David Cáceres era adicto al alcohol y a las drogas, impulsó a abortar a sus novias, pero al ser bendecido por Jesús Sacramentado recibió la gracia de la conversión

9 de enero de 2013.- (Carlos Ramos / Semanario Fides Camino CatólicoDurante los veintiséis años de vida David Cáceres  tiene muchas experiencias que contar. Historias  que se han escrito en páginas marcadas de dolor, drogas, robos e interminables excesos. Su vida, por años, naufragó en las turbulentas aguas de los vicios, los cuales lo llevaron a cometer los actos, inclinado muchas veces por “los dardos encendidos” del maltrato a que de niño fue sometido por su progenitor. Su vida circundaba entre las altas horas de la noche en centros nocturnos de los bulevares de la antañona  Tegucigalpa, en la que la infidelidad y negocios turbios se habían convertido en su mejor compañía.

“No me importaba nada”dice David, un joven que, a pesar de tantas situaciones complejas en donde fue presa fácil de esas demasías, en las que, hoy día, muchos jóvenes caen muchas veces sin la esperanza de poder salir de esa opresora situación. Sin embargo, todo eso ha quedado atrás y es un claro ejemplo de que “Dios escribe derecho con renglones torcidos” y desde hace dos años que este muchacho ha encontrado el soporte y ayuda en su esposa Ivin Rodríguez  y la razón de la vida en la inquieta Camila Valentina, con él en la imagen superior.

“Consumí resistol, tiner y marihuana” expresa el joven al inicio de su relato: “A mí siempre me llevaban a Misa de pequeño, recibí mis sacramentos. Pero uno le quiere buscar sentido a la vida y se me dieron “oportunidades”.Llegó un momento en el que, estando en el colegio, empecé a experimentar otras cosas que me apartaban del amor de Dios”.

Pero, producto de su conducta generada por las “malas” compañías, se vio involucrado en una serie de actos que lo llevaron a establecer amistades implicadas en los negocios obscuros “Mi papá me dejó, él vive en Estados Unidos, una llantera en la que hacía para mi diario vivir, pero siempre yo llegaba a trabajar como normalmente decimos con un puro de marihuana en la cabeza” lamenta.

“Probaba todo lo que me encontraba en el camino. Conocí a alguien que tenía buenos carros y siempre estaba rodeado de bellas mujeres y de repente es que yo estaba inhalando cocaína y hasta la llegué a vender, aún siendo novio de mi actual esposa, según yo le iba encontrando sentido a la vida. Yo crecí con una frustración ya que mi papá desde muy chiquito me decía: “¡vos no servís para nada,  vos tenés un cerebro de comején, vos no vales nada en la vida!”, pero yo a él lo amo mucho y a mi madre que sufrió tanto por mí, también la amo”. David hace una pausa al hablar, al parecer el sentimiento cala fuerte.

Después de un prolongado suspiro continúa “llegó un momento en el cual, ya sumergido en la drogadicción y miraba que no podía salir de ese mundo, pero mi mamá siempre me invitaba a asistir a Misa, la que siempre encontraba en las madrugadas llorando esperándome y me decía: “hijo no me hagas esto”. Pasaron los días, meses, años y siempre la encontraba en aquel sofá”.

Además de todos los excesos vividos, también participó en dos ocasiones a que dos jóvenes abortaran “yo les decía: ¿Cómo te voy a mantener? A mí me duele eso, son heridas que han costado que sanen” su mirada se fija en su pequeña Camila Valentina.

Por la insistencia de su madre, empezó a asistir a la Santa Eucaristía, pero no de manera completa porque en reiteradas ocasiones  sólo era su cuerpo el que estaba en el templo, ya que su mente estaba perdida en los efectos del alcohol.

“Recuerdo que un sábado mi mamá me invitó a la Misa, ese día tenía planes para ir a tomar con mis amigos. Fue en Pentecostés y yo no puse nada de atención, pero cuando el Padre Víctor Ruíz bendijo a cada una de las bancas con Jesús Sacramentado, yo sentí algo diferente en mí, me sentía bastante raro. Esa noche no salí con los amigos y me encerré en el cuarto y yo reté a Dios: ¡Señor si Tú verdaderamente existes yo quiero sentir tu presencia en este momento!, mejor no le hubiera dicho eso. En ese momento mi cuerpo se empezó a estremecer y le gritaba a mi mamá porque sentía miedo y cerré mis ojos. Yo ya sentía el llamado de Dios. Llamé llorando a mi esposa y le dije: amor, el Señor está con nosotros”.

A los días le contó a su progenitora y le prometió “donde usted me invite allí estaré” desde aquel momento siguieron los retiros en Juan XXIII y todo ese proceso de reencuentro personal con Jesús. Ya han pasado varios meses de que este ejemplar joven lleva una vida plena en donde “no tuvo miedo” para decir sí y seguir los pasos del Señor.

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