Hna. Gloria Cecilia Narváez afrontó con la fe su secuestro de casi 5 años: «Cristo lo era todo para mí y jamás renunciaría a Él. Me agarré fuertemente a Dios para sobrevivir»

* «Solía dibujar un cáliz en la arena y adornaba mi sagrario con las flores que vivían en lo más árido del desierto, esto encendía en mí una llama de esperanza. Mis captores se enfurecían y borraban el cáliz con una pala de arena o con los pies. Recitaba los salmos, invocaba al ángel de mi guarda, doblaba mis rodillas juntando mis manos al cielo nombrando con mucho amor el dulce nombre de María…Rezaba todas las mañanas para que Dios convirtiera los corazones de los secuestradores, para que se dieran cuenta del mal que estaban haciendo, no solo a mi sino a muchas personas que tenían secuestradas»

Camino Católico.-  La Hermana Gloria Cecilia Narváez de las Franciscanas de María Inmaculada, secuestrada por yihadistas en Mali durante casi 5 años ha explicado su experiencia vital, el miércoles 23 de marzo de 2022, en la VI Noche de los Testigos en la catedral de la Almudena, de Madrid, organizada por la fundación pontificia  Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN).

La Hermana Gloria Cecilia Narváez nació al sur de Colombia. A los 18 años ingresó en la congregación de Franciscanas de María Inmaculada en Pasto. Fue maestra de Primaria y enviada como misionera a Ecuador, México, con indígenas en el Amazonas, a África y luego se instaló en Mali, donde ayudaba a mujeres y niños. Nunca cerraba la puerta, porque siempre podía llegar alguien a quien ayudar.

Siete años después, recuerda que con sus hermanas de comunidad servían en la catequesis de niños, jóvenes y en la promoción de las mujeres en el pueblo de Karangasso, en Mali, donde residía con otras misioneras de la orden franciscana, cuatro hombres yihadistas armados entraron en la vivienda con fusiles pidiendo dinero, el 7 de octubre de 2017. “Se querían llevar a una de las hermanas, a la más joven. Ofrecí mi vida para que no le hicieran daño, es así como comienza la pasión, el sufrimiento unido a Jesús, tal y como Él fue maltratado, abandonado, incomprendido y perseguido”, relata.

Al salir de la casa, sus captores le pusieron una cadena en el cuello con un artefacto explosivo, la subieron en una moto “y fui adentrándome al desierto” del Sahel. Durante los cuatro años y ocho meses de cautiverio, los terroristas la fueron cambiando de lugar, hasta que fue liberada el pasado mes de octubre.

En ese tiempo y entre “la arena del desierto, las oraciones, las preguntas de estos interminables años de silencio y soledad” solían estar en su mente. “Aunque fueron años difíciles, puedo decir con certeza que mi espíritu no estuvo secuestrado. Me sostuvo mi fe y esperanza contra todo desaliento porque puede hacer vida toda mi espiritualidad franciscana, al contemplar la naturaleza, los atardeceres, el sol con un calor abrasador, los camellos, la diversidad de pajaritos, las noches con estrellas, los eclipses, las galaxias y planetas que se desplazan como estrellas fugaces. Dios me abrazaba con mi hermana naturaleza”, asegura.

Dibujaba un cáliz en la arena, oraba, nombraba el dulce nombre de María

Gloria Cecilia relata que en sus años de secuestro «solía dibujar un cáliz en la arena y adornaba mi sagrario con las flores que vivían en lo más árido del desierto, esto encendía en mí una llama de esperanza. Mis captores se enfurecían y borraban el cáliz con una pala de arena o con los pies. Recitaba los salmos, invocaba al ángel de mi guarda, doblaba mis rodillas juntando mis manos al cielo nombrando con mucho amor el dulce nombre de María”. También rezaba el Rosario “juntando piedritas”.

La Hermana Gloria Cecilia Narváez relatando su testimonio ante el Cardel Osoro y el público asistente en la Catedral de la Almudena de Madrid

Cuando escuchaba el estallido de bombas o tiroteos, y ante el miedo a morir, la hermana Gloria recordaba algunos dichos de San Francisco de Asís, como “la carta que le envió a un superior:Si te azotan, bendícelos y que nadie se vaya sin ver en tus ojos la misericordia’”.

Durante su cautiverio sus captores le gritaban: “El islam es la religión”, y la presionaban para que renegara de su fe y se hiciera musulmana. A esto, la hermana Gloria “rezaba todas las mañanas para que Dios convirtiera los corazones de los secuestradores, para que se dieran cuenta del mal que estaban haciendo, no solo a mi sino a muchas personas que tenían secuestradas”.

Hermana Gloria Cecilia Narváez

“En las noches escuchaba llantos, quejidos de gente secuestrada como yo que estaba siendo torturada. Después de hacer su oración de la tarde los secuestradores volvían a decirme ‘es el islam la religión, conviértete, eres un perro de Iglesia’”. La religiosa reconoce que si se hubiera convertido, su “secuestro hubiera sido más fácil”.

“De hecho mi compañera de cautiverio se convirtió y me decía ‘conviértete, te vas a pudrir aquí’. Me animaba a hacerlo, ella tenía por supuesto más privilegios, más comida y espacio en las tiendas donde estábamos viviendo”. Sin embargo, resalta la religiosa colombiana, “Jesucristo lo era todo para mí y jamás renunciaría a Él”.

Agarrada fuertemente a Dios para sobrevivir en situaciones extremas

La hermana Gloria Cecilia narra cómo “el ejemplo de la fundadora de mi congregación, la Beata María Caridad Brader, acompañó mis pasos. Me animó su audacia, su coraje misionero, su valentía y el amor a Jesús Eucaristía. Con su medallita en mi pecho, su estampa en mi bolsillo pude hacer vida sus sabias enseñanzas: callar para que Dios nos defienda, alabar o callar.

“Su espiritualidad eucarística me fortaleció para ponerme en las manos de Dios, agarrándome fuertemente a Él para sobrevivir en situaciones extremas: durante el día completo peligro o por las noches encerrada en la tienda o afuera rodeada de serpientes y de hormigas”.

La Hermana Gloria Cecilia Narváez  contando como la presencia de Dios le fortalecía cada día durante su secuestro

La hermana Gloria también recuerda las veces en que debía quedarse encerrada en una tienda hasta que pasaran las tormentas de arena en el medio del desierto: “Sentí la protección de Dios en momentos de extrema amenaza, cuando nos azotaban las tormentas de arena, encerrada en la tienda, de rodillas mientras pasaba el temporal. Mis captores me preguntaban ‘¿Gloria, estás viva?’ Observaba cómo sus refugios fueron destruidos por este fenómeno natural”.

La religiosa dice además que su vida “en cautiverio fue una experiencia de amor, esperanza y caridad”. Agradece las múltiples muestras de cariño y las oraciones de “muchas personas conocidas y desconocidas, unidas en la oración. Me encontré abrazada por la Iglesia universal, besada por Jesús y protegida por el manto de María”.

“Tras mi liberación, Dios me ha seguido sosteniendo. No he sanado a través de un psicólogo, sino escribiendo mis duras vivencias del cautiverio, vaciándome y escribiendo mis experiencias vividas y por las noches he acudido a orar ante el Santísimo y le leía postrada todo lo escrito”. “Así he sanado mi alma”, subraya.

Para concluir su testimonio en la catedral de la Almudena, la religiosa pide “a todos que nunca más nadie sea encadenado por su fe. Hoy los invito a continuar en la esperanza, a reconstruir nuestra vida, nuestra historia a vivir la resurrección, la gratitud, la fe, tenemos una nueva oportunidad de amar, de perdonar, de reconciliar, de sembrar paz para sembrar la fraternidad universal”, finaliza.

Afronta los miedos sabiendo que Dios es grande

En una entrevista previa al testimonio de la ‘Noche de los Testigos’, concedida a ‘Herrera en COPE’ la hermana Gloria Celia detalla que, además del cáliz que dibujaba en el desierto, “hacía muchas veces la cruz en la arena. Estaba firme en mi fe, que la cultivé desde los primeros años de vida con mis padres. La fuerza que Dios me daba me fortalecía cada día y la espiritualidad franciscana. Cada día bendecía al Señor por esta experiencia que estaba viviendo, lo alababa y bendecía por ese sol abrasador, ese pajarito que salía, esas flores en la soledad árida del desierto, por el agua que podía tener, esa experiencia de noches estrelladas. Daba gracias a Dios por todo lo que podía contemplar”.

También confiesa a Carlos Herrera que hasta en cinco ocasiones trato de huir, todas ellas sin éxito. Como represalia, se doblaban las agresiones contra la monja: “Cuando sacaron a todas las compañeras me quedé sola, y uno de los jefes se acercó por la noche con una taza de arroz y me dijo que me escapara de los campamentos porque iba a ser duro para mi, eran grupos más sanguinarios. Al día siguiente salí del desierto pero los grupos están por todos lados y se acercaban, me maltrataban y me hacían volver al desierto azotándome, amarrándome…”

La muerte siempre rondó la cabeza de Gloria Cecilia. No era para menos, teniendo en cuenta los peligros que le acechaban: “La vi muy cerca, cuando las serpientes pasaban por la zona donde yo estaba atada, en los enfrentamientos con fusil… pero siempre había un ángel de la guarda que me salvaba. Intentaron cortarme las venas pero siempre se acercaba un hombre y le quitaba de encima. Aceptaba lo que Dios quería”.

Pese a todo, asevera a Carlos Herrera que “hay que tener certeza y confianza de que Dios no te abandona jamás. Nunca sentí el abandono de Dios, me sentí siempre protegida, en sus manos. La fe grande que tenemos la tenemos que cultivar, la oración me acercó a Dios”.

Es consciente de que necesitará más tiempo para superar algunas cosas. Hay ruidos que aún la sobresaltan, porque le recuerdan a las bombas y las metralletas de los grupos yihadistas cuando luchaban entre ellos o a las impresionantes tormentas eléctricas del desierto. También le dura el miedo a serpientes y alacranes. En la entrevista radiofónica reconoce que “pese a la sanación de mi alma ante el Santísimo Sacramento, aún quedan muchos miedos que no es fácil olvidar, las experiencias difíciles que viví en el desierto, aún más cuando estaba sola, los tiroteos, los grupos de extremistas, los azotes, las cadenas… pero Dios es grande y nuestra misión y servicio lo hacemos por Él y la gente pobre”, afirma.

«Me vendían de un grupo a otro como una “perra de iglesia”»

Gloria Cecilia Narváez en la casa de su congregación en Pasto (Colombia). Foto: ACN

Pero ni siquiera en los momentos más duros pensó «Dios se ha olvidado de mí». En una entrevista con el semanario Alfa y Omega   da más detalles de como actuaban los secuestradores: «Por la noche se drogaban, daban vueltas alrededor de mi tienda» y gritaban «violémosla, matémosla». Por esa misma época, en medio de múltiples traslados por el desierto, «me di cuenta de que me empezaron a vender de un grupo a otro. Se decían: “¿Cuánto me das por este perro de iglesia?”».

A diferencia de su antigua compañera, que se hizo musulmana y recibió un mejor trato, Narváez siempre respondía a las coacciones con un «no, yo soy católica y religiosa, mi fe es en Dios Padre, en Jesucristo, y no me voy a convertir así me quiten la vida». Un día incluso se encaró con un jefe para que reprendiera a sus hombres, que «insultaban el nombre de Dios con palabras muy groseras».

No podrá volver a Karangasso. Tras su secuestro, se cerró la misión. Fue «durísimo» para todos. Pero también «edificante» comprobar cómo «la semilla quedó plantada: las mujeres formaron una cooperativa y abrieron carreteras», aplaude. Continúan los microcréditos, la educación de los niños y los graneros comunitarios. Eso sí, aunque en la zona son mayoritarias la religión tradicional y el islam, y los católicos apenas llegan al 2 %, «dicen que van a reservar nuestra casita por si podemos volver». A pesar de todo, ya se ha puesto a disposición de su superiora, «pues Dios me ha dado la vida y la oportunidad de continuar mi misión». No le importaría volver a África. Ni quedarse en Hispanoamérica.

Desde entonces, no ha dejado de ver los frutos de su sufrimiento ofrecido. Comenta admirada cómo «el rector del seminario de Malí me dijo en una carta que los católicos del país se habían unido con más fuerza y la fe se había acrecentado». También la conmovió «el testimonio de un señor musulmán que me dijo que oraba mucho por mi libertad».

Ahora, en sus oraciones, ocupan un lugar especial quienes siguen secuestrados, y también sus captores. «Vi muchos jóvenes», algo que atribuye a «la falta de educación, de trabajo y de buenas condiciones de vida» en el país. «Si el Gobierno y las demás potencias los ayudaran, sería grandioso».

En el mismo sentido, pide más diálogo y menos intentos de combatirlos con las armas. «Vivimos momentos muy tensos cuando el Ejército tenían a los grupos casi cercados y ellos pasaban la noche apuntándonos con las escopetas», relata. Sabían que dispararían si los militares se acercaban. «Y también temía por ellos». No quería que los mataran, «sino que Dios les diera la gracia de convertirse y tener un corazón pacífico».


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