importante?’. Yo dije: la familia. Pues no, él insistía en que sólo el amor. Yo pensé: «Este hombre no tiene ni idea. ¡Como él sí tiene su familia desde siempre, no la valora!».

Los catequistas tenían un mensaje muy directo y sencillo para dar: «que Dios siempre está ahí, que te ama, que te envía señales y has de sacarte las gafas de madera que no te dejan ver».

El dolor del perdón ante lo sufrido en la vida

Esas catequesis empezaron a tocar a Eduardo. Le tocaban las canciones, los testimonios, y que Judit acudía y recobraba la alegría. Judit sonreía en esas catequesis y eso alegraba a Eduardo y le hacía perseverar en esas sesiones.

«El problema es que se hablaba mucho de perdón y amor y eso, en la historia de mi vida, no lo veía, y por eso me dolía. Me hablaban de amor y yo no podía amar después de todo lo que había sufrido. Perseveré porque sentía que Dios me ayudaba. Un día que se habló del perdón, empecé a llorar una vez en casa, porque me dolía el corazón. Dije: ‘solo sé que me duele el corazón, necesito redimirme’». Ni siquiera estaba muy claro que entendiera a qué se refería con la palabra.

Ese sábado se quedó solo en casa. Le habían hablado de la teleserie cristiana ‘The Chosen’, y pensó en ponerla como ruido de fondo mientras jugaba videojuegos en la consola. Pero pronto dejó la consola y miró con atención la historia de María Magdalena, que sufría y pensaba en suicidarse. «Ella sigue a una paloma y ve a Jesús, y al aparecer Jesús, se me puso a latir fuerte el corazón, a hacer cosas raras. Y Jesús dice entonces: ‘No temas, porque yo te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú eres mía’. Y yo pensé, al escuchar eso, que estaba respondiendo a lo que yo había pedido».

Eduardo Peys con su párroco, Jesús Úbeda, actual vicario de Evangelización en la diócesis de Getafe, con quién conversó sobre la dificultad que tenía para perdonar y que le llevó a su decisión de querer bautizarse / Foto: Carlos Mira

En ese momento sonaron las campanas llamando a la misa de 7. «Fui corriendo a misa, y la homilía era sobre el perdón. Y le dije a Dios: no sé lo que quieres, pero confío en ti. Seguiré lo que Tú me digas».

Desde ese momento, esperaba con ganas las catequesis, y luego las Cenas Alpha, con sus vídeos y sus temas de fe. «La tercera sesión trataba sobre el perdón. Yo era incapaz de perdonar a mi madre y me sentía mal. ‘Con lo que me han hecho, no puedo perdonar’, decía».

Su párroco, Jesús Úbeda, actual vicario de Evangelización en la diócesis de Getafe, le dijo: «Es un camino largo. Si abres la carne y empiezas a tratar al corazón, puede ayudar; aunque es verdad que, aunque va sanando, duele». Eduardo le respondió: «Perdone si sueno maleducado, pero no le he preguntado cuánto voy a tardar, sino qué tengo que hacer».

A Jesús Úbeda le gustó la respuesta y ahí comenzó su camino hacia el Bautismo.

Arrodillado rezando por sus padres

Eduardo y Judit fueron a Roma: era un viaje breve que habían comprado muchos meses antes, antes de tener fe. «¡Pasamos los tres días en el Vaticano! Había una sala de adoración allí, y me arrodillé y empecé a orar por mis padres, por mi madre que me había abandonado. No sabía por qué lo hacía».

De vuelta a España, la siguiente sesión de Alpha trataba sobre el mal. Y su enseñanza central era: «el mal se combate con amor. Cuando escuché ‘amor’ y vi esa palabra en la pizarra, entendí que había rezado por mi madre como un gesto de amor. Y en la mesa, ante los compañeros, me puse a llorar, hiperventilando, y todos preocupados, y yo les decía: ‘No os preocupéis, que en realidad lloro de alegría’. Y en ese momento todo, absolutamente todo, dejó de doler. Ya no sentía odio ni rencor a mi madre, a mi madrastra. Y a la cena siguiente todos me dijeron: ‘Eduardo, te ha cambiado la mirada, estás distinto’».

De hecho, acabó confesando a sus allegados que su madre no había fallecido, como les había contado. «Mentí por dolor», reconoce. Tiene pendiente volver a Chile para acercarse a ella. Sí habló con su madrastra, a la que no solo perdonó, sino que volvió a llamar «mamá».

“He confiado en Dios y lo único que hace es dejarme claro que está conmigo, que está presente”

«Desde entonces, sigo el camino del Señor, todo me lo sanó. Tengo una relación de confianza con Dios, ¡me ha quitado un dolor tan grande! Ahora cuando pasan cosas malas, sé que tengo a Dios conmigo, y soy más fuerte», asegura.

Posteriormente a haber participado en Alpha fue a un retiro de Emaús, a un curso de Biblia y empezó a asistir a la parroquia. El pasado mes de junio celebró el rito de entrada en el catecumenado, que cierra la etapa del precatecumenado. Ahora va a iniciar un nuevo periodo.

«Es un proceso, un camino a recorrer con la gracia de Dios. Este proceso requiere una catequesis narrada por un discípulo de Cristo que anuncie la doctrina desde su propia experiencia vivida en la Iglesia; unas celebraciones que vertebren dicho itinerario y en las que la gracia divina se haga presente por medio de ellas», explica Francisco Romero, director de la Comisión para la Evangelización, Catequesis y Catecumenado de la CEE.

Eduardo Peys con Mari Luz Martín Ortega, su catequista / Foto: Carlos Mira

En el caso de Eduardo, su catequista es Mari Luz Martín Ortega, que se incorpora a la conversación recordando lo que le dijo el párroco al poner bajo su tutela al catecúmeno: «Tú solo tienes que vivir la fe y testimoniarla». «Así que —continúa—, compartimos la fe y la vida, aunque eso no quiere decir que no prepare la catequesis. Es un privilegio, porque me ayuda a renovar la mirada y a recuperar la frescura del encuentro con el Señor». Ella misma vivió un proceso de conversión hace 12 años, aunque sí estaba bautizada y casada por la Iglesia. Fue gracias al acompañamiento del párroco que descubrió la fe. «Era atea en el sentido de que Dios no ocupaba ningún pensamiento en mi vida», apostilla.

En este momento, al leer el catecismo, Eduardo comprueba que todo lo que allí aparece es real, que es posible la felicidad a pesar de las desgracias: «He confiado en Dios y, a medida que pasan los meses, lo único que hace es dejarme claro que está conmigo, que está presente. Lo veo constantemente en la comunidad».

Para su catequista, la fe crece en comunidad. «Nos salvamos en racimo», añade. Por eso, aunque Mari Luz es su catequista, a Eduardo también le hacen bien las conversaciones con otros miembros, con quienes comparte dudas. «Eduardo es un milagro andante y un ejemplo. Porque todos deberíamos seguir su proceso: conocer al Señor y luego pedir los sacramentos y no al revés, es decir, pedir los sacramentos sin tener esa experiencia de Jesús. Y en ese camino, la Iglesia lo acompaña, que es lo que hicieron conmigo. Jesús elige a los doce y convive con ellos, les comunica su ser», explica. A ella le toca acompañar y, por eso, Eduardo es uno más de la familia. Conoce a su marido —«ese hombre es un ángel», dice— y a sus hijos. El fin de semana previo a nuestra conversación, los acompañó a una convivencia de familias.

Con la perspectiva que da el tiempo y la experiencia, la catequista ve en su historia la mano de Dios en varios momentos, incluso cuando el propio Eduardo lo rechazaba. «En un arenal de dolor, siempre veía un granito de oro. Era Dios, que ya había puesto en él su mirada», apostilla.

Y es tal la experiencia de Dios que el catecúmeno ya ha empezado, por decirlo de alguna manera, la misión. Se ofrece a colaborar en la parroquia y va a Misa, pero también testimonia el amor de Dios. Gracias a él, un compañero se ha acercado a Cristo y, por ello, ha vuelto a hablar con su madre.


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