Mary Carmen Sanjuan, 81 años, esposa, madre, abuela, se quedó viuda y en 2008 se hizo monja: «el Señor me dijo: “déjalo todo y vente conmigo”»

* «Lo primero que surge, por lo menos a mí, al ponernos con un planteamiento serio delante del Señor, es una tremenda sensación de total indignidad, fruto del propio pecado. Pero cuando nos vamos dejando empapar poco a poco por el amor de ese Dios que nos ha dado a su Hijo, que es lo que más quiere, para que también nosotros podamos llamarle Abba; que vino a la tierra para salvar precisamente a los pecadores, que sentaba a su mesa; y que entrega su vida por amor a ellos, no por los “buenos”, esa indignidad se va transformando en total abandono agradecido. Se descubre entonces que Dios nos ama desde toda su eternidad, porque Él es eterno. Que desde siempre nos tiene pensados a cada uno con su infinito amor, porque Él es amor. Aquella indignidad inicial es ahora profunda acción de gracias y donación absoluta de todo el ser que ya era suyo porque de El lo había recibido»

CaminoCatólico.com.- «¿Que soy muy mayor?» “Sí, Madre, ¿y Abraham? Tenía 70 años cuando el Señor le dijo: Sal de Ur y vete a donde yo te diga… Pues yo tengo esa edad”. Con estas palabras -explica al portal de la Arquidiócesis de Burgos– Mary Carmen Sanjuan debió ablandar a la abadesa de Las Huelgas, reacia al ingreso de esta aragonesa, residente en Madrid, que ya tenía muy claro dónde estaba su sitio desde el momento en que pisó el coro del Monasterio durante una estancia en la hospedería.

La dureza de la clausura no amedrentaba en absoluto a esta tenaz mujer, madre de seis hijos y abuela de 17 nietos. Un cáncer de próstata le arrebató a su marido, a quien los médicos solo habían dado dos meses de vida que al final se convirtieron en 18 años, de los cuales solo los dos últimos fueron realmente duros. “Éramos un matrimonio muy feliz, muy enamorados, pertenecíamos a una comunidad de una parroquia, éramos catequistas, dábamos charlas prematrimoniales, como éramos pocos, el trabajo era mucho”.

Cuando falleció su esposo, cuenta, siguió haciendo su vida normal, con sus hijos, su comunidad parroquial, sus amigos de siempre… “Yo tenía mucho, tenía a mis hijos, y estábamos muy unidos. Aunque no era consciente de tener tanto. Me parecía normal tener toda esa felicidad… Hasta que una Cuaresma, haciendo oración, dije: «Señor, si ya se ha ido mi marido… ¿Qué más puedo darte?» Y lo oí claramente; el Señor me dijo: «No hace falta que me des nada, déjalo todo y vente conmigo».

Me quedé como María, un poco impactada. Dije: «¿Cómo va a ser eso?» El día de jueves Santo, en la Hora Santa en la parroquia se leyó el pasaje del prendimiento de Jesús y el último versículo dice: «Y todos los discípulos, abandonándole, huyeron». Y yo, que soy, de Zaragoza, como Agustina de Aragón, dije: «Yo no te abandono, Señor. Y aquí estoy»”.

Después de buscar por internet diferentes monasterios, ese mismo lunes de Pascua Mary Carmen se presentó en la hospedería de Las Huelgas, y unos días le bastaron para convencerse de que había encontrado su sitio.

Ni las reticencias de la abadesa ni la reacción de su entorno, tanto de sus hijos («me dijeron de todo menos bonita», cuenta divertida), como de sus amigos, le hicieron cejar en su empeño. “A los tres meses se acababa mi tiempo de experiencia y yo podía salir. Y me aconsejaron: «Bueno, pues sales, estás con tus hijos y cuando vuelvas, pues vuelves a empezar la experiencia». Dije: «No, ¿otra vez seis meses más? Ya no tengo edad para andar jugando… Pues no salgo». Mis hijos iban a venir a buscarme, estaba ya todo organizado, pero les dije que no vinieran (bueno, se lo dijo madre Angelines, porque yo en esos seis meses no podía comunicarme con ellos para nada). Así que a los seis meses tomé el hábito, estuve dos años de novicia, hice los votos simples y a los tres años, la profesión solemne”.

Poco a poco sus hijos fueron aceptando la nueva condición de Madre Mary Carmen, hoy hospedera del real monasterio. Cuenta que el día que iba a hacer su profesión solemne, uno de sus nietos preguntó: «Entonces, si la abuelita se casa con Dios, ¿Dios va a ser mi abuelito?»

María del Carmen Sanjuán Arantegui tiene 81 años, nació el 23 Agosto 1937 en Zaragoza. Inició el postulantado el 11 de julio de 2008 y el noviciado el 11 de enero de 2009. Realizó la Profesión temporal el 26 de enero de 2011 y la  Profesión solemne el 26 Enero de 2014.

Los testimonios escritos de la hermana Mary Carmen Sanjuan

El 14 de marzo de 2011, unas semanas después de su Profesión temporal Mary Carmen Sanjuan escribe su testimonio de vida espiritual en la web del Monasterio de las Huelgas transparentando su profunda relación con el Señor en primera persona:

 

Lo primero que surge, por lo menos a mí, al ponernos con un planteamiento serio delante del Señor, es una tremenda sensación de total indignidad, fruto del propio pecado. Pero cuando nos vamos dejando empapar poco a poco por el amor de ese Dios que nos ha dado a su Hijo, que es lo que más quiere, para que también nosotros podamos llamarle Abba; que vino a la tierra para salvar precisamente a los pecadores, que sentaba a su mesa; y que entrega su vida por amor a ellos, no por los “buenos”, esa indignidad se va transformando en total abandono agradecido.

Se descubre entonces que Dios nos ama desde toda su eternidad, porque Él es eterno. Que desde siempre nos tiene pensados a cada uno con su infinito amor, porque Él es amor.  Aquella indignidad inicial es ahora profunda acción de gracias y donación absoluta de todo el ser que ya era suyo porque de Él lo había recibido.

Parece un contra sentido entregarme a mi Dios y creador siendo creatura suya, pero los humanos no conocemos otra manera de expresarlo, o por lo menos yo, y hacemos uso de la libertad que Él nos dio para entregarnos voluntaria y personalmente a El, al cual pertenecemos desde siempre y por siempre.

Y en esa entrega apasionada comienza nuestro paulatino despojamiento de nosotros mismos para identificarnos cada vez más con el Ser amado. Emprendemos su seguimiento como Abrahán, sin rumbo predeterminado, fiados única y totalmente de que su amor nos llevará a aquello que sea lo mejor para nosotros. Por el camino se quedan nuestras raíces ancestrales, nuestros apoyos, nuestras seguridades, para comenzar la gran aventura del Amor sin carga ninguna, sin alforjas, sin sandalias, sin túnica de repuesto, como iba Jesús por los caminos de Galilea. Hasta eso casi impensable: la sangre de nuestra sangre; que también, como Abrahán, tenemos que dejar.

Pero ¿quién habla de “dejar”, si Él es nuestra Plenitud?

La ceremonia de la Profesión tuvo lugar dentro de la Eucaristía del día de nuestros Padres Fundadores. La segunda lectura y el evangelio fueron los propios del día, pero un regalo más  del Señor, pues Abrahán ha sido siempre muy importante en mi vida de fe, y ese pasaje del evangelio, precisamente el de Marcos en el que se dice que Jesús miró al joven con cariño, fue muy decisivo en mi respuesta al Señor en su llamada.

Para que ese seguimiento sea más fácil y alegre San Benito nos va marcando en su Regla, las pautas por las que debemos encauzar nuestro camino hacia Dios. Y así, nos anima a ser humildes, como nació Jesús; obedientes hasta la muerte, como murió Jesús; recogidas en nuestro silencio interior, como calló Jesús sin defenderse ante Pilato; convirtiendo nuestras costumbres al modo de Jesús, en manos de la M. Abadesa como estaba Jesús en manos del Padre Dios; castos con el corazón indiviso y sin pliegues, como Jesús sólo y exclusivamente en Dios; y con una estabilidad dinámica en la comunidad y el monasterio que Él ha elegido para nosotras desde toda la eternidad. Sin olvidar nunca que es el Señor, nuestro arquitecto y constructor, el que va poniendo los  sólidos cimientos para que seamos una ciudad nueva, con un nombre nuevo, corona fúlgida en sus manos, diadema real en la palma de nuestro Dios. Y para que ese Dios, que nos ama desde toda la eternidad, se goce en nuestro amor.

El 3 de febrero de 2014, unos días después de su Profesión solemne Mary Carmen Sanjuan escribe en la misma web del Monasterio de las Huelgas su visión de la trascendencia del paso de su “sí” definitivo al Señor:

Y lo vais a comprender muy bien: tengo 76 años, soy viuda; tuvimos seis hijos de los cuales me siento muy orgullosa y que me han dado, hasta ahora, diecisiete nietos preciosos. Se entiende lo de la vida “larga y experimentada” ¿verdad?

En ella ha habido muchos acontecimientos felices, pero ninguno tan importante y pletórico como el acontecido el día 26 de enero. Yo había ingresado en el Monasterio Cisterciense de Las Huelgas en julio del 2008 y después de unos años de formación llegó el momento de mi Profesión Solemne. En esa fecha de enero celebramos la fundación de la Orden del Císter por San Roberto, San Alberico y San Esteban, y esa fue la elegida para implorar del Señor, nuestro Dios, la gracia de su consagración que me hace total y únicamente suya para el resto de mi vida.

Estamos diciendo nada menos  que: “el propio Dios me consagra y me hace suya” ¿Puede haber algo más verdaderamente importante en la vida de cualquier persona? Lo que pasa es que a veces parece que hemos perdido la capacidad de asombro. Yo creo que es por falta de profundización.

Este acontecimiento es importante no sólo para la Orden, sino para toda la Iglesia y así lo vivieron mis hijos y los amigos que vinieron a compartirlo con nosotras en una preciosa ceremonia presidida por el P. Abad del Monasterio de Cardeña.

Ahora no queda únicamente un recuerdo bonito. Ahora hay que hacerlo vida minuto a minuto, día a día y en cualquier situación ¡Con el Señor todo es posible! Nosotros podemos amarle porque Él nos ama…

Gracias a todos y todas las que me habéis ayudado a llegar hasta aquí. Y sobre todo ¡GRACIAS, SEÑOR!

Hna. Mary Carmen Sanjuan

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