Hermana Sabina Ana, cocinera del Cottolengo: «Quien realmente cuida a los enfermos es el Señor. Nosotras solo somos instrumentos de su obra»

* “Un sacerdote nos dio a conocer el Cottolengo de Alicante en Navidad. Al llegar el verano, me fui 15 días como voluntaria. A partir de entonces, aprovechaba todo el tiempo libre que tenía para irme allí. El Señor me llamaba”

* “Me siento feliz y gozosa de tener al Señor como esposo. Y de poder realizar esta labor… Como tengo al Señor, no echo de menos nada.”

* “Aquí también me realizo como madre aunque no haya tenido hijos. La función que hago también es de madre”

12 de junio de 2012.- (Olga MerinoFotografía superior: Joan Puig / El Periódico / Camino Católico)Una treintena de monjas, hermanas Servidoras de Jesús, atienden a 168 enfermos, pobres e incurables, en el Cottolengo de Barcelona. Sabina Ana Rodríguez Valenzuela (Benidorm, 1984) -en la imagen superior derecha- es una de ellas.

– ¿Cómo se recuerda de niña?
– Feliz, muy alegre. Me gustaba compartir mis cosas con quienes estaban a mi alrededor. Mi madre dice que era muy traviesa. 

– ¿Ah, sí?
– Cuando tenía 3 años, me escondí en un armario. Mi madre tuvo que llamar a una vecina para que la ayudara a buscarme. Creía que me había caído por las escaleras, y eso que vivíamos en un noveno piso. Hasta que dio en abrir el armario.

– ¿Eran religiosos en casa?

– Sí. Mis padres eran cursillistas de cristiandad e íbamos a la iglesia y participábamos bastante en las actividades de la parroquia. Familiar religioso no tengo ninguno.

– ¿Cuándo descubrió su camino?
– A través de la parroquia, un sacerdote nos dio a conocer el Cottolengo de Alicante en Navidad. Al llegar el verano, me fui 15 días como voluntaria. A partir de entonces, aprovechaba todo el tiempo libre que tenía para irme allí. El Señor me llamaba. En casa, levantarme a las seis de la mañana, pues como que no, pero allí me entraba una vitalidad.

– ¿Cómo se lo tomaron en casa?
– Me daba un poco de temor decirles que quería ser monja, pero algo se olían. Primero se lo comenté a mi madre porque las chicas solemos tener más confianza con ellas. Me dijo que su ilusión era que yo formase una familia, pero añadió: «Si esa es tu felicidad, adelante; yo te acompaño en todo momento». 

– ¿Y su padre?
– Se lo tomó un poco peor. Me dijo que era muy joven -yo tenía 17 años- y que tenía toda la vida por delante. Acordamos darnos un plazo de dos años para que él lo asimilase y para que yo estuviera segura. Ahora le dirían que están contentos.

– ¿Los ve a menudo?
– Al año vamos tres días a casa. Y ellos pueden venir cuando quieran.

– ¿Cuál es su rutina diaria?
– Nos levantamos sobre las cinco y media de la mañana. A las seis tenemos laudes. Después, hacemos los servicios. Cada hermana tiene una dependencia; yo he estado con los niños, y ahora mismo, en cocina. Todo el día se estructura entre el trabajo y la oración. Ora et labora. A las diez de la noche rezamos completas y ya nos vamos a descansar.

– ¿Qué tipo de enfermos atienden?
– Enfermedades incurables y degenerativas. Tenemos personas con síndrome de Down y parálisis cerebral. Pero quien realmente los cuida es el Señor. Nosotras solo somos instrumentos de su obra.

– Pero no me negará el esfuerzo…
– Para mí no es duro. Me siento feliz y gozosa de tener al Señor como esposo. Y de poder realizar esta labor.

– ¿Cómo llegan hasta aquí?
– A veces los traen los familiares; otras veces vienen derivados de instituciones y asistencia social. El Cottolengo se financia con donativos. También nos traen ropa y comida.

– ¿También cuidan niños?
– Sí. Estuve un tiempo atendiéndolos y comprendí que los niños son una escuela de amor. Ellos mismos te enseñan. Quizás algunos no te pueden dar las gracias, pero con una sonrisa ya te lo están diciendo todo.

– ¿Por qué vienen a parar aquí?
– Muchas veces las familias carecen de medios y, si han de ir a buscarse un sueldo, no tienen con quién dejarlos. Son niños que a lo mejor necesitan atención las 24 horas del día.

– ¿Echa de menos algo de la vida seglar? Quizás haber sido madre…
– Aquí también me realizo como madre aunque no haya tenido hijos. La función que hago también es de madre. Y en la cocina, igual. Les preparo la comida lo mejor que sé.

– ¿Tienen algún día libre?
– No. Siempre estamos al servicio.

– Pero es usted muy joven. ¿No le apetecería salir una tarde a pasear?
– No. Como tengo al Señor, no echo de menos nada.

– ¡No hay en usted fisuras! Y, dígame, amigas seglares, ¿tiene?
– Bueno, tengo amigas de Alicante. A veces les escribo una carta para felicitarles la Pascua o la Navidad, pero ya está. Llamarlas no se puede.

– ¿Le gustaría irse de misionera?
– Precisamente, viajo a Colombia en unos días. Tenemos casa allí. Me apetece mucho. Es un regalazo.

Para conocer más sobre otro testimonio del trabajo en el Cottolengo: 

Dr. Alfonso del Corral, voluntario del Cottolengo: “Dios toca los corazones y los transforma a través de los enfermos”

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