Jennifer Meewon llegó a Medjugorje con depresión y trastornos alimenticios, y ya no regresó: allí encontró salud de cuerpo, alma y su vocación de monja

* «Descubrí el sentido de mi vida cuando me encontré con Jesús y con su Madre. Mi fe empezó a hacerse realidad. Jesús era real. Y este momento de cambió empezó cuando fui a Medjugorje. Así, en mi desesperación me puse de rodillas y como el leproso dije: ‘¡Jésús, Hijo de David, ten compasión de mí!’. Me acuerdo de pedir a la Virgen: ‘¡Por favor María, si Jesús y Tú podéis cambiar mi vida, hacedlo, por favor!»

* «Luego de mi primer año en Comunidad le dije a Jesús que quería consagrarme… pero no que quería hacerme monja. Quería vivir una vida plena, llena de niños, con libertad para partir, ayudar, amar a todos, pero todavía esperaba mi príncipe azul. Pasaba el tiempo y le pedía a Dios poder entender Su voluntad. Al final comprendí que Jesús no impone nada, Él quiere hacerme feliz y realizar mi vida. Elegí yo ser monja. La oración me hizo comprender que el camino de la consagración es el que más se corresponde con mi persona y los deseos más profundos de mi corazón. Hoy me siento en mi lugar, libre para vivir y amar, para equivocarme y recomenzar, para ser como soy. Todos los días experimento la obra de Dios en mi vida y que Él me sostiene. Esta es mi vida consagrada a Dios hoy: Decir “sí” a su amor y dejar que Él habite mi pobre humanidad para ser madre, hermana, amiga universal de los niños, de los misioneros y de las hermanas con las que vivo. ¡Qué historia fantástica!»

Camino Católico.-  Jennifer Meewon es una religiosa estadounidense de origen coreano pero que, sin embargo, tuvo que ser en Europa donde al final tuviera el encuentro con Dios que cambiara para siempre su vida.

Siendo una joven recién salida de la universidad sufría depresión y presentaba distintos trastornos alimenticios que la obligaban a ser tratada por psicólogos. Pero fue en Medjugorje, donde gracias a la Virgen, conoció la Comunidad Cenáculo  que tiene una casa en este lugar. Durante aquella peregrinación acabó dejando todo y en vez de volver a EEUU decidió unirse a la comunidad sanando de sus problemas y convirtiéndose posteriormente en hermana Misionera de la Resurrección, residiendo actualmente en Italia.

Educada en la fe católica

En una entrevista en el programa Cambio de Agujas de Euk Mamie TV –que se visualiza en el video superior- que sintetiza Javier Lozano en Cari Filii, Jennifer recuerda como sus padres la educaron en la fe católica asistiendo también a colegios religiosos. Incluso iban a una parroquia de católicos coreanos. Por eso, aunque vivía en California sentía que tenía una especie de doble vida porque seguía viviendo sus valores familiares y religiosos al más puro estilo de Corea del Sur.

Según relata, “una de las heridas que tenía era que yo era coreana en una sociedad de blancos en aquel entonces, tenía un sentimiento de inferioridad y sentí el impulso por el que tenía que demostrar que yo podía ser alguien en la vida”. Por ello, en su interior se fue fraguando un espíritu competitivo que tenía que mostrar en el instituto o en los equipos deportivos a los que pertenecía. Tenía que ser reconocida.

Los problemas alimenticios y la posterior depresión

Sin embargo, en aquel momento recuerda experimentar “un gran vacío” que sólo una experiencia con un grupo carismático frenó y le dio “fortaleza”.

Pero esto sólo fue un breve paréntesis en su vida porque rápidamente su búsqueda de ser alguien se transformó en obsesionarse con la comida y su cuerpo. “No quería engordar y tenía una necesidad increíble de ser perfecta”, explica.

Esta obsesión continuó durante la universidad y se agravó mucho convirtiéndose en un problema físico y psicológico de la que necesitó ayuda de profesionales. En la universidad su gran meta era entrar en el equipo de baloncesto porque no había conseguido la beca.

Tocar fondo

“No logré entrar en el equipo y ahí se me derrumbó todo. No lo conseguí y fue como si yo ya no fuese nadie”. En aquel momento de sufrimiento volvió a agarrarse a aquella fe infantil. Iba a misa, y rezaba pero confiesa que “no lo sentía verdaderamente”.

De este modo, su estado fue empeorando, sus problemas alimenticios aumentaron y además cayó en depresión. Deambulaba por las calles como una especie de fantasma. Estaba desesperada.

 

Medjugorje, un punto de inflexión

Cuando peor estaba Dios apareció en su vida a través de la Virgen María. “Descubrí el sentido de mi vida cuando me encontré con Jesús y con su Madre en Medjugorje”, asegura Jennifer.

Tras acabar la universidad quería hacer un año de voluntariado pero debido a sus problemas con la comida y la depresión no encontraba ninguna que quisiera aceptarla. Entonces su madre le propuso el verano previo al que iba a empezar a trabajar que fuera al festival de jóvenes de Medjugorje. “En aquel momento yo no tenía ninguna relación con la Virgen. La idea de ser una mujer que debía servir y ser humilde no era algo que yo quisiera, no quería saber nada de eso”, cuenta la ahora religiosa, que además consideraba rezar el Rosario como algo totalmente aburrido.

Su viaje a Medjugorje –continúa Jennifer- fue una “gracia de Dios” porque había leído acerca de las grandes conversiones que se producían en este lugar mariano. “Jesús si me vas a llevar ahí, cambia mi vida”, pensó ella en aquel momento.

La Comunidad del Cenáculo

Una vez en Medjugorje conoció a una mujer que a su vez tenía una estrecha relación con la madre Elvira, fundadora de la comunidad a la que Jennifer pertenece ahora, así como de la Comunidad Cenáculo, que tiene un centro en esta aldea bosnia, y que acoge a personas con graves adicciones, de las cuales muchas de ellas salen curadas de cuerpo y alma.

Esta mujer le dijo que esta comunidad podría ayudarla por lo que Jennifer acudió con ella a visitar este centro. Allí quedó impresionada al ver el “brillo en los ojos” de aquellos jóvenes que adictos como ella (cada uno con un problema diferente) rezaban el Rosario e irradiaban paz.

“Fue entonces cuando todas las cosas que había hecho en mi vida empezaron a tener sentido. Mi fe empezó a hacerse realidad. Jesús era real. Y este momento de cambió empezó cuando fui a Medjugorje. Así, en mi desesperación me puse de rodillas y como el leproso dije: ‘¡Jésús, Hijo de David, ten compasión de mí!’”, relata esta estadounidense.

Nunca había gritado así al Señor, y sintió su oración respondida. El siguiente paso fue la necesidad de confesar. Medjugorje, lugar donde la confesión es uno de los elementos característicos, fue el lugar en el que Jennifer acudió a este sacramento. Afirma que lloró tanto que gastó todos sus pañuelos y el propio sacerdote tuvo que dejarle el suyo.

La decisión que tuvo que tomar en Medjugorje

“Me acuerdo de pedir a la Virgen‘¡Por favor María, si Jesús y Tú podéis cambiar mi vida, hacedlo, por favor!”.

Tras varios días en Medjugorje, en los cuales su vida había dado un vuelco total tocaba volver a Estados Unidos. Jennifer sentía que este no podía ser el fin así que se fue a la puerta de la casa en la que se alojaba la madre Elvira y empezó a rezar frente a una imagen del Padre Pío.

Jennifer Meewon con sus padres y con Madre Elvira, fundadora de la Comunidad Cenáculo y de las hermanas Misioneras de la Resurrección

De repente, la Madre salió de la casa y se encontró con ella. “¿Qué debo hacer?”, preguntó la joven. Y la religiosa le dijo que a la mañana siguiente las hermanas volverían a Italia en furgonetas y que podía ir con ellas.

Jennifer dudó porque debía volver a su casa. Pero al final llamó por teléfono a Estados Unidos y ante la estupefacción de sus padres les dijo que no volvería a Estados Unidos sino que se iba a Italia con las Hermanas Misioneras de la Resurrección. Además, decidió abandonar el trabajo.

En la casa de la comunidad en Italia comenzó lo que ella llama su “camino de resurrección en comunidad”. Poco a poco poniendo su vida delante de Jesús Sacramentado y rezando el Rosario fue venciendo sus miedos, lo que fue “liberador y terapéutico”.

Sus problemas físicos y psicológicos desaparecieron y logró la paz que tanto anhelaba, y entonces ya sin ruidos extraños sintió la llamada a entregarse por completo a Jesucristo a través de la vida consagrada y en la misma congregación que la rescató cuando en Medjugorje buscaba desesperadamente la vida.

El testimonio de conversión de la hermana Jennifer Meewon  contado en primera persona en la web de la Comunidad Cenáculo

Hola, soy la hermana Jennifer.

Hoy estoy muy feliz de vivir, y soy muy feliz de ser una mujer consagrada de la Comunidad Cenáculo. Quiero compartir que antes de renacer a una vida nueva y de experimentar que Jesús vino verdaderamente para que yo tenga vida, para que la tenga en abundancia, tuve que pasar por la cruz.

Crecí en una familia cristiana, mis padres emigraron a Estados Unidos para estudiar y buscar una vida mejor. Tenían un modo de ser y una cultura diversa, la de los americanos, lo que me incomodaba y me llevaba a juzgarlos, a rechazar mi aspecto físico y a mi parte coreana. En casa lo más importante era el estudio, la TV estaba guardada con llave y mis hermanas y yo solo la podíamos mirar media hora por día.

Iba a una escuela para aprender coreano, así que no tenía tiempo para salir con mis amigas. En el verano, en vez de ir a la playa, tenía que estudiar matemáticas para mejorar más mi capacidad.

Los domingos no eran para relajarse e ir todos juntos al parque: íbamos a nuestra parroquia coreana para enseñar el catecismo y ayudar. Solo ahora, con los ojos de la fe y gracias a la sanación que Jesús operó en mi corazón, aprecio infinitamente a mis padres por la disciplina y la educación que me dieron.

 

El hecho de que no me aceptaba y las dificultades que vivía para conciliar el mundo coreano con el mundo americano solo lo sabíamos Jesús y yo. Podía esconderme detrás de mi sonrisa, estar delante de mucha gente, lograba muy buenos resultados en el estudio y en los deportes, parecía una chica sin problemas, muy caritativa y empeñada en el voluntariado, pero al final, todas estas cosas eran para llenar el vacío que tenía adentro.

Necesitaba amor y lo buscaba haciendo muchas cosas y buscando ser una chica perfecta, pero por dentro estaba sola e insatisfecha. Llegó un momento que me cansé de este juego: estaba harta de hacer de todo para aparentar, de correr tras mis ambiciones y de mi preocupación por tener una silueta perfecta. Empecé a vivir pensando solo en lo que comía: era más fácil refugiarme en la comida que pensar en mi vida, en el vacío que había en mi corazón, en lo infeliz que era…y poco a poco me destruía.

Qué extraño: aún en esta muerte, dentro de mí había un gran deseo de amar mucho y amar a todos…. deseaba ir al tercer mundo para ayudar a “los pobres”, pero no tenía amor por mí misma ni por mi vida.

Agradezco a Dios que puso en mi camino personas, incluso hermanas y sacerdotes, que me quisieron y me ayudaron a sentir el amor de Dios. Alguno de ellos era profesor en mi Universidad que más de una vez me propuso tomar en consideración la idea de consagrarme. Ciertamente estaba en la búsqueda de algo más, algo que satisficiese y llenara este anhelo profundo de mi corazón, pero no pensaba en hacerme hermana porque yo quería mi príncipe azul.

Probé de todo: psicólogos, antidepresivos, Alcohólicos Anónimos y los grupos de contención para las personas que tenían problemas con la comida, no podía aceptar que mi vida terminara así. Hasta que le grité a Dios: “¡O comienzo a vivir verdaderamente o prefiero la muerte!”

Luego de este pedido de ayuda, la Virgen me llamó para ir al Festival de los Jóvenes en Medjujorie y allí encontré la Comunidad Cenáculo, mi salvación. La Comunidad me enseñó a vivir, por primera vez comencé a mirarme por dentro y a conocerme. Tuve muchas oportunidades para confrontarme con mis dones y con mis límites y nunca me sentí juzgada por mis pobrezas. Tuve la posibilidad de enfrentar el sufrimiento y me ayudaron a no escapar y abrazar la cruz. Jesús me hizo experimentar su humanidad a través de los gestos concretos de las personas que vivían conmigo. Descubrí lo que significa la amistad, la paciencia, el perdón….me sentí amada, lo que me dio la fuerza y el deseo de ser yo también don para los demás.

Poco a poco, con la ayuda de la oración y de la Adoración Eucarística, el egoísmo, la tristeza, el rechazo que tenía en el corazón dejaron lugar a la paz, a las ganas de vivir, a la alegría. Luego de mi primer año en Comunidad le dije a Jesús que quería consagrarme… pero no que quería hacerme monja.

Quería vivir una vida plena, llena de niños, con libertad para partir, ayudar, amar a todos, pero todavía esperaba mi príncipe azul. Pasaba el tiempo y le pedía a Dios poder entender Su voluntad. Al final comprendí que Jesús no impone nada, Él quiere hacerme feliz y realizar mi vida.

Elegí yo ser monja. La oración me hizo comprender que el camino de la consagración es el que más se corresponde con mi persona y los deseos más profundos de mi corazón. Hoy me siento en mi lugar, libre para vivir y amar, para equivocarme y recomenzar, para ser como soy. Todos los días experimento la obra de Dios en mi vida y que Él me sostiene. Esta es mi vida consagrada a Dios hoy: Decir “sí” a su amor y dejar que Él habite mi pobre humanidad para ser madre, hermana, amiga universal de los niños, de los misioneros y de las hermanas con las que vivo. ¡Qué historia fantástica!

Sor Jennifer Meewon

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