Homilía del Domingo: Jesús, «el pan vivo», es la fuente de vida de la gracia, la vida plena y eterna / Por P. José María Prats

* «Las palabras de Jesús del evangelio de hoy ponen de manifiesto lo absurdo que es declarase católico y no practicante. El objeto de la vida cristiana es participar de la vida de Cristo ya en este mundo para participar también de su resurrección y de su gloria. Y esta vida se nos comunica a través de la eucaristía: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día»”

Domingo XX del tiempo ordinario – B:

Proverbios 9, 1-6 / Salmo 33 / Efesios 5, 15-20 / Juan 6, 51-58

José María Prats / Camino Católico.- En el evangelio de hoy, Jesús se presenta como «el pan vivo que ha bajado del cielo», el pan que es su «carne para la vida del mundo».

La vida tiene su origen en el Padre, y Él nos la comunica a través de su Hijo encarnado: «El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí».

Jesús es, pues, la fuente donde debemos ir a buscar la vida que Dios quiere compartir con nosotros: la vida de la gracia, la vida plena y eterna.

Jesús lleva a su plenitud la figura del «árbol de la vida» que Dios plantó en el centro del huerto del Edén para compartir a través de él su vida con el hombre, un árbol al que sólo se podía acceder respetando el otro árbol plantado a su vera: el árbol del conocimiento del bien y del mal, que representa el orden establecido por Dios para la creación.

Hemos sido creados para la vida. Todos deseamos llenarnos de vida, de plenitud de vida. Pero por desgracia, seducidos por el Maligno, no acertamos a acudir a la verdadera fuente de la vida. El poder, la vanidad, la ambición de riquezas, la sexualidad vivida desordenadamente, el afán de experiencias gratificantes a corto plazo… son ejemplos de esas otras fuentes a las que acudimos llenos de esperanza pero que son incapaces de saciar nuestra sed de vida.

Las palabras de Jesús del evangelio de hoy ponen de manifiesto lo absurdo que es declarase católico y no practicante. El objeto de la vida cristiana es participar de la vida de Cristo ya en este mundo para participar también de su resurrección y de su gloria. Y esta vida se nos comunica a través de la eucaristía: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día».

Adán y Eva desobedecieron el mandato divino y se cerró para ellos el acceso al árbol de la vida. El mundo se llenó de odio, injusticia, enfermedad y muerte. Con su sacrificio en la Cruz, Jesús ha abierto el acceso al verdadero árbol de la vida, que es Él mismo, de cuyo corazón perforado mana la vida que regenera el mundo. El drama de nuestro tiempo es que, estando abierto el acceso a la fuente de la vida, no tenemos vida porque no queremos acudir a ella.

En la primera lectura, la Sabiduría invita a todos los hombres a comer de su pan y a beber del vino que ha mezclado para que tengan vida. Acudamos cada domingo a esta invitación para alcanzar la sabiduría, la paz y el gozo en el Espíritu. Sólo se nos pone una condición para acercarnos a comer del árbol de la vida: que respetemos el otro árbol, el del conocimiento del bien y del mal, el orden establecido por Dios para la creación.

José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:

«Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo».

Discutían entre sí los judíos y decían:

«¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?».

Jesús les dijo:

«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre».

Juan 6, 51-58

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