Homilía del Evangelio del Domingo: Una llamada a la conversión, a abandonar los propios caminos para «preparar el camino del Señor» / Por P. José María Prats

Fresco de la Virgen María, Jesús y San Juan Bautista en la iglesia de San Nicolás en Mramorec, el municipio de Debarca, República de Macedonia

* «¿No estamos ya en Jerusalén, en la comunión con Dios? Sí, pero cada año se nos invita, con la gracia de Dios y nuestro esfuerzo personal, a profundizar en esta comunión, a adentrarnos más y más en la Ciudad Santa y en su Templo, que es Cristo: a amar con mayor pureza, a vivir con mayor confianza y abandono en Dios, a negarnos más plenamente a nosotros mismos, a servir con mayor diligencia, a orar con más fe”

Segundo domingo de adviento – C:

Baruc 5, 1-9 / Salmo 125 / Filipenses 1, 4-6.8-11 /  Lucas 3, 1-6

P. José María Prats / Camino Católico.- Con frecuencia, las profecías del Antiguo Testamento tienen dos niveles de cumplimiento: uno a corto plazo de carácter local y político y otro a largo plazo de carácter universal y espiritual. Éste es el caso de la profecía de Baruc que hemos escuchado en la primera lectura.

San Juan muestra a San Andrés a Cristo, pintura de Ottavio Vannini
San Juan muestra a San Andrés a Cristo, pintura de Ottavio Vannini

Esta profecía se dirige a Jerusalén para anunciarle que sus hijos, «que tuvieron que partir a pie conducidos por el enemigo», serán traídos por Dios «con gloria, como llevados en carroza real», porque Él «ha mandado rebajarse a todos los montes elevados y a todas las colinas encumbradas; ha mandado rellenarse a los barrancos hasta hacer que el suelo se nivele, para que Israel camine seguro, guiado por la gloria de Dios».

El primer nivel de cumplimiento de esta profecía se produjo en el año 538 a. C. con el edicto del emperador persa Ciro, que animaba e incluso ponía los medios para que los israelitas deportados por Nabucodonosor a Babilonia regresaran a Jerusalén y reconstruyeran el Templo.

Pero es el segundo nivel de cumplimiento el que más nos interesa. Jerusalén representa la comunión con Dios, comunión que nuestros primeros padres perdieron por el pecado, teniendo que abandonar el Paraíso «conducidos por el enemigo» que los había seducido. Pero por la encarnación del Hijo de Dios y su sacrificio redentor, podemos regresar a Jerusalén a una comunión con Dios todavía más plena.

El Evangelio nos describe con precisión el inicio de esta acción liberadora de Dios: «En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto».

San juan presenta a Jesús, pintura de Bartolomé Murillo
San juan presenta a Jesús, pintura de Bartolomé Murillo

Y esta palabra es –como el Edicto de Ciro– una invitación a regresar a Jerusalén, una llamada a la conversión, a abandonar los propios caminos para «preparar el camino del Señor», ese camino que antes era impracticable pero que ahora, finalmente, se podrá recorrer porque, en Jesucristo, «los valles serán rellenados, los montes y colinas serán rebajados; lo torcido será enderezado, lo escabroso será camino llano».

Esta misma palabra se dirige hoy a nosotros para urgirnos a ponernos en camino. Tal vez nos preguntemos: por la fe, el bautismo y el cumplimiento de la ley de Dios, ¿no estamos ya en Jerusalén, en la comunión con Dios? Sí, pero cada año se nos invita, con la gracia de Dios y nuestro esfuerzo personal, a profundizar en esta comunión, a adentrarnos más y más en la Ciudad Santa y en su Templo, que es Cristo: a amar con mayor pureza, a vivir con mayor confianza y abandono en Dios, a negarnos más plenamente a nosotros mismos, a servir con mayor diligencia, a orar con más fe.

El tiempo de adviento en el que reiniciamos este camino hacia el corazón de Jerusalén es el tiempo de la esperanza porque, al ponernos en marcha, entrevemos ya las enormes riquezas que allí nos esperan. ¡Que tengamos todos un feliz viaje!

P. José María Prats

Evangelio

En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:

«Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios».

Lucas 3, 1-6


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