Cristina Sanz era psicopedagoga y trabajadora social, ahora es monja: «He buscado mi lugar en el mundo desde los ojos de Dios. La vocación no viene, es algo que te da Dios»

* «Desde pequeña he sentido que Dios me ha llamado cerca de él. Cuando he llegado a los 30, saber que estás llamada a una plenitud y no encontrar, me inquietaba y he estado buscando. Buscaba lo que Dios quería para mí porque para mí siempre el centro ha sido Jesucristo y he intentado ir conformando mi vida hacia su figura. Sigo viviendo en el mundo, con la diferencia de que tengo la oportunidad de rezar más por todo el mundo y el privilegio de ser feliz con lo que he escogido»

A.L.M. / Camino Católico.-  Cristina Sanz, tiene 35 años, es maestra, psicopedagoga y trabajadora social y ha llegado a León desde Guadalajara para convertirse en monja de vida monástica de acuerdo con la regla de San Benito, del siglo VI. Cristina Sanz, la más joven de la comunidad, representa la continuidad de la vida monástica en el Monasterio de Santa María de Carbajal de las Monjas Benedictinas de León.

Se trata de una vocación casi «caída del cielo» para el monasterio leonés a través de internet. «Conocí a las Carbajalas a través de la Escuela de Experiencia Religiosa que tienen en internet.  Llegué al monasterio hace algo más de un año y lo hice sin ninguna intención de quedarme. Simplemente, deseaba vivir unos días de retiro en medio de una situación personal de inquietud vocacional que me acompañaba desde hacía tiempo y después hice un curso presencial. Pasé aquí cinco días, me impactó su vida y volví a casa con una inquietud vocacional», explica la novicia.

Cristina Sanz, a la derecha, acogida por la Ernestina Álvarez, abadesa de la comunidad, en la celebración de su ingreso como novicia / Foto: @monjasbenedictinasleon

La búsqueda de la vocación con Cristo como centro de su vida

«Tras regresar a casa, pedí volver para realizar un periodo más pausado de discernimiento vocacional, sin pensar en ningún momento en la opción de vida monástica, de la que —además— no tenía ningún conocimiento ni experiencia. Me vine con la maleta y sin saber cuántos días iba a estar. A los dos días lo vi clarísimo, que esto era lo que llevaba buscando desde siempre y aquí encontré el sentido de mi vida, la plenitud, y desde entonces aquí estoy. Vi que este era mi sitio.

»Dios me comunicó lo que tenía preparado para mí desde antes de crearme, su plan de plenitud para mí: la vocación de benedictina en esta comunidad de hermanas. Nunca me había imaginado ser monja», admite. Y menos aún de vida monástica. Cristina Sanz confiesa que «me ha apasionado la docencia» y que su vida está marcada por «una vocación de servicio. He sido muy activa», reconoce.

Cristina Sanz en el monasterio de benedictinas de León / Foto: León Noticias – R. Fariñas

Cristina pertenece a una familia de tradición católica y recibió de sus padres una educación como tal. Desde pequeña participó en actos de la Iglesia, recibiendo los sacramentos y teniendo «una relación con Jesús especial. Desde pequeña he sentido que Dios me ha llamado cerca de él. Cuando he llegado a los 30, saber que estás llamada a una plenitud y no encontrar, me inquietaba y he estado buscando». Luego, se fue identificando e intensificando su relación con Jesús, hasta que llegó a plantearse cuestiones más trascendentales para su vida. «Tenía esa inquietud vocacional y he estado buscando mi lugar en el mundo desde los ojos de Dios», afirma desde el claustro de las Benedictinas.

«Buscaba lo que Dios quería para mí porque para mí siempre el centro ha sido Jesucristo y he intentado ir conformando mi vida hacia su figura». Cristina Sanz asegura que no llega a la vida monástica movida por desengaños ni hartura. «No es una búsqueda de refugio o consuelo. Es una verdadera vocación», asegura.

Cristina Sanz en la celebración de su ingreso como novicia / Foto: @monjasbenedictinasleon

«La sorpresa y el desconcierto fueron grandes  –sigue  confesando al recordar cómo comprendió su vocación–. Asombrosamente, abracé esta invitación de mi Padre con prontitud e inmensa gratitud; y de forma libérrima y alegre. Ahora, me parece darme cuenta de que fue ese caminar en esperanza por la vida lo que me ayudó a reaccionar de tal manera. Si Dios ha pensado para mí este camino es que es el mejor para mí. Es mi Padre, el que mejor me conoce y más me quiere», asegura.

Una comunidad evangelizadora

Si bien Cristina ha abrazado la vida contemplativa para seguir a Dios, su comunidad no vive ni mucho menos en un mundo paralelo. Las benedictinas de León están conectadas a las redes sociales para contagiar la energía que le falta al mundo.

Cristina Sanz, a la derecha, en el monasterio de benedictinas de León / Foto: León Noticias – R. Fariñas

Aparte del contacto cotidiano con peregrinos del Camino de Santiago, procedentes de todo el mundo, estas monjas están presentes con sus perfiles de Facebook (Monasterio de Monjas Benedictinas de León) Twitter (@benedictinas) e Instagram (@monjasbenedictinasleon).

«No echo nada en falta porque me siento plena»

La comunidad, cuya abadesa es sor Ernestina Álvarez, cuenta ahora con trece hermanas de 35 a 90 años. «Cada una aporta en lo que puede y lo que le gusta», nos cuenta la madre abadesa.

Ahora, los días de Cristina, transcurren sobre tres pilares: «Nuestro ritmo de vida es en base al trabajo, la oración y la fraternidad, los pilares de nuestro carisma», explica Cristina. «No echo nada en falta porque me siento plena», afirma al borde de un nuevo camino cuya duración dependerá de su evolución en la vida consagrada. «Vivo con las alegrías y dificultades de cada día, pero con ese fondo de felicidad de saber que estás en tu sitio».

Cristina Sanz es feliz en el monasterio de benedictinas de León / Foto: León Noticias – R. Fariñas

Personalmente, Cristina siente que «sigo viviendo en el mundo,  con la diferencia de que tengo la oportunidad de rezar más por todo el mundo y el privilegio de ser feliz con lo que he escogido». Su familia y sus amistades se sorprendieron de la decisión, aunque la han acogido con respeto y cariño. «Soy consciente de que es raro, en cuanto a infrecuente» que una joven de su edad se adentre en la vida de la clausura. «Yo misma soy la primera sorprendida de estar aquí», subraya pero la vocación no viene, es algo que te da Dios, un privilegio».


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