Manuel Viego es hoy sacerdote tras encontrarse con Dios y dejar fiestas, sexo, y drogas

Manuel Viego

«Sentí que Dios estaba a mi lado y que me decía levántate y anda!»

6 de agosto de 2012.- (13 TV / Camino CatólicoCuando fue ordenado sacerdote el 3 de abril de 2005, Manuel Viego supo que había llegado una etapa de plenitud en su vida, una etapa orientada al servicio. Durante un tiempo fue el pastor de 14 parroquias de la montaña asturiana. Su casa, que es grande, siempre está llena de gente y siente la llamada de decir a los jóvenes que«se acaba antes el picador que la mina», es decir, que los goces no llenan, que sólo Dios llena al hombre.

Este asturiano vivió lo que el dinero, el sexo y la droga tenían para ofrecerle. Hasta que se encontró con Dios. Dejó las drogas refugiándose en la fe. No sabía ni el Padre Nuestro, pero optó por orar a la Virgen. Fue en la Semana Santa de 1992 que se fue de juerga a Tenerife, donde “casi muero de sobredosis, pensé en mi madre, me encomendé a Dios y sobreviví”asegura Manuel Viego. Su conversión fue un proceso vital lento. Un cursillo de cristiandad lo hizo crecer en la fe y lo transformó definitivamente. En el vídeo que publicamos puede verse el testimonio de Manuel Viego en el programa “Cuéntame tu historia» de 13 TV. Además, reproducimos la entrevista en el diario La Razón de Pablo J. Ginés.

Manuel Viego

-¿Cómo fue su juventud?

-Mi familia era católica, pero yo tuve una mala experiencia con la Iglesia en mi infancia y me alejé de Dios. A partir de los 16 años yo ya trabajaba y tenía dinero. Me dieron a probar porros, me hacía sentirme bien, me evadía. Fui comercial, trabajé en la construcción, ponía música y copas en discotecas…

-No sufrió problemas económicos…

– No, ganaba mucho dinero y durante años lo gasté en fiestas. Fui a más, me metía de todo, muchos ácidos, a veces esnifaba coca. Como muchos, buscaba ser feliz en el placer. Estuve con una chica, luego con otra…

-¿Y cómo cambió esto?

-Al cabo de unos años, me fui de fiesta a Tenerife en la Semana Santa de 1992. Solo vi el Teide y el mar de lejos. Me junté con unos conocidos en un apartamento. Toda la noche estábamos de juerga, y de día dormíamos, o estábamos de jacuzzi y sauna. La noche de Viernes Santo nos pusimos hasta arriba, sobre todo de ácidos. Me sentí muy mal. Me di cuenta que nada de aquello me hacía feliz. Pensé que iba a perder la razón, que nada en la vida tenía sentido. Entonces vi una iglesia cerrada y pensé que a lo mejor mi madre tenía razón y Dios existía.

– ¿Y su madre tenía razón?

– Sí. Me dio por hablar con Dios. «Si existes este es tu momento», le dije, «he hecho de todo y no consigo ser feliz». Pensé rezar, pero no me sabía el Padrenuestro porque lo habían cambiado cuando lo aprendí. Pero sí recordaba el Ave María, así que recé a la Virgen. Y resultó que Dios existía. Sentí que Dios estaba a mi lado, que me acompañaba y me decía «levántate y anda». Esa experiencia me cambió. Al día siguiente, Sábado Santo, fui a una iglesia, consulté los horarios de misa, hablé con un sacerdote. Y me pareció que todo eran mensajes de Dios para mí.

– ¿Hubo más experiencias en ese sentido?

– Sí. Poco después tuve otra experiencia fuerte de cercanía de Dios haciendo un cursillo de Cristiandad en Covadonga. Allí descubrí a la Iglesia, y que Dios no juega con las personas, que nunca me dejó.

– ¿Cambió de golpe?

-No, cambiar de vida fue un proceso lento. Intenté vivir en cristiano, desde la fe, la relación con mi pareja. Hubo ruptura, claro. ¡Si cada vez que hay un problema lo quieres solucionar en la cama…! Más adelante fui a pasar una semana en un retiro de la Comunidad de Bienaventuranzas en Toledo… y me quedé tres años. Allí entendí que quiero transmitir lo que he vivido, evitar que otros sufran lo que yo he sufrido. Empecé a estudiar en el seminario de Sigüenza, luego en el de Oviedo. Ahora soy párroco en Asturias.

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